Estos 35 años de
democracia sirven para hacer un balance de lo ocurrido a partir del tremendo
daño ocasionado por la dictadura al entramado social y económico, dado que
ejercieron el monopolio de la fuerza directa e indirecta sobre la sociedad.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Estaba en San Pablo
haciendo un posgrado en la FUNDAP, Fundación de Desarrollo Administrativo de
ese estado. Era un joven profesional inmaduro, cándido, apasionado e ignorante.
Gobernaba Brasil el General Joao Figueredo. Me asombraba el continente verde
amarelo por sus tremendos contrastes: ciudades gigantescas rodeadas de favelas;
esa proeza paisajística de Brasilia en medio de la amplia meseta; la
arquitectura de Oscar Niemayer; una riquísima diversidad humana mestiza: branca
preta y mulata, aunque su base es ampliamente indígena, según estudios
posteriores; su alegría contagiosa; su pasado imperial puesto de manifiesto en
su toponimia, en las calles; la poesía de Vinicius de Moraes y la música de Tom
Jobim; el tradicional ícono carioca de Carmen Miranda con el pañuelo atado a la
cabeza repleto de frutas tropicales; la cadencia del bossa nova contrastando
con el samba y el nordestino forró.
Desconocía – como mucho
más desconocía de la situación de mi propio país – las atrocidades de su
dictadura, la cárcel de miles de obreros, sacerdotes y políticos entre los que
se encontraba aquel dirigente metalúrgico pernambucano que años después sería
presidente de esa República Federativa.
Desconocía desde su
lengua sibilante y seductora y a sus gravísimos conflictos de clase,
irreconciliables. En fin… su exuberante y desgarradora magia.
Nosotros veníamos de
una dictadura atroz que creíamos interminable y una guerra absurda en Malvinas
que los envalentonó más aún, en la creencia que peleaban contra Inglaterra y no
con la OTAN. Un error mayúsculo que el canciller Nicanor Costa Méndez no
previó. Les parecía utópico el desplazamiento de la Real Armada a ese
archipiélago austral. No fue así. Vino hasta el joven Príncipe en su bautismo
de fuego. Lo sabemos y sufrimos. Mucho más nuestros jóvenes combatientes que
terminaron ninguneados por la recuperada democracia, pagando costos ajenos.
Medio millar de esos héroes ignorados y deprimidos se suicidaron.
Pero ese fracaso y
desgaste natural abrió la posibilidad de la reapertura democrática y lentamente,
en aquellos meses de 1983, se pusieron en movimiento los partidos políticos
para finalmente llegar a elecciones en el mes de octubre. Después de casi una
década volvíamos a las urnas ilusionados con elegir un gobierno.
Lo hice en el Consulado
General Argentino de San Pablo junto a miles de compatriotas que vivían allí
desplazados para salvar sus vidas. Era una alegría inmensa y tímida que
compartíamos entre los que hacíamos cola ese último domingo de octubre. Nos
reíamos como chicos al mirarnos a los ojos, aunque nos sinceráramos de distinto
partido.
Fue una fiesta cívica
en un país hermano que nos había abierto los brazos por distintos motivos, pero
gratamente acogidos. Al triunfo de la fórmula Alfonsín – Martínez lo festejamos
todos, radicales y peronistas, conservadores y socialistas, sobre todo, luego
de ver la quema del féretro que realizó Herminio Iglesias, líder sindical
peronista en el Obelisco, que cayó pésimamente entre los compañeros. Fue un
acto estúpido pero a la vez – como se convino en reuniones posteriores – un
hecho fortuito, porque de haber ganado el peronismo, los militares hubieran
vuelto a la carga y, como se jactaban entre ellos, los desaparecidos tendrían
entonces, nombre y apellido.
El caso es que me fui
dejando un país y al volver para las fiestas de ese año, encontré otro. Todo
era festejo y algarabía. En los aeropuertos, a medida que llegaban los vuelos
de distintos países, se repetían los abrazos de los familiares con los que
regresaban al país. Recobrar la libertad era un despertar a la vida, una
ilusión colectiva. Luego nos fuimos enterando de dónde salíamos y cuál era el
saldo dejado por aquellos criminales uniformados. Llevó tiempo cobrar
consciencia de lo que era el terrorismo de Estado y una dictadura cívico –
militar, porque hubo ganadores y perdedores de ese proceso. Ganadores de todo
ese despilfarro y derroche que significó la construcción de la infraestructura
para el Mundial ’78 y la compra de material bélico para la bravuconada del
conflicto con Chile y la frustrada invasión a Malvinas. Se octuplicó la deuda
externa, de los 5 mil millones de dólares dejados por Isabel Martínez de Perón
a 43 mil millones de la misma moneda al finalizar la dictadura. Ocho grandes
grupos económicos, entre ellos el de la actual familia presidencial, se habían
repartido la obra pública y concentrado las 200 mayores empresas formadoras de
precio del país. Hecho tan significativo y concreto con la que estrelló el
gobierno de Alfonsín y aquella promesa de “con la democracia se come, se cura y
se educa”. No pudo satisfacer las demandas sociales acumuladas durante aquellos
años de plomo.
Al contrario, los
perdedores, la inmensa mayoría del pueblo argentino, aquellos miles que
perdieron sus vidas, fueron torturados, mutilados, obligados a emigrar y
perdieron afectos y bienes, también tuvimos que hacernos cargo de la deuda de
la “década perdida” como el resto de los hermanos latinoamericanos que salían
de procesos similares.
El juicio a las juntas
y el Nunca más, fue un éxito rotundo de la justicia y la sociedad en general,
aunque en las sombras la mano de obra desocupada siempre estuvo al acecho, que
bien podríamos decir que se mantiene a la espera de momentos propicios para
ejercer su poder predatorio.
A los efectos de dar
algunos números significativos: “entre 1975 y 2004 los argentinos de clase
media y baja perdieron entre el 15 y el 40% de su participación en el ingreso
nacional y la brecha entre ricos y pobres pasó del 12 al 29%”.[1]
Estos 35 años de
democracia sirven para hacer un balance de lo ocurrido a partir del tremendo
daño ocasionado por la dictadura al entramado social y económico, dado que
ejercieron el monopolio de la fuerza directa e indirecta sobre la sociedad.
Todo el entramado socioeconómico pasó por el tamiz de sus macabros especialistas
neutralizando y destruyendo las expresiones grupales y solidarias. Además de
los partidos políticos, sindicatos, cooperativas, mutuales, organizaciones
barriales, parroquiales, fueron desmanteladas y sus integrantes perseguidos. Lo
mismo sucedió en las Universidades y centros de estudios, escuelas secundarias
y primarias. Empresas públicas y organismos descentralizados por los que
circulaban las listas negras, fueron minuciosamente purgados de elementos
sospechosos.
Sobreponerse a tal
destrucción es difícil, como difícil ha sido transitar en esas condiciones los
años que siguieron al gobierno de Alfonsín.
El anticipo de la
asunción de Carlos Menem fue por su promesa de revolución productiva y
salariazo que terminó en una alianza popular conservadora, traicionando a la
base trabajadora que lo había elegido. Su mandato coincidió con la puesta en
vigencia del Consenso de Washington y su decálogo, también con las “relaciones
carnales” con EEUU, justamente con el recientemente fallecido George W. Bush,
sepultado con tantos honores.
El desguace del Estado
y la destrucción de las empresas públicas dejó otras ruinas irrecuperables. En
el caso de los Ferrocarriles, se suprimieron miles de kilómetros de vías,
abandonando miles de estaciones, perdiéndose cerca de 900 pueblos extendidos en
toda la geografía nacional. Algunos en lugares sumamente alejados entre
montañas o la inmensa planicie de la Pampa o la Patagonia, donde el tren
llevaba información, alimentos, agua, hasta cultura y educación.
Esa inconmensurable
deuda interna acumulada siguió con el gobierno de la Alianza juntando presión y
estalló en diciembre de 2001 que, en duros números que no dicen del horroroso
padecimiento de millones, significó el 60% de la población bajo la línea de
pobreza y varios muertos en la represión ordenada por el presidente que luego
escaparía en helicóptero.
Lógicamente la sombra
ominosa del FMI sobrevoló los despojos alimentándose de la carroña dejada. El
costo de la Convertibilidad fue espantoso, tanto o quizás… menor del que ahora
nos depara el endeudamiento macrista.
Domingo Cavallo estuvo
en las dos oportunidades, fue el padre de la Convertibilidad y luego llamado
por De la Rúa para manejar la crisis económica de aquellos años a través del
vínculo que tenía con el FMI. Finalmente, ellos esperaban poner en marcha un
“protectorado” dividiendo al país en cuatro regiones gobernadas por expertos
del Fondo, perdiendo la soberanía como la hemos perdido ahora.
Desde 2003 con Néstor
Kirchner se inicia un proceso de crecimiento sostenido, aprovechando el precio
internacional de la soja que hace posible recuperar una distribución de la
riqueza más equitativa. Se mejora y profundiza el proceso de derechos
inclusivos que se había iniciado forzosamente con el Plan Jefes y Jefas de
Hogar iniciado por Eduardo Duhalde.
Hemos hablado mucho
sobre la “pesada herencia” que desendeudó al país del Fondo, repatrió más de
mil científicos, fundó 9 universidades públicas, miles de alumnos becados,
millones de notebooks entregadas, miles de viviendas construidas por el
Procrear, incorporación de millones de jubilados al sistema, etc., etc., etc.
Derechos que han sido sistemáticamente arrasados durante estos tres años, tanto
como las miles de Pymes cerradas, el desempleo generado, la elevadísima
inflación y el aberrante e impagable endeudamiento.
Recorriendo los
tiempos, advertimos claramente los ganadores y perdedores de estos 35 años de
democracia. Entre los perdedores y eternos resistentes, estamos todos menos ese
vértice privilegiado e indolente que manda. Estamos todos los que nos cobijamos
bajo la idea de Patria y la entelequia de Nación ideada y construida por los
padres fundadores. Los que lucharon por liberarla del yugo hispánico y toda
otra potencia extranjera. Todos los anónimos laburantes que atravesamos la
geografía de este país que se levanta cada día como las espigas de los
trigales. Los maestros que concurren a dar clases diariamente sin importarles
las inclemencias del tiempo. Los médicos y enfermeras que velan por la salud de
la población sin esperar reconocimiento alguno o un salario digno. Los mineros
que bajan a las entrañas de la tierra arrancándose en trozos la vida. Los
labriegos y arrieros que resignan sus sueños tras una faena que les da razón de
su existencia. En fin, todos los que hacemos y construimos la convivencia
armónica de esta joven democracia. Los que jamás hemos especulado ni lucrado
porque entendemos que la vida es otra cosa. Entendemos que la vida nos obliga a
ser respetuosos, solidarios, comprometidos con los demás seres con quienes
compartimos la existencia. Abrevamos en valores eternos, simples y sencillos.
Claros para que los entendamos todos: como no robar, no mentir ni se perezoso
como nos enseñan los pueblos originarios y que marcan a fuego nuestra forma de
ser desde los primeros años.
Por ese compromiso
profundo con todo aquello. Por nuestros padres. Por nuestros hijos y hermanos.
Por nuestros abuelos y nietos. Por todos nuestros antepasados y descendientes.
Por los muertos y los vivos. Por toda la sangre derramada y el polvo del que
estamos hechos en esta maravillosa tierra americana que forma parte del
detritus del que estamos haciéndonos, hasta esta pequeña racha en la que nos
vamos deshaciendo en la vorágine de los tiempos. Por tantas lágrimas derramadas
y sueños cumplidos e incumplidos, amasados desde la cuna, en la promesa que
éramos al nacer y lo poco o mucho logrado en esta generosa tierra de promisión
abierta a todos los hombres del mundo de buena voluntad. Por eso y por todo lo
no dicho, lo callado por millones de hermanos que no están y por los que
tenemos la obligación de dar testimonio. Por esta dolida democracia que, aunque
imperfecta, sigue siendo el mejor sistema de gobierno. Por otros 35 o cientos
de años más.
[1] Franco, Marina y
Manzano, Valeria, La crisis permanente
como marca identitaria, Le monde diplomatic, Edición Especial: Anatomía del
Neoliberalismo. Universidad Nacional de San Martín. Noviembre/Diciembre 2018.
P.13
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