La mentalidad colonial
siempre ha mirado afuera. Siempre ha estado pendiente de sus patrones externos.
Ha conformado un pensamiento servil a través de un relato sumiso que niega
identidad, descree de pertenencia y rechaza toda tradición, origen desde la
llegada de los españoles a América.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
No bien emancipada de
la corona española, se subordinó a Inglaterra, su libre comercio y su pujanza
industrial, renegando del atraso ibérico y sepultando las mercancías
regionales. Se abrió a las imposiciones del nuevo patrón y trazó los carriles y
puertos para ofrecerle al mejor precio (para ellos) de nuestros productos.
Profundizamos un flujo comercial centrífugo: de la concentración portuaria a la
orgullosa e insaciable metrópolis. Todo lo bueno venía de afuera. Todo lo malo
era lo autóctono: indios y criollos eran despreciables. No había que ahorrar
sangre de gauchos, decía Sarmiento, maestro, periodista, la pluma más brillante
del siglo XIX y, finalmente, presidente de la República.
La nación Argentina fue
moldeada bajo el pensamiento de Sarmiento y de Alberdi, el otro gran jurista,
autor de las Bases para la Constitución de la Nación Argentina. Constitución
que ve la luz en 1853 y, con la incorporación de Buenos Aires en 1860,
consolida el país, el que se modernizará hasta fines de ese siglo.
Los mentores de ese
proceso – además de los nombrados – son Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda,
Julio A. Roca y Carlos Pellegrini, entre otros. Todos ellos miraron hacia
afuera, siguieron el modelo europeo en todos sus aspectos: arquitectónico,
edilicio, urbano y sobre todo, cultural. De allí que se nos confunda con
Europa. Para ello fue necesario tener una educación pública modelo, con
instituciones como el Colegio Nacional de Buenos Aires y la Escuela Superior de
Comercio, donde se formó la elite dirigente de esos años y que aún, mantiene su
rigor y prestigio.
La gran migración
recibida no vino de Inglaterra ni de Francia, sino de Italia y de España, sin
mayor formación y revoltosa, en su mayoría anarquista. Hecho que generó una
violenta reacción que vio en aquellos obreros, el enemigo disolvente. El
mensaje nacionalista provino de las escuelas y del Ejército Argentino, se
impuso el servicio militar obligatorio. Había que nacionalizar a esos
indeseables extranjeros y, en lo posible, deportarlos. Se impuso y aplicó la
Ley de residencia.
Sin embargo, el éxito
del Martín Fierro entre la peonada de las estancias, llamó la atención de los
padres de la literatura oficial y, Leopoldo Lugones fue el encargado de
revindicar a ese gaucho legendario que, en su vuelta, se somete al orden del
Estado naciente. Era importante mantener ese colectivo rural contento cuidando
las vacas que producían elevados ingresos con su exportación. Era una
conciliación entre las clases patricias y su pasado telúrico. El patrón se
lucía orgulloso en las exposiciones anuales de la Sociedad Rural Argentina,
mientras los gauchos paseaban los toros premiados cubiertos de cucardas. Una
verdadera fiesta del campo argentino. El sector más representativo
agroexportador. Perfil contra el que pretendió confrontar Carlos Pellegrini al
fundar el Club Industrial en 1875, quien luego crearía la Escuela Superior de
Comercio al asumir la presidencia en la Revolución de 1890.
La patria con olor a
bosta. El eje de la Pampa Húmeda por sobre las economías regionales. Sin
sustitución de importaciones ni escuelas industriales. Apertura económica
irrestricta como en los noventa con Carlos Menem, el mismo senador octogenario
salvado por la justicia del gobierno actual por la devastación del arsenal de
Río Tercero. El mismo proyecto llevado a cabo por la Alianza de De la Rua que
tuvo que irse en helicóptero. El mismo repetido, mentido y acelerado impuesto
por Macri que quiere mostrarle al mundo a través del G20.
Para ello necesita una
ciudad vacía, sin habitantes desde el 29 de noviembre al 2 de diciembre.
Mostrar el orden de los cementerios de épocas pretéritas. Sin trenes ni subtes
funcionando, sin aeropuerto ni puerto, con calles y avenidas cortadas a la
circulación vehicular. Sobre todo, sin gente. Sin molestos manifestantes. Toda
una ciudad paralizada para que la dirigencia extranjera perciba la paz forzada,
garantizada por la ministra de Defensa. Ministra que exhortó a los habitantes
de la CABA que la abandonaran por un fin de semana. También ha dicho que quien
quiera portar armas, que lo haga, como si fuera la presidenta de la asociación
amigos del rifle. Olvidamos en un tris que éramos una región de paz.
Y… como todo lo que
pasa en Capital se extiende el país, luego tendremos un país vacío. Listo para
que vengan inversores extranjeros. El sueño de las mil familias del campo, como
en el proyecto menemista. Aquel de las relaciones carnales con EEUU.
Sueño de los habitantes
de los coquetos barrios de Buenos Aires y el Conurbano que adhieren y felicitan
las medidas de la ministra Bullrich. Que inclusive se ilusionan con un
apartheid en los medios de transporte, para no juntarse con la chusma o, como
parafrasean “no convivir con gente de moral y estéticamente fea”.
Está claro, ellos
cultivan la desconfianza. No quieren al otro, rechazan lo humano. Celebran la
competitividad y el emprendedorismo. Descreen de lo estatal y toda asociación
colectiva y solidaria. Es más, usan lo público en beneficio propio.
Toda una construcción
cultural elaborada en establecimientos educativos privados y medios de
comunicación cómplices que han impuesto esas ideas. Medios que han colonizado
la subjetividad de las clases medias y bajas, estimulando idénticos deseos que
sus patrones. Los mismos patrones que ahora les dicen en la cara que estaban
mal acostumbrados, cómo podían tener autos cero kilómetro, tener plasmas y
celulares de última generación o salir de vacaciones al exterior si eran
pobres. Estaban equivocados, muy equivocados. Con mal comer, pueden darse por
satisfechos.
Esa cruda verdad revela
una caída de 12 kgs. de carne per cápita en el último año, llegando a un piso
de 49 kgs, el más bajo de la historia. Declaración realizada por el Sindicato
de Trabajadores de la Industria de la Carne y la Asociación Argentina de
Carnicerías que viene denunciando el progresivo cierre de negocios, 3.000 en
todo el país en estos años. Cómo, ¿no era éste el país de la carne?
A la colonia muerta se
le opone la vida. La vida de millones de trabajadores que luchan solidariamente
codo a codo contra tanto despojo. Un pueblo vivo que tiene esperanza en sus
dirigentes. En los líderes que se han reunido estos días en Buenos Aires en el
Foro Mundial del Pensamiento Crítico, organizado por CLACSO a través de Paulo
Gentili que convocó a las ex presidentas Dilma Rouseff, Cristina Fernández, al
vicepresidente Álvaro García Linera, al profesor Juan Carlos Monedero de
Podemos, entre otros.
Allí todos hablan de
esperanza, del consenso que deben lograr los progresistas mundiales para
superar el avance de las derechas. Que se cometieron errores que deben ser
salvados con altura, sin rencores, abrazando a todos porque todos importan.
Conscientes de que la región soporta un mal momento, pero también lo atraviesa
el mundo y es, en ese encuentro solidario en donde se fortalece la esperanza de
un mundo mejor, más justo, equitativo y porque no, más feliz.
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