Aunque
es Venezuela sobre la que llueven todos los golpes, somos todos los latinoamericanos
los que deberíamos sentirnos humillados y ofendidos con esto que estamos
viviendo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
En
Venezuela no se ha terminado nada, pero lo que ha hecho Trump y sus acólitos es
una vuelta de tuerca más que añadirá sufrimiento al pueblo de Venezuela. La
oposición, dividida en pedacitos, sin ideas, algunos como niños felices
aferrándose a un discurso repetitivo y cansón, que augura la caída del chavismo
la semana entrante, antes tal vez, en dos o tres días, y otros sin esperanzas,
vaticinando ellos mismos que los que hacen este ensayo de desconocer al
gobierno de Maduro no tiene ningún asidero, ningún apoyo, como no sean los
gobiernos de los países vecinos que
presumen de impolutos mientras hacen desmanes de trogloditas entre sus
fronteras.
De
los Estados Unidos no nos extraña absolutamente nada lo que está haciendo, y
menos teniendo en el gobierno a Donald Trump, el campeón de la pandilla de
matones del barrio. Allá los gringos con su presidente, pero los presidentes
latinoamericanos dan vergüenza, también unos más que otros, porque hay quienes
uno sabe que no dan para más que jugar el papel de perritos falderos, pero hay
otros que pudieron asumir una posición más digna, como la de México y Uruguay. Al
escribir esto, tengo en mente al gobierno de Costa Rica, que podría haberse
apegado a lo que le dicta su propia Constitución, que habla de neutralidad
perpetua, lo que entronca con una tradición civilista que tuvo como momento
culmine la abolición del ejército en 1949.
Así
que aunque es Venezuela sobre la que llueven todos los golpes, somos todos los
latinoamericanos los que deberíamos sentirnos humillados y ofendidos con esto
que estamos viviendo, como si no hubiera bastado tener a un impresentable como
Bolsonaro en Plananalto, a un Macri bailando cumbia en el mismo balcón desde
donde saludó Kirschner con Cristina ante las masas bonaerenses, o haber firmado
un pronunciamiento público, como le sucedió a quien esto firma, apoyando la
llegada del traidor Lenin Moreno a Corondolet en Ecuador.
Momentos
aciagos son estos, pero no es el fin del mundo ni mucho menos. Es una pena que
cualquier paso de nacionalismo auténtico, que ponga los ojos en los recursos
naturales propios y en las necesidades de quienes más lo necesitan, deba tener
por descontado que será atacado con odio, a dentelladas, como le está
sucediendo desde el mismo momento que llegó al poder Hugo Chávez a Venezuela.
Ahora
dan otra vuelta de tuerca y lanzan sus banderas al viento prediciendo que hasta
aquí llegó Maduro, y parecen no ver que quienes podrían realmente tumbarlo no
les dan pelota y se alinean con quien fue electo constitucionalmente.
Mientras,
los “analistas” de la derecha, a los que los medios de comunicación televisivos
y radiales del continente presentan como expertos, especulan sobre lo que
tendrá en la cabeza don Donald Trump, “el obtuso”, al reconocer el mequetrefe
ese que, subido en una tarima, el solito, se auto proclamó presidente de
Venezuela: que a lo mejor Donald sabe que el ejército está por patear el
tablero; que de seguro habrá mañana al medio día un sublevación popular que arrasará
con todo porque la CIA se lo sopó al oído; que si ya tienen alineados los
destructores en el Canal de Panamá. En fin, especulaciones vanas que lo único
que muestran son sus deseos alineados con el más vil entreguismo. Malos hijos
de Nuestra América estos, sietemesinos les llamó Martí, con cuyas palabras
titulamos este artículo; los alineados con los que orinan los muros de la
Patria, dijo el poeta guatemalteco Otto René Castillo. Lo peor de lo peor, los
que tienen como sueño supremo vivir en un edificio de 23 pisos en Miami-Dade,
visitar Disney World, o alcanzar a ver una celebridad de la farándula gringa en
el Paseo de la Fama de Los Ángeles.
En
medio de esa vorágine está Venezuela, y nosotros desde esta revista que
llamamos Con Nuestra América, acudimos
a todos los hombres y todas mujeres de bien de América Latina para que condenen
estos hechos lamentables y salven, aunque sea en la intimidad de sus casas, la
dignidad que desde hace tanto tiempo los gringos pisotean tan impunemente en
estas tierras.
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