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sábado, 9 de febrero de 2019

Costa Rica: ¡Ni una menos!

En los diálogos de estos últimos días en torno a la denuncia contra Oscar Arias por presunta violación a una mujer, me han llamado la atención dos cosas sobre todo:  “El Juez dirá” y “¿Por qué 20 años más tarde?”   Parece ser el momento de la fe absoluta en la justicia formal y el de la formal descalificación de lo testimonial por cuestión de tiempo. 

Julie Abbott* / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Oscar Arias, expresidente de Costa Rica.
Cuando las organizaciones feministas en Centroamérica volcaron su atención a desentrañar los femicidios,  en Guatemala endosábamos el “ni una muerta más” en nuestras campañas y publicaciones.  Eran los tiempos de la post-guerra y no escatimábamos en mostrar esa presencia que era la muerte en nuestros cotidianos.   Transitar  de “ni una muerta más” al “¡Ni una menos!”  que suscribimos en las marchas del 8 de marzo y del 25 de noviembre, implica la comprensión del régimen patriarcal vigente de otra manera.

Al analizar la denuncia que ha interpuesto una médica y activista  costarricense contra el dos veces presidente de Costa Rica (1986-1990 y 2006-2010) y Premio Nobel de la Paz (1987) Oscar Arias,  me tocan las  convocatorias a romper los silencios y el  ¡Ni una menos! toma forma de ni una voz menos.   La denuncia presentada ante una fiscalía costarricense el primer viernes de febrero es por una presunta violación que habría ocurrido en diciembre de 2014, cuando ella se reunió con Arias en busca de apoyo para la causa de su organización; la reunión tuvo lugar en la casa del acusado.

Recuerdo haber estado en Costa Rica cuando, recién electo, Arias declaró con ánimo de discreción en una entrevista televisada que ejercería las funciones presidenciales desde su casa.  Arguyó que Zapote (como se le dice a casa presidencial en San José Costa Rica) no era de su gusto.   Su segundo período presidencial  estuvo marcado por la urgencia por lograr la  suscripción del Tratado de Libre Comercio entre Centro América y  Estados Unidos (CAFTA), con Costa Rica como el último país en “firmar”.  El  gobierno de Arias hizo propia la iniciativa de opositores de realizar una consulta popular de corte  SI/NO al CAFTA.  Hubo campañas y su gobierno abiertamente a favor de la aprobación del CAFTA, recurrió a una serie de estrategias que hacían uso del miedo ciudadano digamos miedo normal a lo desconocido.  El capítulo “Memorándum del Miedo” (un correo que no tenía que haberse filtrado a los medios) da cuenta de la posición política hecha ventaja al más alto nivel.  Cito las recomendaciones  en su contenido:   "Estimular el miedo" a la "pérdida de empleo", al "ataque a las instituciones democráticas", a la "injerencia extranjera en el No" y al "efecto de un triunfo del No sobre el gobierno".  El foco en el memorándum filtrado derivó en una componenda que les permitió seguir adelante y el entonces joven vicepresidente, Kevin Casas, signatario del memorándum, renunció a su investidura.  Recuerdo bien que Casas era defendido por su madre en publicaciones del matutino La Nación.   La estrategia temeraria que se explica sola en la cita, se redujo al evento “Memorándum” que menos mal se apellidó para la historia como “del miedo”.  Recientemente, Casas  tuvo que bajar perfil al incorporarse a la apasionante vida política costarricense, no sin antes declarar que él ya pagó –con 10 años de exilio de la vida política pública nacional-  y dejar claro que se autoindulta –puedo concluir que  con licencia de su mamá. 

Veo en todo este actuar de las figuras políticas aludidas en calidad de ejemplo, decisiones y prerrogativas de gran peso; veo el encubrimiento como continuum intencional y veo  indultos en versión auto, inter e intra.

Y en los diálogos de estos últimos días en torno a la denuncia contra Oscar Arias, me han llamado la atención dos cosas sobre todo:  “El Juez dirá” y “¿Por qué 20 años más tarde?”   Parece ser el momento de la fe absoluta en la justicia formal y el de la formal descalificación de lo testimonial por cuestión de tiempo.  Queda  trasladada así la responsabilidad del trámite de lo que este caso revela al señor juez y restauradas las comodidades populares.

El “¿Por qué 20 años más tarde?” pesa en calidad de espejismo de duda razonable sobre la voz de Emma Daly, mujer profesional originaria del Reino Unido y  hoy a cargo de las comunicaciones de Human Rights Watch.  Enterada de la denuncia contra Arias, Emma Daly hizo publicar en el Washington Post el pasado lunes, su testimonio y explica que sufrió de abordajes que ella no propició por parte de Oscar Arias cuando ejercía como periodista en 1990 en un lugar público en Managua.  Ofreció su testimonio bajo juramento en caso de ser requerida para el proceso que Arias enfrentará.   Pero  las formas del patriarcado dictan que si ella guardó silencio desde 1990 hasta hoy su declaración tiene que ser objeto de sospecha.  Dictan también  que si Emma Daly  en tiempo real hubiera armado una gritería en el vestíbulo de un hotel en Managua, los mismísimos patriarcas habrían salido en su defensa.  Pues bien, dos observaciones:  Ni les creemos, ni estaba en el cálculo de Emma Daly verse defendida por los señores del auto, inter, intra indulto.

Sobre lo que “el juez dirá”, anticipo un proceso en el cual  del lado del indulto y la duda veremos cómo  se suman las voces lastimeras a las narrativas de encubrimiento que se construyen esforzadamente ante nuestros ojos, mientras que del lado de ¡Ni una voz menos!  suman Emma Daly y otras,  y los  testimonios diferidos que se abren camino al Washington Post o medios de menor impacto, sumarán voces que  sus coincidencias y concordancias sostenidas en el tiempo, más sus confidentes y sus conexiones, levantarán la corroboración de los hechos, es decir la prueba,  también ante nuestros ojos.  Cada quién puede decidir para qué le dan los ojos.  

El crecido personaje pasará a segundo plano y lo que se erige como posibilidad es un horadar de estructuras de encubrimiento que (perdón por la nota literaria, metafórica) ya tendría  que derivar en otoños patriarcales y dar paso a  mejores primaveras.  

Ante mis ojos, Zoila América Narváez, la hija adoptiva de Daniel Ortega, nos dibuja desde sus exilios políticos y afectivos el paralelo entre lo que un patriarca impune le procura a una mujer, a un país, a una revolución.  Esto en una conferencia con ocasión del 8 de Marzo de 2014 a la que asistí.    Me asusta.  Creo que su intervención le dio forma a mi manera de leer las coincidencias entre mujeres y temores; este es un mundo que después de la concesión sufragista a una centena de años ya, permanece envuelto  en  un rigor que sigue jugando a que nada ha cambiado y a que nada cambiará.

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