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sábado, 26 de enero de 2019

Venezuela: “Es la hora de los hornos…”

Aunque es Venezuela sobre la que llueven todos los golpes, somos todos los latinoamericanos los que deberíamos sentirnos humillados y ofendidos con esto que estamos viviendo.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica


En Venezuela no se ha terminado nada, pero lo que ha hecho Trump y sus acólitos es una vuelta de tuerca más que añadirá sufrimiento al pueblo de Venezuela. La oposición, dividida en pedacitos, sin ideas, algunos como niños felices aferrándose a un discurso repetitivo y cansón, que augura la caída del chavismo la semana entrante, antes tal vez, en dos o tres días, y otros sin esperanzas, vaticinando ellos mismos que los que hacen este ensayo de desconocer al gobierno de Maduro no tiene ningún asidero, ningún apoyo, como no sean los gobiernos de los países vecinos  que presumen de impolutos mientras hacen desmanes de trogloditas entre sus fronteras.

De los Estados Unidos no nos extraña absolutamente nada lo que está haciendo, y menos teniendo en el gobierno a Donald Trump, el campeón de la pandilla de matones del barrio. Allá los gringos con su presidente, pero los presidentes latinoamericanos dan vergüenza, también unos más que otros, porque hay quienes uno sabe que no dan para más que jugar el papel de perritos falderos, pero hay otros que pudieron asumir una posición más digna, como la de México y Uruguay. Al escribir esto, tengo en mente al gobierno de Costa Rica, que podría haberse apegado a lo que le dicta su propia Constitución, que habla de neutralidad perpetua, lo que entronca con una tradición civilista que tuvo como momento culmine la abolición del ejército en 1949.

Así que aunque es Venezuela sobre la que llueven todos los golpes, somos todos los latinoamericanos los que deberíamos sentirnos humillados y ofendidos con esto que estamos viviendo, como si no hubiera bastado tener a un impresentable como Bolsonaro en Plananalto, a un Macri bailando cumbia en el mismo balcón desde donde saludó Kirschner con Cristina ante las masas bonaerenses, o haber firmado un pronunciamiento público, como le sucedió a quien esto firma, apoyando la llegada del traidor Lenin Moreno a Corondolet en Ecuador.

Momentos aciagos son estos, pero no es el fin del mundo ni mucho menos. Es una pena que cualquier paso de nacionalismo auténtico, que ponga los ojos en los recursos naturales propios y en las necesidades de quienes más lo necesitan, deba tener por descontado que será atacado con odio, a dentelladas, como le está sucediendo desde el mismo momento que llegó al poder Hugo Chávez a Venezuela.

Ahora dan otra vuelta de tuerca y lanzan sus banderas al viento prediciendo que hasta aquí llegó Maduro, y parecen no ver que quienes podrían realmente tumbarlo no les dan pelota y se alinean con quien fue electo constitucionalmente.

Mientras, los “analistas” de la derecha, a los que los medios de comunicación televisivos y radiales del continente presentan como expertos, especulan sobre lo que tendrá en la cabeza don Donald Trump, “el obtuso”, al reconocer el mequetrefe ese que, subido en una tarima, el solito, se auto proclamó presidente de Venezuela: que a lo mejor Donald sabe que el ejército está por patear el tablero; que de seguro habrá mañana al medio día un sublevación popular que arrasará con todo porque la CIA se lo sopó al oído; que si ya tienen alineados los destructores en el Canal de Panamá. En fin, especulaciones vanas que lo único que muestran son sus deseos alineados con el más vil entreguismo. Malos hijos de Nuestra América estos, sietemesinos les llamó Martí, con cuyas palabras titulamos este artículo; los alineados con los que orinan los muros de la Patria, dijo el poeta guatemalteco Otto René Castillo. Lo peor de lo peor, los que tienen como sueño supremo vivir en un edificio de 23 pisos en Miami-Dade, visitar Disney World, o alcanzar a ver una celebridad de la farándula gringa en el Paseo de la Fama de Los Ángeles.

En medio de esa vorágine está Venezuela, y nosotros desde esta revista que llamamos Con Nuestra América, acudimos a todos los hombres y todas mujeres de bien de América Latina para que condenen estos hechos lamentables y salven, aunque sea en la intimidad de sus casas, la dignidad que desde hace tanto tiempo los gringos pisotean tan impunemente en estas tierras.

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