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sábado, 24 de noviembre de 2018

Argentina: La colonia muerta

La mentalidad colonial siempre ha mirado afuera. Siempre ha estado pendiente de sus patrones externos. Ha conformado un pensamiento servil a través de un relato sumiso que niega identidad, descree de pertenencia y rechaza toda tradición, origen desde la llegada de los españoles a América.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

No bien emancipada de la corona española, se subordinó a Inglaterra, su libre comercio y su pujanza industrial, renegando del atraso ibérico y sepultando las mercancías regionales. Se abrió a las imposiciones del nuevo patrón y trazó los carriles y puertos para ofrecerle al mejor precio (para ellos) de nuestros productos. Profundizamos un flujo comercial centrífugo: de la concentración portuaria a la orgullosa e insaciable metrópolis. Todo lo bueno venía de afuera. Todo lo malo era lo autóctono: indios y criollos eran despreciables. No había que ahorrar sangre de gauchos, decía Sarmiento, maestro, periodista, la pluma más brillante del siglo XIX y, finalmente, presidente de la República.

La nación Argentina fue moldeada bajo el pensamiento de Sarmiento y de Alberdi, el otro gran jurista, autor de las Bases para la Constitución de la Nación Argentina. Constitución que ve la luz en 1853 y, con la incorporación de Buenos Aires en 1860, consolida el país, el que se modernizará hasta fines de ese siglo.

Los mentores de ese proceso – además de los nombrados – son Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca y Carlos Pellegrini, entre otros. Todos ellos miraron hacia afuera, siguieron el modelo europeo en todos sus aspectos: arquitectónico, edilicio, urbano y sobre todo, cultural. De allí que se nos confunda con Europa. Para ello fue necesario tener una educación pública modelo, con instituciones como el Colegio Nacional de Buenos Aires y la Escuela Superior de Comercio, donde se formó la elite dirigente de esos años y que aún, mantiene su rigor y prestigio.

La gran migración recibida no vino de Inglaterra ni de Francia, sino de Italia y de España, sin mayor formación y revoltosa, en su mayoría anarquista. Hecho que generó una violenta reacción que vio en aquellos obreros, el enemigo disolvente. El mensaje nacionalista provino de las escuelas y del Ejército Argentino, se impuso el servicio militar obligatorio. Había que nacionalizar a esos indeseables extranjeros y, en lo posible, deportarlos. Se impuso y aplicó la Ley de residencia.

Sin embargo, el éxito del Martín Fierro entre la peonada de las estancias, llamó la atención de los padres de la literatura oficial y, Leopoldo Lugones fue el encargado de revindicar a ese gaucho legendario que, en su vuelta, se somete al orden del Estado naciente. Era importante mantener ese colectivo rural contento cuidando las vacas que producían elevados ingresos con su exportación. Era una conciliación entre las clases patricias y su pasado telúrico. El patrón se lucía orgulloso en las exposiciones anuales de la Sociedad Rural Argentina, mientras los gauchos paseaban los toros premiados cubiertos de cucardas. Una verdadera fiesta del campo argentino. El sector más representativo agroexportador. Perfil contra el que pretendió confrontar Carlos Pellegrini al fundar el Club Industrial en 1875, quien luego crearía la Escuela Superior de Comercio al asumir la presidencia en la Revolución de 1890.

La patria con olor a bosta. El eje de la Pampa Húmeda por sobre las economías regionales. Sin sustitución de importaciones ni escuelas industriales. Apertura económica irrestricta como en los noventa con Carlos Menem, el mismo senador octogenario salvado por la justicia del gobierno actual por la devastación del arsenal de Río Tercero. El mismo proyecto llevado a cabo por la Alianza de De la Rua que tuvo que irse en helicóptero. El mismo repetido, mentido y acelerado impuesto por Macri que quiere mostrarle al mundo a través del G20.

Para ello necesita una ciudad vacía, sin habitantes desde el 29 de noviembre al 2 de diciembre. Mostrar el orden de los cementerios de épocas pretéritas. Sin trenes ni subtes funcionando, sin aeropuerto ni puerto, con calles y avenidas cortadas a la circulación vehicular. Sobre todo, sin gente. Sin molestos manifestantes. Toda una ciudad paralizada para que la dirigencia extranjera perciba la paz forzada, garantizada por la ministra de Defensa. Ministra que exhortó a los habitantes de la CABA que la abandonaran por un fin de semana. También ha dicho que quien quiera portar armas, que lo haga, como si fuera la presidenta de la asociación amigos del rifle. Olvidamos en un tris que éramos una región de paz.

Y… como todo lo que pasa en Capital se extiende el país, luego tendremos un país vacío. Listo para que vengan inversores extranjeros. El sueño de las mil familias del campo, como en el proyecto menemista. Aquel de las relaciones carnales con EEUU.

Sueño de los habitantes de los coquetos barrios de Buenos Aires y el Conurbano que adhieren y felicitan las medidas de la ministra Bullrich. Que inclusive se ilusionan con un apartheid en los medios de transporte, para no juntarse con la chusma o, como parafrasean “no convivir con gente de moral y estéticamente fea”.

Está claro, ellos cultivan la desconfianza. No quieren al otro, rechazan lo humano. Celebran la competitividad y el emprendedorismo. Descreen de lo estatal y toda asociación colectiva y solidaria. Es más, usan lo público en beneficio propio.

Toda una construcción cultural elaborada en establecimientos educativos privados y medios de comunicación cómplices que han impuesto esas ideas. Medios que han colonizado la subjetividad de las clases medias y bajas, estimulando idénticos deseos que sus patrones. Los mismos patrones que ahora les dicen en la cara que estaban mal acostumbrados, cómo podían tener autos cero kilómetro, tener plasmas y celulares de última generación o salir de vacaciones al exterior si eran pobres. Estaban equivocados, muy equivocados. Con mal comer, pueden darse por satisfechos.

Esa cruda verdad revela una caída de 12 kgs. de carne per cápita en el último año, llegando a un piso de 49 kgs, el más bajo de la historia. Declaración realizada por el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Carne y la Asociación Argentina de Carnicerías que viene denunciando el progresivo cierre de negocios, 3.000 en todo el país en estos años. Cómo, ¿no era éste el país de la carne?

A la colonia muerta se le opone la vida. La vida de millones de trabajadores que luchan solidariamente codo a codo contra tanto despojo. Un pueblo vivo que tiene esperanza en sus dirigentes. En los líderes que se han reunido estos días en Buenos Aires en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico, organizado por CLACSO a través de Paulo Gentili que convocó a las ex presidentas Dilma Rouseff, Cristina Fernández, al vicepresidente Álvaro García Linera, al profesor Juan Carlos Monedero de Podemos, entre otros. 

Allí todos hablan de esperanza, del consenso que deben lograr los progresistas mundiales para superar el avance de las derechas. Que se cometieron errores que deben ser salvados con altura, sin rencores, abrazando a todos porque todos importan. Conscientes de que la región soporta un mal momento, pero también lo atraviesa el mundo y es, en ese encuentro solidario en donde se fortalece la esperanza de un mundo mejor, más justo, equitativo y porque no, más feliz.

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