Es de esperarse que del estado de paralización
que provocan las tribulaciones se pase a una actitud proactiva tanto en el
sector gubernamental como en la oposición. Que se retome el camino de las
negociaciones, se encaren los procesos electorales y, sobre todo, que el
Gobierno decida finalmente un programa económico integral frente a la
hiperinflación.
Leopoldo
Puchi / El Universal
Transcurrido un período de altas tensiones en
el que predominó en la oposición la idea de que el Gobierno sería derrocado por
un golpe militar, una intervención extranjera, una implosión social o por los
efectos de la abstención electoral, hemos pasado a una etapa de reflujo y de
gran tribulación, tanto para el país como para los sectores de oposición y
gubernamentales. No hubo la disposición suficiente para sellar un acuerdo de
cohabitación de corto y largo plazo, y las consecuencias están a la vista.
En la actualidad tenemos un país bloqueado
financieramente desde el extranjero, con una economía debilitada en su
capacidad productiva y grandes desequilibrios macroeconómicos que se expresan
en hiperinflación y ausencia de inversiones. Y en lo político, un juego
inestable en el que amplísimos sectores de la sociedad se sienten
insatisfechos, sin representación ni expectativas. Los liderazgos, de lado y
lado, en caída libre.
La ineficiencia gubernamental que se expresa,
por ejemplo, en la baja producción petrolera, desencanta a los unos; la falta
de líneas estratégicas realistas y de propuestas para encarar los problemas
cotidianos, entristece a los otros. La presión de ambas circunstancias genera
aflicción y angustia en todo el tejido social: una gran tribulación, aunque sin
las connotaciones proféticas de un enfrentamiento entre el bien y el mal,
porque los ángeles y demonios están distribuidos equitativamente en todos los
factores en pugna, incluyendo la propia Iglesia católica.
Ahora bien, el signo distintivo de esta etapa,
también común a los distintos actores, es el de la indecisión. Del lado del
Gobierno, se anuncia cada cierto tiempo que se va adoptar un programa integral
anticrisis con el propósito de impulsar la producción nacional, pero no se
toman las decisiones. Ni siquiera se avanza con pasos paulatinos, como el
levantamiento en un primer momento de la Ley de ilícitos cambiarios para que el
sector privado pueda utilizar sus divisas en la importación de bienes e insumos
y asentar en su contabilidad los costos. Ahora se está a la espera de las
deliberaciones del congreso del Psuv, que necesariamente tendrá que abordar
como centro de sus discusiones el trazado de las políticas económicas.
Por su parte, los partidos del otrora G-4 de
la oposición deshojan la margarita, si se reintegran o no a los procesos
electorales. Mientras, llegan las noticias desde los centros de poder mundial y
se informa que se mantendrá la intervención pero que no se elevará mucho más la
presión. Al mismo tiempo, se producen cambios en España y México. Y también hay
desconfianza por lo que califican de disfuncionalidad opositora. Y así pasan
los días.
Es de esperarse que del estado de paralización
que provocan las tribulaciones se pase a una actitud proactiva tanto en el
sector gubernamental como en la oposición. Que se retome el camino de las
negociaciones, se encaren los procesos electorales y, sobre todo, que el
Gobierno decida finalmente un programa económico integral frente a la
hiperinflación. De la tribulación a la acción.
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