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sábado, 6 de octubre de 2018

Brasil: Elecciones clave

La crisis brasileña es económica y política. Hasta 2013, el Producto Interno Bruto exhibía fortaleza con varios años de gobierno del Partido de los Trabajadores. Desde entonces comenzó la debacle en un ciclo recesivo que aún sigue presente. La situación de Brasil ha sido desastrosa durante el gobierno de Michel Temer. La primera vuelta de las elecciones presidenciales del 7 de octubre tiene una importancia fundamental para la estabilidad de la región.

Néstor Restivo / Página12

La economía de Brasil está colapsada como nunca, quizá, desde la crisis de 1930. Pero la crisis política es también de tal hondura que, paradójicamente, nadie tiene tiempo para debatir, a escasas semanas de sus elecciones generales, cómo hará la mayor economía latinoamericana para salir de su pantano. Es que todos los actores están envueltos en el lodazal institucional provocado por el golpe parlamentario que derrocó, hace dos años, a la presidenta Dilma Rousseff y que luego continuó con el encarcelamiento, por una causa judicial más que polémica, del candidato presidencial y ex mandatario Lula Da Silva, quien si no hubiera sido proscripto y obligado a ceder su lugar a otro compañero candidato, Fernando Haddad, habría de ganar las elecciones del 7 de octubre según coincidían todas las encuestas.

Músculos

Hasta 2013, el PIB de Brasil mostraba sus músculos en desarrollo, al cabo de varios años de gobierno del Partido de los Trabajadores, la única experiencia histórica de izquierda en un país mayormente conservador. Pero luego comenzó la debacle. En parte producida, al inicio del ciclo recesivo, por el propio gobierno de Dilma, que giró hacia un programa más ortodoxo. En 2015 y 2016, la economía se contrajo 3,8 y 3,6 por ciento, respectivamente, y el año pasado apenas si se “recuperó” 1,0 por ciento. Este 2018, los analistas la ven “creciendo” entre 0 y 1 por ciento, más cerca del primer número según opinó para Cash el economista Eduardo Crespo, argentino y profesor en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Por ejemplo, en mayo pasado se registró la mayor caída en 15 años: 3,34 por ciento interanual. Consultados por este suplemento, Danilo Sartorello Spinola, de la United Nations University, y Javier Lifschitz, de la Universidad Federal del Estado de Rio, coincidieron sobre la gravedad de la situación.

Brasil tiene una coyuntura muy distinta a la Argentina. No tiene gran problema con su sector externo. Luce un superávit comercial robusto (64 mil millones de dólares en 2017 y casi 30 mil millones en el primer semestre de este año) y el resultado en cuenta corriente de su balanza de pagos también es positivo (en el primer semestre de 2018, de 3 a 6 mil millones de dólares, o sea 0,4 por ciento del PIB, mejor que el año pasado), ambos datos según el último informe de la Cepal. A su vez, sus reservas monetarias rondan los 380 mil millones de dólares. Es decir, la “restricción externa”, problema central de la Argentina, no es obstáculo. La deuda sí creció mucho y ya es alta respecto del PIB, pero mayormente en reales y no en divisas duras. Pese a esa situación en sus cuentas externas, el estado de la economía de Brasil es tan desastroso durante el impresentable gobierno de Michel Temer como lo es en la Argentina de Macri.

Motor

Crespo señala que, a la visa, no aparece ningún motor que augure una recuperación. Las exportaciones no van mal pero sólo pesan –señala– un 10 por ciento del PIB. Las inversiones están estancadas desde que Temer se alzó con el poder, y seguirán así porque la capacidad instalada sólo opera a 60 por ciento promedio en la industria y no habilita inyecciones de capital nuevo, salvo para algunas exportaciones puntuales. Y el consumo, principal motor, está parado con un desempleo de casi 13 por ciento, que según Sartorello Spinola llega a 50 por ciento incluyendo trabajos informales, y, sobre todo, una restricción presupuestaria inédita.

El año pasado, Temer mandó al Congreso, que lo aprobó, un proyecto para congelar el gasto público por 20 años, algo insólito. Las consecuencias se sintieron de inmediato en una retahíla de recortes a la inversión social (en salud, educación, ciencia, pensiones, sueldos del Estado) que llevaron hasta el lamentable incendio por falta de mantenimiento de uno de los museos más importantes que había en Sudamérica el mes pasado, en Río de Janeiro. “No veo ningún atisbo de salida a la crisis económica en lo inmediato. Hay una revolución conservadora en marcha”, señala Crespo.

Lifschitz sostiene que las reformas en marcha “ya no son las clásicas neoliberales que vimos en los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso sino que, producto de nacer de un golpe, son más rápidas y extensas. Un eje es la desnacionalización, que hizo que Electrobras vendiera sus distribuidoras al capital extranjero, que Petrobras hiciera lo propio a favor de Shell, Exxon, BP o las petroleras portuguesa y noruega con 70 por ciento de los campos del presal, o que Embraer se vendiera a la Boeing. También se desmanteló la construcción civil por la causa del Lava Jato y dará lugar, se supone, al ingreso de extranjeros en una industria que era muy poderosa. Y en lo social y laboral hubo también un retroceso muy notorio en términos de precariedad, la peor en décadas”.

Por su parte, desde la Central Única de Trabajadores, la consultora para Relaciones Internacionales, María Silvia Portela do Castro, dijo a Cash que la recesión mantiene desocupadas a 17 millones de personas —de las cuales 400 mil se agregaron el último trimestre–, que la tasa de desempleo general es de 13,4 por ciento (sin contar subempleo y cuentapropistas) y que el salario medio real de los ocupados formales no supera los 2200 reales (entre 15 y 20 mil pesos argentinos). “Las nuevas leyes laborales no mejoraron los temas de empleo, al contrario”, sostuvo.

Derecha

La revolución conservadora tiene el nombre de Jair Messias Bolsonaro, el candidato presidencial de la extrema derecha. Ex militar, prodictadura, con lazos con las poderosas iglesias evangelistas brasileñas y quien, si al principio de su emergencia asustaba hasta a la derecha de su país, ahora lo tolera y lo abraza porque el candidato original del establishment, José Alkmin, del PSDB, no convence a nadie, no despega en ninguna medición de opinión pública. Si ganara Bolsonaro, ya saben que tendrá un programa neoliberal radical en lo económico (en lo social y político, será ultra reaccionario), con Paulo Guedes, quien continuaría el ajuste fiscal de Temer, aunque este debería ser revisado por los excesos y despropósitos que ha generado, y sobre todo la reforma laboral que buscó y logró por ahora disciplinar al mercado de trabajo y reducir tanto los salarios como el número de puestos laborales, revirtiendo los avances progresistas de los años de Lula que ya se habían comenzado a desandar al final del de Dilma.

Guedes quiso ser él mismo candidato, pero cerró filas con Bolsonaro. Es fundador del Instituto Millenium y se doctoró, cómo no, en la monetarista Universidad de Chicago. La revista Veja le preguntó recientemente qué iba a privatizar y contestó con tres palabras: “No hay límites”.

En el mercado financiero específicamente, no hay tanta confianza en Bolsonaro. Los más osados prevén que si sigue la incertidumbre el dólar podría seguir subiendo hasta llegar a 4,5 reales (hoy, poco más de 4), una devaluación del real que lo llevaría a un nivel no conocido desde hace un cuarto de siglo. Directivos de grandes fondos nacionales y extranjeros se han reunido con jueces del Tribunal Superior Electoral y encuestadoras. “Hace décadas que no veíamos semejante incertidumbre”, admitió Eduardo Assis, ex presidente del Banco Central brasileño, al diario Valor.

A nivel más general, el Índice de Confianza del Empresario del Comercio (CNC) de agosto también acusó el golpe de la incerteza: llegó al menor nivel del último año. De 6000 empresarios consultados, tres cuartos dijeron que el panorama económico es uno de los peores desde 2016 cuando arrancó la gestión de Temer. Las ventas minoristas cayeron a una tasa anual de 20 por ciento, dijo Fabio Bentes, economista de la Confederación Nacional del Comercio, para citar apenas un dato sobre el malhumor. Otro más, en este caso aportado por Global Wealth Report Review y citado por el portal “Brasil al Momento”: este año ya unos dos mil millonarios se llevaron casi todo su patrimonio afuera del país, en general desde San Pablo, centro de la riqueza brasileña, hacia Portugal, España y Estados Unidos.

Izquierda

Por su parte, el PT, que lleva como candidato a Haddad, debería ofrecer en un eventual gobierno entre un programa más amigable a los mercados, como hizo otras veces el partido de Lula en el gobierno, u otro más de avanzada. “El primer caso podría significar que el ministro del área fuera Marcos Lisboa, economista afín a Haddad, para generar más confianza; o si quieren una agenda menos liberal, alguien más desarrollista como Ricardo Carneiro”, dijo Danilo Spínola.

El PT ha tenido el problema que, al ser Brasil un país menos presidencialista que Argentina, y sin contar mayoría absoluta de votos, se ve obligado a tejer en el Parlamento alianzas con sectores conservadores, como fue el caso de la coalición con el PMDB, de Temer, en sus cuatro gobiernos de 2003 hasta el golpe de 2016. “Por esas razones el PT no deja de tener un programa neoliberal con tinte social”, opinó Crespo.

Los otros candidatos también siguen el mainstream neoliberal salvo acaso Ciro Gómes, quien coqueteó para quedarse con la candidatura del centro izquierda con un programa más afín al desarrollismo brasileño histórico, pero irá por fuera del PT, con el PDL (podría beneficiarse de la alta mala imagen que tienen los dos candidatos con mayores preferencias, Haddad y Bolsonaro, y podría llevar como ministro eventualmente a Nelson Marconi, de la Fundación Getulio Vargas), o la ecologista Marina Silva o, con muy pocas chances,  Guillermo Boulos, del Movimiento de los Sin Techo aliado al PSOL, el partido al que pertenecía Mariella Franco, concejala de Río asesinada este año en la escalada de violencia represiva que Bolsonaro y las Fuerzas Armadas brasileñas agitan. Los candidatos dependen mucho del posicionamiento que les da la televisión, de fuerte impacto en la opinión pública y completamente dominada por grupos de derecha y evangélicos.

En cualquier caso el cuadro económico y social es gravísimo. Lifschitz agregó que con Temer subieron la pobreza y la desigualdad (todos los indicadores oficiales lo reconocen) y que los problemas ya no sólo golpean a la clase baja mayormente mulata o negra sino a clases medias y medias bajas con blancos e instruidos. “Además, ya se sabe de unos 3 millones de mayores de 60 años que no pueden pagar sus cuentas básicas de agua, luz y gas”, dijo, citando un estudio de la Fundación Perseu Abramo.

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