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sábado, 15 de diciembre de 2018

Argentina: 35 años de democracia

Estos 35 años de democracia sirven para hacer un balance de lo ocurrido a partir del tremendo daño ocasionado por la dictadura al entramado social y económico, dado que ejercieron el monopolio de la fuerza directa e indirecta sobre la sociedad.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Estaba en San Pablo haciendo un posgrado en la FUNDAP, Fundación de Desarrollo Administrativo de ese estado. Era un joven profesional inmaduro, cándido, apasionado e ignorante. Gobernaba Brasil el General Joao Figueredo. Me asombraba el continente verde amarelo por sus tremendos contrastes: ciudades gigantescas rodeadas de favelas; esa proeza paisajística de Brasilia en medio de la amplia meseta; la arquitectura de Oscar Niemayer; una riquísima diversidad humana mestiza: branca preta y mulata, aunque su base es ampliamente indígena, según estudios posteriores; su alegría contagiosa; su pasado imperial puesto de manifiesto en su toponimia, en las calles; la poesía de Vinicius de Moraes y la música de Tom Jobim; el tradicional ícono carioca de Carmen Miranda con el pañuelo atado a la cabeza repleto de frutas tropicales; la cadencia del bossa nova contrastando con el samba y el nordestino forró.

Desconocía – como mucho más desconocía de la situación de mi propio país – las atrocidades de su dictadura, la cárcel de miles de obreros, sacerdotes y políticos entre los que se encontraba aquel dirigente metalúrgico pernambucano que años después sería presidente de esa República Federativa.

Desconocía desde su lengua sibilante y seductora y a sus gravísimos conflictos de clase, irreconciliables. En fin… su exuberante y desgarradora magia.

Nosotros veníamos de una dictadura atroz que creíamos interminable y una guerra absurda en Malvinas que los envalentonó más aún, en la creencia que peleaban contra Inglaterra y no con la OTAN. Un error mayúsculo que el canciller Nicanor Costa Méndez no previó. Les parecía utópico el desplazamiento de la Real Armada a ese archipiélago austral. No fue así. Vino hasta el joven Príncipe en su bautismo de fuego. Lo sabemos y sufrimos. Mucho más nuestros jóvenes combatientes que terminaron ninguneados por la recuperada democracia, pagando costos ajenos. Medio millar de esos héroes ignorados y deprimidos se suicidaron.

Pero ese fracaso y desgaste natural abrió la posibilidad de la reapertura democrática y lentamente, en aquellos meses de 1983, se pusieron en movimiento los partidos políticos para finalmente llegar a elecciones en el mes de octubre. Después de casi una década volvíamos a las urnas ilusionados con elegir un gobierno.

Lo hice en el Consulado General Argentino de San Pablo junto a miles de compatriotas que vivían allí desplazados para salvar sus vidas. Era una alegría inmensa y tímida que compartíamos entre los que hacíamos cola ese último domingo de octubre. Nos reíamos como chicos al mirarnos a los ojos, aunque nos sinceráramos de distinto partido.

Fue una fiesta cívica en un país hermano que nos había abierto los brazos por distintos motivos, pero gratamente acogidos. Al triunfo de la fórmula Alfonsín – Martínez lo festejamos todos, radicales y peronistas, conservadores y socialistas, sobre todo, luego de ver la quema del féretro que realizó Herminio Iglesias, líder sindical peronista en el Obelisco, que cayó pésimamente entre los compañeros. Fue un acto estúpido pero a la vez – como se convino en reuniones posteriores – un hecho fortuito, porque de haber ganado el peronismo, los militares hubieran vuelto a la carga y, como se jactaban entre ellos, los desaparecidos tendrían entonces, nombre y apellido.

El caso es que me fui dejando un país y al volver para las fiestas de ese año, encontré otro. Todo era festejo y algarabía. En los aeropuertos, a medida que llegaban los vuelos de distintos países, se repetían los abrazos de los familiares con los que regresaban al país. Recobrar la libertad era un despertar a la vida, una ilusión colectiva. Luego nos fuimos enterando de dónde salíamos y cuál era el saldo dejado por aquellos criminales uniformados. Llevó tiempo cobrar consciencia de lo que era el terrorismo de Estado y una dictadura cívico – militar, porque hubo ganadores y perdedores de ese proceso. Ganadores de todo ese despilfarro y derroche que significó la construcción de la infraestructura para el Mundial ’78 y la compra de material bélico para la bravuconada del conflicto con Chile y la frustrada invasión a Malvinas. Se octuplicó la deuda externa, de los 5 mil millones de dólares dejados por Isabel Martínez de Perón a 43 mil millones de la misma moneda al finalizar la dictadura. Ocho grandes grupos económicos, entre ellos el de la actual familia presidencial, se habían repartido la obra pública y concentrado las 200 mayores empresas formadoras de precio del país. Hecho tan significativo y concreto con la que estrelló el gobierno de Alfonsín y aquella promesa de “con la democracia se come, se cura y se educa”. No pudo satisfacer las demandas sociales acumuladas durante aquellos años de plomo.

Al contrario, los perdedores, la inmensa mayoría del pueblo argentino, aquellos miles que perdieron sus vidas, fueron torturados, mutilados, obligados a emigrar y perdieron afectos y bienes, también tuvimos que hacernos cargo de la deuda de la “década perdida” como el resto de los hermanos latinoamericanos que salían de procesos similares.

El juicio a las juntas y el Nunca más, fue un éxito rotundo de la justicia y la sociedad en general, aunque en las sombras la mano de obra desocupada siempre estuvo al acecho, que bien podríamos decir que se mantiene a la espera de momentos propicios para ejercer su poder predatorio.

A los efectos de dar algunos números significativos: “entre 1975 y 2004 los argentinos de clase media y baja perdieron entre el 15 y el 40% de su participación en el ingreso nacional y la brecha entre ricos y pobres pasó del 12 al 29%”.[1]

Estos 35 años de democracia sirven para hacer un balance de lo ocurrido a partir del tremendo daño ocasionado por la dictadura al entramado social y económico, dado que ejercieron el monopolio de la fuerza directa e indirecta sobre la sociedad. Todo el entramado socioeconómico pasó por el tamiz de sus macabros especialistas neutralizando y destruyendo las expresiones grupales y solidarias. Además de los partidos políticos, sindicatos, cooperativas, mutuales, organizaciones barriales, parroquiales, fueron desmanteladas y sus integrantes perseguidos. Lo mismo sucedió en las Universidades y centros de estudios, escuelas secundarias y primarias. Empresas públicas y organismos descentralizados por los que circulaban las listas negras, fueron minuciosamente purgados de elementos sospechosos.

Sobreponerse a tal destrucción es difícil, como difícil ha sido transitar en esas condiciones los años que siguieron al gobierno de Alfonsín.

El anticipo de la asunción de Carlos Menem fue por su promesa de revolución productiva y salariazo que terminó en una alianza popular conservadora, traicionando a la base trabajadora que lo había elegido. Su mandato coincidió con la puesta en vigencia del Consenso de Washington y su decálogo, también con las “relaciones carnales” con EEUU, justamente con el recientemente fallecido George W. Bush, sepultado con tantos honores.

El desguace del Estado y la destrucción de las empresas públicas dejó otras ruinas irrecuperables. En el caso de los Ferrocarriles, se suprimieron miles de kilómetros de vías, abandonando miles de estaciones, perdiéndose cerca de 900 pueblos extendidos en toda la geografía nacional. Algunos en lugares sumamente alejados entre montañas o la inmensa planicie de la Pampa o la Patagonia, donde el tren llevaba información, alimentos, agua, hasta cultura y educación.   

Esa inconmensurable deuda interna acumulada siguió con el gobierno de la Alianza juntando presión y estalló en diciembre de 2001 que, en duros números que no dicen del horroroso padecimiento de millones, significó el 60% de la población bajo la línea de pobreza y varios muertos en la represión ordenada por el presidente que luego escaparía en helicóptero.

Lógicamente la sombra ominosa del FMI sobrevoló los despojos alimentándose de la carroña dejada. El costo de la Convertibilidad fue espantoso, tanto o quizás… menor del que ahora nos depara el endeudamiento macrista.

Domingo Cavallo estuvo en las dos oportunidades, fue el padre de la Convertibilidad y luego llamado por De la Rúa para manejar la crisis económica de aquellos años a través del vínculo que tenía con el FMI. Finalmente, ellos esperaban poner en marcha un “protectorado” dividiendo al país en cuatro regiones gobernadas por expertos del Fondo, perdiendo la soberanía como la hemos perdido ahora.

Desde 2003 con Néstor Kirchner se inicia un proceso de crecimiento sostenido, aprovechando el precio internacional de la soja que hace posible recuperar una distribución de la riqueza más equitativa. Se mejora y profundiza el proceso de derechos inclusivos que se había iniciado forzosamente con el Plan Jefes y Jefas de Hogar iniciado por Eduardo Duhalde.

Hemos hablado mucho sobre la “pesada herencia” que desendeudó al país del Fondo, repatrió más de mil científicos, fundó 9 universidades públicas, miles de alumnos becados, millones de notebooks entregadas, miles de viviendas construidas por el Procrear, incorporación de millones de jubilados al sistema, etc., etc., etc. Derechos que han sido sistemáticamente arrasados durante estos tres años, tanto como las miles de Pymes cerradas, el desempleo generado, la elevadísima inflación y el aberrante e impagable endeudamiento.

Recorriendo los tiempos, advertimos claramente los ganadores y perdedores de estos 35 años de democracia. Entre los perdedores y eternos resistentes, estamos todos menos ese vértice privilegiado e indolente que manda. Estamos todos los que nos cobijamos bajo la idea de Patria y la entelequia de Nación ideada y construida por los padres fundadores. Los que lucharon por liberarla del yugo hispánico y toda otra potencia extranjera. Todos los anónimos laburantes que atravesamos la geografía de este país que se levanta cada día como las espigas de los trigales. Los maestros que concurren a dar clases diariamente sin importarles las inclemencias del tiempo. Los médicos y enfermeras que velan por la salud de la población sin esperar reconocimiento alguno o un salario digno. Los mineros que bajan a las entrañas de la tierra arrancándose en trozos la vida. Los labriegos y arrieros que resignan sus sueños tras una faena que les da razón de su existencia. En fin, todos los que hacemos y construimos la convivencia armónica de esta joven democracia. Los que jamás hemos especulado ni lucrado porque entendemos que la vida es otra cosa. Entendemos que la vida nos obliga a ser respetuosos, solidarios, comprometidos con los demás seres con quienes compartimos la existencia. Abrevamos en valores eternos, simples y sencillos. Claros para que los entendamos todos: como no robar, no mentir ni se perezoso como nos enseñan los pueblos originarios y que marcan a fuego nuestra forma de ser desde los primeros años.

Por ese compromiso profundo con todo aquello. Por nuestros padres. Por nuestros hijos y hermanos. Por nuestros abuelos y nietos. Por todos nuestros antepasados y descendientes. Por los muertos y los vivos. Por toda la sangre derramada y el polvo del que estamos hechos en esta maravillosa tierra americana que forma parte del detritus del que estamos haciéndonos, hasta esta pequeña racha en la que nos vamos deshaciendo en la vorágine de los tiempos. Por tantas lágrimas derramadas y sueños cumplidos e incumplidos, amasados desde la cuna, en la promesa que éramos al nacer y lo poco o mucho logrado en esta generosa tierra de promisión abierta a todos los hombres del mundo de buena voluntad. Por eso y por todo lo no dicho, lo callado por millones de hermanos que no están y por los que tenemos la obligación de dar testimonio. Por esta dolida democracia que, aunque imperfecta, sigue siendo el mejor sistema de gobierno. Por otros 35 o cientos de años más.



[1] Franco, Marina y Manzano, Valeria, La crisis permanente como marca identitaria, Le monde diplomatic, Edición Especial: Anatomía del Neoliberalismo. Universidad Nacional de San Martín. Noviembre/Diciembre 2018. P.13

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