Hay un tercer
horizonte hacia donde el movimiento feminista tendría que apuntar: el cambio de
paradigma o de modelo social. Realmente, si el feminismo es un movimiento de
vanguardia, le compete liderar un tipo de sociedad en la que los valores, los
conceptos y las relaciones sociales y
personales deberían superar – dialécticamente o no – a los hoy imperantes.
Victoria Sendón De León / www.publico.es (España)
“El
feminismo es un modo de vivir individualmente y de luchar colectivamente”
(Simone de
Beauvoir)
Es ya un
tópico definir el feminismo como una lucha por conseguir la igualdad de
derechos entre mujeres y hombres. Sin embargo, creo que ya es hora de ampliar
dicha propuesta por más que este paso sea el mínimo requerido para que el
movimiento tenga sentido. Sería inconcebible construir un feminismo sin
reclamar estos derechos, ya que no sería posible construir una nueva sociedad
sobre la desigualdad, que no tendría nada de nuevo. Y el feminismo reclama
cambios, muy profundos por cierto. Y digo esto porque, en muchos casos, ya las
mujeres de nuestro mundo occidental han superado a los hombres, digamos que se
está dando un sorpasso de género, en el campo educativo y profesional. En los
estudios primarios ya son los chicos los que abandonan diez puntos por encima
de las chicas, al igual que en rendimiento a los 15 años son las chicas las que
les aventajan en cinco enteros. Está sucediendo lo mismo en el nivel
universitario, en el que, en muchas carreras, ya las mujeres alcanzan el 60%.
Son dígitos que se van sumando y tendrán sus consecuencias, por más que las
carreras técnicas sigan siendo un dominio masculino, más si nos referimos a la
vanguardia de Silicon Valley. Todo se andará.
Un paso más
allá sería proponer una sociedad igualitaria. Y no sólo entre hombres y
mujeres. Igualitaria económicamente, igualitaria ecológicamente, igualitaria
culturalmente, igualitaria racialmente, igualitaria políticamente, igualitaria
genéricamente. Pero, ojo, a veces confundimos igualdad con homogeneidad. No
estoy proponiendo una sociedad de tipo comunista, un modelo superado por varios
motivos. Estoy proponiendo un valor igualitario que significa equidad, que no
es una igualdad indiferenciada, sino una igualdad con justicia, es decir, una
igualdad respetando las diferencias. Equidad sería, no sólo reivindicar el
mismo salario para hombres y mujeres con el mismo trabajo, sino también
solventar la brecha de proporcionalidad en los sueldos entre directivos y
trabajadores; equidad de trato y derechos entre los nacionales y los foráneos,
manteniendo sus diferencias dentro de los derechos humanos; equidad en el
deporte entre mujeres y varones teniendo en cuenta sus diferencias físicas, que
no pueden ser disculpa para la desigualdad; equidad ecológica con el planeta y
sus diversas tierras y regiones. El ambiente limpio no puede ser privativo de
los ricos. Y así indefinidamente. O equidad en la sanidad y no sólo para quien
se la pueda pagar. El feminismo no debe luchar sólo por la equidad genérica,
sino por la equidad. Éste sería el segundo nivel de un feminismo comprometido
con el mundo y no sólo con las mujeres.
Sin embargo,
hay un tercer horizonte hacia donde el movimiento feminista tendría que
apuntar: el cambio de paradigma o de modelo social. Realmente, si el feminismo
es un movimiento de vanguardia, le compete liderar un tipo de sociedad en la
que los valores, los conceptos y las
relaciones sociales y personales deberían superar – dialécticamente o no – a
los hoy imperantes. Un cambio de paradigma como el que exponía Thomas Kuhn respecto
a las revoluciones científicas, en las que el sustrato epistemológico cambia
totalmente y dejamos de ver la realidad bajo perspectivas ya superadas. Un
cambio de paradigma tal que ya no fuera posible discutir entre regular o abolir
la prostitución porque ya no sería concebible comprar sexo por dinero; un
cambio de paradigma que rechazara como una locura resolver los conflictos con
la guerra; un cambio de paradigma que hubiera dejado atrás la destrucción de la
naturaleza en aras del desarrollo o un cambio de paradigma que hubiera olvidado
el PIB para medir el crecimiento económico.
El nuevo
paradigma, horizonte último del feminismo, daría cumplimiento a las
aspiraciones de Rosa Luxemburgo cuando soñaba con “un mundo donde seamos
socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
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