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sábado, 27 de abril de 2019

España: debatiendo debates

La discusión de fondo es la de siempre y, como siempre, se elude groseramente: la redistribución de la riqueza. Cuánto para el trabajo y cuánto para el capital, sabiamente advertida por Carlos Marx.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde España

Las elecciones a celebrarse el 28 de abril en España han tenido este lunes 22 el plato más fuerte y esperado de la campaña: el debate entre los candidatos a la presidencia. Ahí concurrieron Pedro Sánchez, actual presidente y candidato a reelegir por el PSOE; Pablo Casado del Partido Popular PP; Albert Rivera de Ciudadanos y, Pablo Iglesias de Podemos. Trataron – como era promocionado y esperado – de seducir a un 40% de indecisos para sumarlos a su parroquia. Un gran circo montado en el que sabemos, hay demasiadas fintas, ataques y defensas que, lejos de aclarar, suele más oscurecer el panorama si el espectador no está prevenido. Sin embargo, el pan se quema en la puerta del horno y, muchas veces, una frase feliz o una mala defensa, arriman votos no esperados o terminan sepultando al protagonista, como ha sucedido.

Vale recordar el último debate en Argentina entre los candidatos Daniel Scioli y Mauricio Macri, el actual pres-cindente, quien dijo todas las cosas que iba no hacer e inmediatamente las hizo. Es más, le reclamaba a su opositor en qué se había convertido intentándolo hacer blanco de sus falsas promesas. Pero bueno, corrió tanta agua bajo las acequias como daño le ocasionó al pueblo en su conjunto y a cada uno de los habitantes, conscientes o no, que lo apoyaron o no. Cuestión que a esta altura de los acontecimientos el mundo entero sabe cómo descendió el país en todos los guarismos medibles y cuánto ha crecido el endeudamiento externo y la dependencia del FMI, como hemos venido denunciando semana a semana. El caso es que descreo – salvo que de nuevo vuelva al ruedo pretendiendo torear un toro de papel o, como el Quijote pretender emprenderla contra un molino – este mentiroso señor quiera debatir con quien se le enfrente.

En torno a lo que en este debate ocurrió, las derechas, tanto el PP como Ciudadanos, eludieron enunciar las propuestas de gobierno previstas y aprovecharon el espacio que les correspondía para atacar a Pedro Sánchez y su gestión, la que no ha cumplido un año todavía. Los argumentos utilizados eran insustanciales, sumamente evidentes a los espectadores. Hecho de destacar el caso de Albert Rivera de Ciudadanos, quien remedaba a un vendedor callejero o a esos pastores de iglesias que han ido sumándose a la política en América Latina. Mostraba fotos del presidente Sánchez intentando complicarlo con los independientistas catalanes; insistía al punto de depositarlas en su atril. Cosa repudiable por la falta de respeto, dado los millones de ciudadanos interesados en el futuro político del país.

Pablo Iglesias con insistencia, se limitó a recordar el texto de la Carta Magna, a los artículos que hacían mención a los derechos allí establecidos. Derechos, claro está, que tienen vigencia permanente y fueron previstos, sabiamente, por los constituyentes. Esos postulados fundamentales que, en todas las Constituciones, dicen qué y quienes somos como Estado soberano y cómo nos organizamos y ejercemos con la mayor justicia y equidad la letra escrita de ese texto fundamental. Verdad de Perogrullo que con el tiempo se olvida y trasgrede permanentemente, sobre todo por los poderosos. De allí la obsesiva defensa del líder de Podemos.

Sin embargo, la discusión de fondo es la de siempre y, como siempre, se elude groseramente: la redistribución de la riqueza. Cuánto para el trabajo y cuánto para el capital, sabiamente advertida por Carlos Marx.

El nivel de salarios y la base del mínimo, son presupuestos de los haberes de los jubilados que previamente aportaron para ello durante su vida activa. Como desde luego su contrapartida en los recursos, los impuestos. Iglesias insistió en sacar el impuesto al valor añadido a alimentos en población con dificultades. Cuestión fundamental que la derecha olvida y siempre cubre con su andanadas de mentiras, dado que su interés por el dinero es mayúsculo y esencial para su desarrollo.

Ese es el punto central en que se juntan los caminos de los poderosos. Por eso se defienden con uñas y dientes y comparten alianzas oscuras, tanto internas como externas. Todos participan de ese desprecio por las mayorías y pactan entre ellos de manera aviesa, unas veces a puertas cerradas, otras abiertas. En eso no se cuidan durante los debates. Los partidos políticos de los ricos simulan adherir a los procedimientos democráticos, aunque realmente detestan la igualdad. Les viene desde el fondo de la historia. Por eso disfrutan de la torpeza de la izquierda que se divide constantemente y pierde fuerza y efectividad. Debe haber un peligro demasiado evidente y fatal para que los dirigentes converjan en un frente común.

Algo de eso viene ocurriendo en Argentina en donde todos los matices ideológicos opuestos al neoliberalismo aberrante de Macri van desembocando en un cauce común opositor.

La realidad es tan cruda que no ofrece posibilidad de debates como en España, donde hay pisos de gobernabilidad que no están en discusión.

El verdadero debate se ha desarrollado en las calles de cada una de las ciudades del país infinidad de días. Miles de personas salieron a repudiar medidas, a decir No a un gobierno aberrante como todo lo que expone el neoliberalismo. Inunda de mentiras, aporrea las mentes de la gente al grado de atontarlas en masa. Si queda algo de humanidad se enciende la llama y vuelve a luchar contra la esclavitud. Pero hemos visto que no es así.

El pueblo salva al pueblo siempre ha sido la consigna aunque los tiempos cambien.

Cuando la situación es de tierra arrasada, cuando el tsunami no dejó nada en pie, la cosa es diferente. Hay que barajar y dar de nuevo. Sobreponernos al mal trago y poner manos a la obra.

Bueno… en ese punto estamos. Intentando prepararnos para volver a ser el país que hasta hace unos años fuimos. Ese país que se enorgullece de sus científicos y profesionales, de sus maestros, de sus médicos, de su movimiento obrero organizado, de su escuela y salud públicas, de su cultura que ha recorrido todos los rincones. Pero sobre todo, de ser tierra de esperanza y promisión, abierta a todos los hombres del mundo que la quieran habitar, de generosa solidaridad, de paz, pan y trabajo. En eso estamos, superando cualquier debate engañoso.

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