La crisis brasileña es económica y política. Hasta
2013, el Producto Interno Bruto exhibía fortaleza con varios años de gobierno
del Partido de los Trabajadores. Desde entonces comenzó la debacle en un ciclo
recesivo que aún sigue presente. La situación de Brasil ha sido desastrosa
durante el gobierno de Michel Temer. La primera vuelta de las elecciones
presidenciales del 7 de octubre tiene una importancia fundamental para la
estabilidad de la región.
Néstor
Restivo / Página12
La economía de Brasil está colapsada como nunca,
quizá, desde la crisis de 1930. Pero la crisis política es también de tal
hondura que, paradójicamente, nadie tiene tiempo para debatir, a escasas
semanas de sus elecciones generales, cómo hará la mayor economía
latinoamericana para salir de su pantano. Es que todos los actores están
envueltos en el lodazal institucional provocado por el golpe parlamentario que
derrocó, hace dos años, a la presidenta Dilma Rousseff y que luego continuó con
el encarcelamiento, por una causa judicial más que polémica, del candidato presidencial
y ex mandatario Lula Da Silva, quien si no hubiera sido proscripto y obligado a
ceder su lugar a otro compañero candidato, Fernando Haddad, habría de ganar las
elecciones del 7 de octubre según coincidían todas las encuestas.
Músculos
Hasta 2013, el PIB de Brasil mostraba sus músculos
en desarrollo, al cabo de varios años de gobierno del Partido de los
Trabajadores, la única experiencia histórica de izquierda en un país mayormente
conservador. Pero luego comenzó la debacle. En parte producida, al inicio del
ciclo recesivo, por el propio gobierno de Dilma, que giró hacia un programa más
ortodoxo. En 2015 y 2016, la economía se contrajo 3,8 y 3,6 por ciento,
respectivamente, y el año pasado apenas si se “recuperó” 1,0 por ciento. Este
2018, los analistas la ven “creciendo” entre 0 y 1 por ciento, más cerca del
primer número según opinó para Cash el economista Eduardo Crespo, argentino y
profesor en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Por ejemplo, en mayo
pasado se registró la mayor caída en 15 años: 3,34 por ciento interanual.
Consultados por este suplemento, Danilo Sartorello Spinola, de la United
Nations University, y Javier Lifschitz, de la Universidad Federal del Estado de
Rio, coincidieron sobre la gravedad de la situación.
Brasil tiene una coyuntura muy distinta a la
Argentina. No tiene gran problema con su sector externo. Luce un superávit
comercial robusto (64 mil millones de dólares en 2017 y casi 30 mil millones en
el primer semestre de este año) y el resultado en cuenta corriente de su
balanza de pagos también es positivo (en el primer semestre de 2018, de 3 a 6
mil millones de dólares, o sea 0,4 por ciento del PIB, mejor que el año
pasado), ambos datos según el último informe de la Cepal. A su vez, sus reservas
monetarias rondan los 380 mil millones de dólares. Es decir, la “restricción
externa”, problema central de la Argentina, no es obstáculo. La deuda sí creció
mucho y ya es alta respecto del PIB, pero mayormente en reales y no en divisas
duras. Pese a esa situación en sus cuentas externas, el estado de la economía
de Brasil es tan desastroso durante el impresentable gobierno de Michel Temer
como lo es en la Argentina de Macri.
Motor
Crespo señala que, a la visa, no aparece ningún
motor que augure una recuperación. Las exportaciones no van mal pero sólo pesan
–señala– un 10 por ciento del PIB. Las inversiones están estancadas desde que
Temer se alzó con el poder, y seguirán así porque la capacidad instalada sólo
opera a 60 por ciento promedio en la industria y no habilita inyecciones de
capital nuevo, salvo para algunas exportaciones puntuales. Y el consumo,
principal motor, está parado con un desempleo de casi 13 por ciento, que según
Sartorello Spinola llega a 50 por ciento incluyendo trabajos informales, y,
sobre todo, una restricción presupuestaria inédita.
El año pasado, Temer mandó al Congreso, que lo
aprobó, un proyecto para congelar el gasto público por 20 años, algo insólito.
Las consecuencias se sintieron de inmediato en una retahíla de recortes a la
inversión social (en salud, educación, ciencia, pensiones, sueldos del Estado)
que llevaron hasta el lamentable incendio por falta de mantenimiento de uno de
los museos más importantes que había en Sudamérica el mes pasado, en Río de
Janeiro. “No veo ningún atisbo de salida a la crisis económica en lo inmediato.
Hay una revolución conservadora en marcha”, señala Crespo.
Lifschitz sostiene que las reformas en marcha “ya
no son las clásicas neoliberales que vimos en los gobiernos de Fernando Henrique
Cardoso sino que, producto de nacer de un golpe, son más rápidas y extensas. Un
eje es la desnacionalización, que hizo que Electrobras vendiera sus
distribuidoras al capital extranjero, que Petrobras hiciera lo propio a favor
de Shell, Exxon, BP o las petroleras portuguesa y noruega con 70 por ciento de
los campos del presal, o que Embraer se vendiera a la Boeing. También se
desmanteló la construcción civil por la causa del Lava Jato y dará lugar, se
supone, al ingreso de extranjeros en una industria que era muy poderosa. Y en
lo social y laboral hubo también un retroceso muy notorio en términos de
precariedad, la peor en décadas”.
Por su parte, desde la Central Única de
Trabajadores, la consultora para Relaciones Internacionales, María Silvia
Portela do Castro, dijo a Cash que la recesión mantiene desocupadas a 17
millones de personas —de las cuales 400 mil se agregaron el último trimestre–,
que la tasa de desempleo general es de 13,4 por ciento (sin contar subempleo y
cuentapropistas) y que el salario medio real de los ocupados formales no supera
los 2200 reales (entre 15 y 20 mil pesos argentinos). “Las nuevas leyes
laborales no mejoraron los temas de empleo, al contrario”, sostuvo.
Derecha
La revolución conservadora tiene el nombre de Jair
Messias Bolsonaro, el candidato presidencial de la extrema derecha. Ex militar,
prodictadura, con lazos con las poderosas iglesias evangelistas brasileñas y
quien, si al principio de su emergencia asustaba hasta a la derecha de su país,
ahora lo tolera y lo abraza porque el candidato original del establishment,
José Alkmin, del PSDB, no convence a nadie, no despega en ninguna medición de
opinión pública. Si ganara Bolsonaro, ya saben que tendrá un programa
neoliberal radical en lo económico (en lo social y político, será ultra
reaccionario), con Paulo Guedes, quien continuaría el ajuste fiscal de Temer,
aunque este debería ser revisado por los excesos y despropósitos que ha
generado, y sobre todo la reforma laboral que buscó y logró por ahora
disciplinar al mercado de trabajo y reducir tanto los salarios como el número
de puestos laborales, revirtiendo los avances progresistas de los años de Lula
que ya se habían comenzado a desandar al final del de Dilma.
Guedes quiso ser él mismo candidato, pero cerró
filas con Bolsonaro. Es fundador del Instituto Millenium y se doctoró, cómo no,
en la monetarista Universidad de Chicago. La revista Veja le preguntó
recientemente qué iba a privatizar y contestó con tres palabras: “No hay
límites”.
En el mercado financiero específicamente, no hay
tanta confianza en Bolsonaro. Los más osados prevén que si sigue la
incertidumbre el dólar podría seguir subiendo hasta llegar a 4,5 reales (hoy,
poco más de 4), una devaluación del real que lo llevaría a un nivel no conocido
desde hace un cuarto de siglo. Directivos de grandes fondos nacionales y
extranjeros se han reunido con jueces del Tribunal Superior Electoral y
encuestadoras. “Hace décadas que no veíamos semejante incertidumbre”, admitió
Eduardo Assis, ex presidente del Banco Central brasileño, al diario Valor.
A nivel más general, el Índice de Confianza del
Empresario del Comercio (CNC) de agosto también acusó el golpe de la incerteza:
llegó al menor nivel del último año. De 6000 empresarios consultados, tres
cuartos dijeron que el panorama económico es uno de los peores desde 2016
cuando arrancó la gestión de Temer. Las ventas minoristas cayeron a una tasa
anual de 20 por ciento, dijo Fabio Bentes, economista de la Confederación
Nacional del Comercio, para citar apenas un dato sobre el malhumor. Otro más,
en este caso aportado por Global Wealth Report Review y citado por el portal
“Brasil al Momento”: este año ya unos dos mil millonarios se llevaron casi todo
su patrimonio afuera del país, en general desde San Pablo, centro de la riqueza
brasileña, hacia Portugal, España y Estados Unidos.
Izquierda
Por su parte, el PT, que lleva como candidato a
Haddad, debería ofrecer en un eventual gobierno entre un programa más amigable
a los mercados, como hizo otras veces el partido de Lula en el gobierno, u otro
más de avanzada. “El primer caso podría significar que el ministro del área
fuera Marcos Lisboa, economista afín a Haddad, para generar más confianza; o si
quieren una agenda menos liberal, alguien más desarrollista como Ricardo
Carneiro”, dijo Danilo Spínola.
El PT ha tenido el problema que, al ser Brasil un
país menos presidencialista que Argentina, y sin contar mayoría absoluta de
votos, se ve obligado a tejer en el Parlamento alianzas con sectores
conservadores, como fue el caso de la coalición con el PMDB, de Temer, en sus
cuatro gobiernos de 2003 hasta el golpe de 2016. “Por esas razones el PT no
deja de tener un programa neoliberal con tinte social”, opinó Crespo.
Los otros candidatos también siguen el mainstream
neoliberal salvo acaso Ciro Gómes, quien coqueteó para quedarse con la
candidatura del centro izquierda con un programa más afín al desarrollismo
brasileño histórico, pero irá por fuera del PT, con el PDL (podría beneficiarse
de la alta mala imagen que tienen los dos candidatos con mayores preferencias,
Haddad y Bolsonaro, y podría llevar como ministro eventualmente a Nelson
Marconi, de la Fundación Getulio Vargas), o la ecologista Marina Silva o, con
muy pocas chances, Guillermo Boulos, del
Movimiento de los Sin Techo aliado al PSOL, el partido al que pertenecía
Mariella Franco, concejala de Río asesinada este año en la escalada de
violencia represiva que Bolsonaro y las Fuerzas Armadas brasileñas agitan. Los
candidatos dependen mucho del posicionamiento que les da la televisión, de
fuerte impacto en la opinión pública y completamente dominada por grupos de
derecha y evangélicos.
En cualquier caso el cuadro económico y social es
gravísimo. Lifschitz agregó que con Temer subieron la pobreza y la desigualdad
(todos los indicadores oficiales lo reconocen) y que los problemas ya no sólo
golpean a la clase baja mayormente mulata o negra sino a clases medias y medias
bajas con blancos e instruidos. “Además, ya se sabe de unos 3 millones de
mayores de 60 años que no pueden pagar sus cuentas básicas de agua, luz y gas”,
dijo, citando un estudio de la Fundación Perseu Abramo.
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