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sábado, 30 de marzo de 2019

Argentina: Tiempos negros

Se ha dicho hasta el cansancio que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Frase reiterada que destaca la interdependencia de los dos países. Actuamos en tándem, conscientes de las diferencias y magnitudes.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Una nube densa ha sumido al cono sur de América en las tinieblas. Madres y abuelas estuvieron – como cada 24 de marzo – reclamando este último domingo por Memoria, Verdad y Justicia. Alguna de ellas, casi centenaria, nos advertía de su última presencia en las marchas. Otras, reconocidas en el mundo entero por su heroísmo y constancia, volvían al ruedo como hace 43 años, acompañadas por los organismos de Derechos Humanos y organizaciones obreras y del campo popular. El gobierno estuvo ausente. Era de esperar, desde que asumió negó, renegó e intentó imponer sofismas negadores, dado que muchos de sus miembros o sus antecesores, participaron o fueron beneficiados por aquellos carniceros uniformados. De allí su pelea con la historia, su retorno a la reprimarización de la economía. La vuelta a la Argentina pastoril, totalmente dependiente.

El presidente Jair Bolsonaro que asumió en enero de este año en Brasil, autorizó a las FFAA a conmemorar el 31 de marzo el golpe militar de 1964. Golpe de Estado que arrasó con el gobierno progresista de Joao “Jango” Goulart. Mientras los EEUU felices, celebraban no repetir otra experiencia como la de Cuba. 

Aberrante, demencial si pensamos que dos recientes ex presidentes – Luiz Inácio Lula Da Silva y Dilma Roussef – fueron torturados y encarcelados por ese régimen de facto. Ahora, bendecido tras el viaje por Trump, se enorgullece de torcer el relato.

Persecuciones, prisión y muerte de dirigentes comenzaron a ser hechos cotidianos en esta parte del mundo por más de tres décadas y, hasta nuestros días. El diseño del Plan Cóndor empezaba a aplicarse con militares adiestrados en la Escuela de las Américas de Panamá.

Se ha dicho hasta el cansancio que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Frase reiterada que destaca la interdependencia de los dos países. Actuamos en tándem, conscientes de las diferencias y magnitudes.

Desde mediados de los ’40, en plena división del mundo entre EEUU y Rusia. Perón con su Tercera Posición equidistante del capitalismo yanqui y el comunismo soviético de Stalin, fue asediado por el imperio americano, justamente por volcar las reservas financieras dejadas por el conflicto global en sentar las bases del Estado de Bienestar y mejorar las condiciones de vida de la población.

Getúlio Vargas y su Estado Novo, si bien participó enviando soldados a la guerra a favor de los Aliados, realizó un gobierno progresista y novedoso capaz de romper con las viejas estructuras esclavistas, modernizando el Estado y profesionalizando la gestión pública. Experiencias frustradas en Brasil, por el suicidio del propio Vargas en 1954, presionado por los viejos latifundistas – hecho que expuso en la carta que dejó – y, por el golpe militar de 1955 en Argentina, suceso aplaudido tanto por los EEUU como por Winston Churchill, quien manifestó que esa noticia le causaba una alegría similar al triunfo de los Aliados diez años antes.

El sucesor de Vargas, Juscelino Kubitschek, intentó ocupar el hinterland del inmenso territorio nacional y construye Brasilia, la nueva Capital, en 36 meses. Ese sueño lo realizan los arquitectos Oscar Niemeyer y Lucio Costa e Silva, diseñadores de los magníficos y novedosos edificios y el paisajismo de esa ciudad futurista que se asimila a un avión vista desde el aire.

Luego vendrá el impulso económico de la mano del “milagre” industrialista y constructivo, sobre todo en el Estado de San Pablo, que expande su periferia autopartista en el ABC paulista.

Fines de los sesenta y comienzos de los setentas, pródigos en juventudes creativas y libertarias, se estrellan frente a las cerradas dictaduras manipuladas por el imperio herido por la derrota de Vietnam.

Los treinta años gloriosos de expansión capitalista y de mejoramiento de los salarios obreros del 50/50 son barridos por la crisis del petróleo y las ideas neoliberales de la escuela de Chicago.

Salvador Allende sucumbe ante el golpe artero del General Augusto Pinochet y los discípulos de Milton Friedman desembarcan en Chile.

Una tácita alianza militar de los países de la región eliminó de cuajo a la juventud socialista que apeló a las armas para imponer sus ideas. Las FFAA de cada país eran adiestradas en la docilidad al imperio y la desconfianza mutua. La hipótesis de conflicto alimentaba a las cancillerías. Se estaba en guardia contra la supuesta invasión fronteriza.

La desindustrialización que trajo la apertura económica, el endeudamiento externo y la furia desatada, dejó una sociedad fragmentada imposible de recuperar. Cuatro generaciones de desempleados instalaron una pobreza estructural jamás erradicada. Por el contrario, sirvieron como pretexto del clientelismo político una vez recuperada la democracia.

Mientras Brasil sigue fiel a su alineamiento pro Estados Unidos con dictaduras que van languideciendo, los militares argentinos de noche salían de cacería y de día intentaban ganarse el favor popular a través del Mundial ’78. Grandes expropiaciones, imponentes, obras de infraestructura y, como si todo ello fuera poco, enfrentamiento fronterizo con Chile y luego, la guerra de Malvinas. Nefasto episodio que, desgastados, los llevó a la salida democrática.

Toda la prepotencia y negociados encubiertos trajeron graves consecuencias sociales y económicas inmediatas. Se tomó consciencia de la represión y el endeudamiento externo. Junto con la recuperación de la libertad y las instituciones, ingresamos en la década perdida.

Luego de 21 años de dictadura, el gobierno de José Sarney y de Raúl Alfonsín en Argentina, impulsaron la integración binacional que daría origen al futuro Mercado Común del Sur, MERCOSUR, junto a Paraguay y Uruguay. Apostaron  a una integración más amplia y profunda que los anteriores mecanismos comerciales de la ALALC y ALADI que sólo beneficiaban a los grandes empresarios.

Poco duraría el optimismo, factores internos y externos o, ambos a la vez, confluyeron en gobernantes corruptos encaramados al Consenso de Washington. En Argentina, los poderosos grupos emergentes de la dictadura facilitaron la hiperinflación minando la credibilidad de Alfonsín y tuvo que anticipar el gobierno a Carlos Menem. El riojano traicionó el mandato popular, aliándose a los conservadores e inaugurando las relaciones carnales con el imperio.

Era el “fin de la historia” luego de la caída del Muro de Berlín, en donde el capitalismo exultante se creía imbatible.

Fue la época de los Color de Melo, Fujimori y, desde luego Carlos Menem. La destrucción del Estado a través de la desregulación y la privatización de las empresas públicas, priorizó el ingreso de las multinacionales bajo la tutela de los EEUU.

Tuvo que pasar más de una década y sucesivas crisis para llegar a los gobiernos progresistas que dijeron no al ALCA en Mar del Plata. Néstor Kirchner, Inácio Lula Da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales y luego Rafael Correa, mostraron que otro camino era posible. Se impulsó al ALBA, la UNASUR y la CELAC. Eran otros tiempos.

Hoy vivimos una pesadilla insoportable. Un ambiente putrefacto asqueante. Un fomento creciente al odio y la polarización.

Mientras se celebra el VIII Congreso de la lengua Española en Córdoba, inaugurado por los reyes de España y un presidente que se duerme y no sabe hablar su propia lengua, UNICEF informa que el 48% de los jóvenes argentinos es pobre y el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina UCA, expone que hay en el país 13 millones de pobres, un millón y medio más que el pasado año.

Brasil también es devastado por políticas neoliberales que intentan arrasar con todo lo logrado estas dos últimas décadas. Justicia y militarización creciente eliminan derechos adquiridos. Los mandatarios de ambos países se observan desconfiados de espaldas del pueblo que sale a las calles a manifestarse en su contra. Los une el espanto.

No hay lugar para más prepotencia ni mentiras. El fracaso político de la meritocracia aristocrática es más que evidente. Todo se desploma. No hace falta soplar, se caen solos…

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