Se ha dicho hasta el
cansancio que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Frase reiterada que
destaca la interdependencia de los dos países. Actuamos en tándem, conscientes
de las diferencias y magnitudes.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Una nube densa ha
sumido al cono sur de América en las tinieblas. Madres y abuelas estuvieron –
como cada 24 de marzo – reclamando este último domingo por Memoria, Verdad y
Justicia. Alguna de ellas, casi centenaria, nos advertía de su última presencia
en las marchas. Otras, reconocidas en el mundo entero por su heroísmo y
constancia, volvían al ruedo como hace 43 años, acompañadas por los organismos
de Derechos Humanos y organizaciones obreras y del campo popular. El gobierno
estuvo ausente. Era de esperar, desde que asumió negó, renegó e intentó imponer
sofismas negadores, dado que muchos de sus miembros o sus antecesores,
participaron o fueron beneficiados por aquellos carniceros uniformados. De allí
su pelea con la historia, su retorno a la reprimarización de la economía. La
vuelta a la Argentina pastoril, totalmente dependiente.
El presidente Jair
Bolsonaro que asumió en enero de este año en Brasil, autorizó a las FFAA a
conmemorar el 31 de marzo el golpe militar de 1964. Golpe de Estado que arrasó
con el gobierno progresista de Joao “Jango” Goulart. Mientras los EEUU felices,
celebraban no repetir otra experiencia como la de Cuba.
Aberrante, demencial si
pensamos que dos recientes ex presidentes – Luiz Inácio Lula Da Silva y Dilma
Roussef – fueron torturados y encarcelados por ese régimen de facto. Ahora,
bendecido tras el viaje por Trump, se enorgullece de torcer el relato.
Persecuciones, prisión
y muerte de dirigentes comenzaron a ser hechos cotidianos en esta parte del
mundo por más de tres décadas y, hasta nuestros días. El diseño del Plan Cóndor
empezaba a aplicarse con militares adiestrados en la Escuela de las Américas de
Panamá.
Se ha dicho hasta el
cansancio que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Frase reiterada que
destaca la interdependencia de los dos países. Actuamos en tándem, conscientes
de las diferencias y magnitudes.
Desde mediados de los
’40, en plena división del mundo entre EEUU y Rusia. Perón con su Tercera
Posición equidistante del capitalismo yanqui y el comunismo soviético de
Stalin, fue asediado por el imperio americano, justamente por volcar las
reservas financieras dejadas por el conflicto global en sentar las bases del
Estado de Bienestar y mejorar las condiciones de vida de la población.
Getúlio Vargas y su
Estado Novo, si bien participó enviando soldados a la guerra a favor de los
Aliados, realizó un gobierno progresista y novedoso capaz de romper con las
viejas estructuras esclavistas, modernizando el Estado y profesionalizando la
gestión pública. Experiencias frustradas en Brasil, por el suicidio del propio
Vargas en 1954, presionado por los viejos latifundistas – hecho que expuso en
la carta que dejó – y, por el golpe militar de 1955 en Argentina, suceso
aplaudido tanto por los EEUU como por Winston Churchill, quien manifestó que
esa noticia le causaba una alegría similar al triunfo de los Aliados diez años
antes.
El sucesor de Vargas,
Juscelino Kubitschek, intentó ocupar el hinterland del inmenso territorio
nacional y construye Brasilia, la nueva Capital, en 36 meses. Ese sueño lo
realizan los arquitectos Oscar Niemeyer y Lucio Costa e Silva, diseñadores de
los magníficos y novedosos edificios y el paisajismo de esa ciudad futurista
que se asimila a un avión vista desde el aire.
Luego vendrá el impulso
económico de la mano del “milagre” industrialista y constructivo, sobre todo en
el Estado de San Pablo, que expande su periferia autopartista en el ABC
paulista.
Fines de los sesenta y
comienzos de los setentas, pródigos en juventudes creativas y libertarias, se
estrellan frente a las cerradas dictaduras manipuladas por el imperio herido
por la derrota de Vietnam.
Los treinta años
gloriosos de expansión capitalista y de mejoramiento de los salarios obreros
del 50/50 son barridos por la crisis del petróleo y las ideas neoliberales de
la escuela de Chicago.
Salvador Allende
sucumbe ante el golpe artero del General Augusto Pinochet y los discípulos de
Milton Friedman desembarcan en Chile.
Una tácita alianza
militar de los países de la región eliminó de cuajo a la juventud socialista
que apeló a las armas para imponer sus ideas. Las FFAA de cada país eran
adiestradas en la docilidad al imperio y la desconfianza mutua. La hipótesis de
conflicto alimentaba a las cancillerías. Se estaba en guardia contra la
supuesta invasión fronteriza.
La desindustrialización
que trajo la apertura económica, el endeudamiento externo y la furia desatada,
dejó una sociedad fragmentada imposible de recuperar. Cuatro generaciones de
desempleados instalaron una pobreza estructural jamás erradicada. Por el
contrario, sirvieron como pretexto del clientelismo político una vez recuperada
la democracia.
Mientras Brasil sigue fiel
a su alineamiento pro Estados Unidos con dictaduras que van languideciendo, los
militares argentinos de noche salían de cacería y de día intentaban ganarse el
favor popular a través del Mundial ’78. Grandes expropiaciones, imponentes,
obras de infraestructura y, como si todo ello fuera poco, enfrentamiento
fronterizo con Chile y luego, la guerra de Malvinas. Nefasto episodio que,
desgastados, los llevó a la salida democrática.
Toda la prepotencia y
negociados encubiertos trajeron graves consecuencias sociales y económicas
inmediatas. Se tomó consciencia de la represión y el endeudamiento externo.
Junto con la recuperación de la libertad y las instituciones, ingresamos en la
década perdida.
Luego de 21 años de
dictadura, el gobierno de José Sarney y de Raúl Alfonsín en Argentina,
impulsaron la integración binacional que daría origen al futuro Mercado Común
del Sur, MERCOSUR, junto a Paraguay y Uruguay. Apostaron a una integración más amplia y profunda que
los anteriores mecanismos comerciales de la ALALC y ALADI que sólo beneficiaban
a los grandes empresarios.
Poco duraría el
optimismo, factores internos y externos o, ambos a la vez, confluyeron en
gobernantes corruptos encaramados al Consenso de Washington. En Argentina, los
poderosos grupos emergentes de la dictadura facilitaron la hiperinflación
minando la credibilidad de Alfonsín y tuvo que anticipar el gobierno a Carlos
Menem. El riojano traicionó el mandato popular, aliándose a los conservadores e
inaugurando las relaciones carnales con el imperio.
Era el “fin de la
historia” luego de la caída del Muro de Berlín, en donde el capitalismo
exultante se creía imbatible.
Fue la época de los
Color de Melo, Fujimori y, desde luego Carlos Menem. La destrucción del Estado
a través de la desregulación y la privatización de las empresas públicas,
priorizó el ingreso de las multinacionales bajo la tutela de los EEUU.
Tuvo que pasar más de
una década y sucesivas crisis para llegar a los gobiernos progresistas que
dijeron no al ALCA en Mar del Plata. Néstor Kirchner, Inácio Lula Da Silva,
Hugo Chávez, Evo Morales y luego Rafael Correa, mostraron que otro camino era
posible. Se impulsó al ALBA, la UNASUR y la CELAC. Eran otros tiempos.
Hoy vivimos una
pesadilla insoportable. Un ambiente putrefacto asqueante. Un fomento creciente
al odio y la polarización.
Mientras se celebra el
VIII Congreso de la lengua Española en Córdoba, inaugurado por los reyes de
España y un presidente que se duerme y no sabe hablar su propia lengua, UNICEF
informa que el 48% de los jóvenes argentinos es pobre y el Observatorio de la
Deuda Social de la Universidad Católica Argentina UCA, expone que hay en el
país 13 millones de pobres, un millón y medio más que el pasado año.
Brasil también es
devastado por políticas neoliberales que intentan arrasar con todo lo logrado
estas dos últimas décadas. Justicia y militarización creciente eliminan
derechos adquiridos. Los mandatarios de ambos países se observan desconfiados
de espaldas del pueblo que sale a las calles a manifestarse en su contra. Los
une el espanto.
No hay lugar para más
prepotencia ni mentiras. El fracaso político de la meritocracia aristocrática
es más que evidente. Todo se desploma. No hace falta soplar, se caen solos…
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