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sábado, 9 de marzo de 2019

Feminismo: un nuevo paradigma

Hay un tercer horizonte hacia donde el movimiento feminista tendría que apuntar: el cambio de paradigma o de modelo social. Realmente, si el feminismo es un movimiento de vanguardia, le compete liderar un tipo de sociedad en la que los valores, los conceptos  y las relaciones sociales y personales deberían superar – dialécticamente o no – a los hoy imperantes.

Victoria Sendón De León / www.publico.es (España)

“El feminismo es un modo de vivir individualmente y de luchar colectivamente”
(Simone de Beauvoir)

Es ya un tópico definir el feminismo como una lucha por conseguir la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Sin embargo, creo que ya es hora de ampliar dicha propuesta por más que este paso sea el mínimo requerido para que el movimiento tenga sentido. Sería inconcebible construir un feminismo sin reclamar estos derechos, ya que no sería posible construir una nueva sociedad sobre la desigualdad, que no tendría nada de nuevo. Y el feminismo reclama cambios, muy profundos por cierto. Y digo esto porque, en muchos casos, ya las mujeres de nuestro mundo occidental han superado a los hombres, digamos que se está dando un sorpasso de género, en el campo educativo y profesional. En los estudios primarios ya son los chicos los que abandonan diez puntos por encima de las chicas, al igual que en rendimiento a los 15 años son las chicas las que les aventajan en cinco enteros. Está sucediendo lo mismo en el nivel universitario, en el que, en muchas carreras, ya las mujeres alcanzan el 60%. Son dígitos que se van sumando y tendrán sus consecuencias, por más que las carreras técnicas sigan siendo un dominio masculino, más si nos referimos a la vanguardia de Silicon Valley. Todo se andará.

Un paso más allá sería proponer una sociedad igualitaria. Y no sólo entre hombres y mujeres. Igualitaria económicamente, igualitaria ecológicamente, igualitaria culturalmente, igualitaria racialmente, igualitaria políticamente, igualitaria genéricamente. Pero, ojo, a veces confundimos igualdad con homogeneidad. No estoy proponiendo una sociedad de tipo comunista, un modelo superado por varios motivos. Estoy proponiendo un valor igualitario que significa equidad, que no es una igualdad indiferenciada, sino una igualdad con justicia, es decir, una igualdad respetando las diferencias. Equidad sería, no sólo reivindicar el mismo salario para hombres y mujeres con el mismo trabajo, sino también solventar la brecha de proporcionalidad en los sueldos entre directivos y trabajadores; equidad de trato y derechos entre los nacionales y los foráneos, manteniendo sus diferencias dentro de los derechos humanos; equidad en el deporte entre mujeres y varones teniendo en cuenta sus diferencias físicas, que no pueden ser disculpa para la desigualdad; equidad ecológica con el planeta y sus diversas tierras y regiones. El ambiente limpio no puede ser privativo de los ricos. Y así indefinidamente. O equidad en la sanidad y no sólo para quien se la pueda pagar. El feminismo no debe luchar sólo por la equidad genérica, sino por la equidad. Éste sería el segundo nivel de un feminismo comprometido con el mundo y no sólo con las mujeres.

Sin embargo, hay un tercer horizonte hacia donde el movimiento feminista tendría que apuntar: el cambio de paradigma o de modelo social. Realmente, si el feminismo es un movimiento de vanguardia, le compete liderar un tipo de sociedad en la que los valores, los conceptos  y las relaciones sociales y personales deberían superar – dialécticamente o no – a los hoy imperantes. Un cambio de paradigma como el que exponía Thomas Kuhn respecto a las revoluciones científicas, en las que el sustrato epistemológico cambia totalmente y dejamos de ver la realidad bajo perspectivas ya superadas. Un cambio de paradigma tal que ya no fuera posible discutir entre regular o abolir la prostitución porque ya no sería concebible comprar sexo por dinero; un cambio de paradigma que rechazara como una locura resolver los conflictos con la guerra; un cambio de paradigma que hubiera dejado atrás la destrucción de la naturaleza en aras del desarrollo o un cambio de paradigma que hubiera olvidado el PIB para medir el crecimiento económico.

El nuevo paradigma, horizonte último del feminismo, daría cumplimiento a las aspiraciones de Rosa Luxemburgo cuando soñaba con “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

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