Páginas

sábado, 18 de mayo de 2019

Estados Unidos y la psicopatía (caso Venezuela como ejemplo)

El grupo de políticos de profesión que ahora está llevando adelante la política externa de Estados Unidos, y en particular contra los países “díscolos” de Latinoamérica (Donald Trump, Mike Pence, Mike Pompeo, John Bolton, Gina Haspel, Elliot Abrams, Marco Rubio) es, lisa y llanamente, una banda de psicópatas* con carta blanca para hacer lo que los intereses de la clase dominante necesitan.

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Nuestra nación ha sido elegida por Dios y tiene el mandato de la historia de ser un modelo para el mundo”.
George W. Bush

La historia humana debe entenderse como grandes movimientos de las masas de población o, si se prefiere, grandes movimientos y enfrentamientos de las clases sociales. El choque entre grandes colectivos (los propietarios de los medios de producción y la gran masa trabajadora) es lo único que explica el porqué de esa dinámica tan confrontativa que marca la historia (“Un altar sacrificial”, dirá Hegel; “La violencia como partera de la historia”, agregará Marx). De ningún modo puede explicarse solo por motivos personales de alguna “persona importante”. Que los dirigentes sean más o menos encarnizados, más o menos violentos, más o menos sanguinarios, no es la razón de ser de un proyecto político, de su beligerancia, de su afán de poderío y rapiña.

John Kennedy era el “gran demócrata” y pacifista que se oponía a la guerra en Vietnam. Pero los factores de poder dieron cuenta del presidente con un balazo en la cabeza, y la guerra se hizo (gran negocio del complejo militar-industrial). El demócrata Barack Obama recibió el Premio Nobel de la Paz (¡igual que el confeso asesino Henry Kissinger en su momento!), pero durante su mandato Estados Unidos produjo tantos ataques en el mundo, o más, que con los más feroces halcones del Partido Republicano. En definitiva: la apelación a lo individual, o si se prefiere incluso, al perfil psicológico (¡o psicopatológico!) de un primer mandatario termina siendo anecdótico, irrelevante para entender la marcha de las sociedades. Son fuerzas sociales inconmensurablemente mayores las que guían la historia. Léase: feroces y descomunales intereses económicos de clase.

De todos modos, no puede negarse que hay una sutil interrelación entre quien está a la cabeza y la base de la que proviene. La fórmula, inexactamente atribuida a Maquiavelo, de “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, tiene sentido: en realidad, la dirigencia visible es la expresión explícita de lo que hay en la base, en la estructura. Si se quiere decir así: en el pueblo común. Tomando estrictamente esa fórmula, no se debe entender “merecer” como castigo sino como expresión connatural. Adolf Hitler, un cabo del ejército plagado de psicopatologías (él mismo era de ascendencia judía, estéril, eyaculaba de emoción cuando pronunciaba sus discursos), pudo convertirse en el Führer de la poderosa nación alemana, solamente porque representaba los genuinos intereses –nunca muy explícitamente declarados– del pueblo teutón. Es decir: realizarse como “raza superior” (Deutschland über alle, “Alemania sobre todos”, en plural). ¿Ganó Donald Trump por error las últimas elecciones en Estados Unidos, o representa él buena parte del “espíritu” yanki que se manifestó en ese voto: arrollador, machista, altanero, racista, misógino, despectivo de lo que no suene a american?

Entendidas así las cosas, lo colectivo guarda una estrecha relación con las expresiones “individuales”. Más aún, ambos elementos son parte indivisibles de una misma dialéctica. Dicho de otro modo: los gobernantes (los “políticos profesionales” modernos), no son un cuerpo extraño al todo social, sino que expresan a cabalidad el “alma colectiva”, permitiéndonos decirlo así; son funcionales a esa formación económico-político-social y cultural particular que representan.

Estados Unidos es la gran potencia desde hace ya un siglo. Las aspiraciones de su clase dominante (y también de las grandes masas, que indirectamente se benefician de su papel hegemónico global) son continuar con esa dominación. Dado que los inicios del siglo XXI muestran una caída relativa de su pujanza económica y la aparición de otros centros de poder (Rusia, China, más otros países emergentes con gran potencialidad), envalentonan el proyecto de “un nuevo siglo americano”. Los tristemente célebres Documentos de Santa Fe (piedra angular del proyecto geohegemónico como potencia imbatible, más allá de los vaivenes de demócratas y/o republicanos) establecen el plan de acción, la obligada hoja de ruta a seguir. Y hoy por hoy, una banda de ultra reaccionarios de derecha (¿halcones?, ¿psicópatas enfermizos?) intentan ejecutar ese supuesto “destino manifiesto”, para lo que se pueden permitir cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa (la tortura, por ejemplo, elevada al rango de “política necesaria” con el presidente George Bush hijo).

Los que hoy día llamamos “políticos profesionales” (tecnócratas a cargo del manejo del aparato de Estado) no son necesariamente “enfermos”. La política “profesional” en los marcos de las democracias burguesas comporta un talante psicopático (mentiras, embustes, manipulación). Esos funcionarios son, en todo caso, una cabal expresión del plan político que mantiene a Estados Unidos como potencia hegemónica. (Valga aclarar que ese talante “psicopático” se encuentra en cualquier “político de profesión”, tanto en países dominantes como dominados, viabilizando siempre el proyecto de la clase dominante y embaucando a la masa votante).

Complementariamente, el pueblo norteamericano, el ciudadano de a pie (Homero Simpson como su ícono por antonomasia) no es un “enfermo” de violencia, sino una expresión de ese “espíritu” conquistador que anida en el país del Norte (desde la matanza de poblaciones originarias en los albores de la conquista hasta las actuales casi 1,000 bases militares que controlan el planeta desde los cinco continentes, más los alrededor de sus 1,000 satélites geoestacionarios que completan la militarización total desde el espacio exterior).

La violencia, la bravuconería, el llevarse por delante todo lo que se le oponga, está en el “espíritu” imperialista de Estados Unidos. No por casualidad allí la violencia cotidiana –articulada en muy buena medida con el fabuloso negocio de la venta de armas portátiles sin ninguna restricción a cualquier persona– asume la forma de “locos” que, sintiéndose Rambos, disparan impunemente a mansalva contra cualquier civil (lo mismo que hacen sus fuerzas armadas por el mundo).

Entonces, ¿Estados Unidos es un país de psicópatas? En modo alguno. No es eso, en absoluto, lo que se está planteando. Pero sí es evidente que ese proyecto ideológico-cultural que marca su historia se articula a la perfección con un tenor “psicopático” donde el otro de carne y hueso no cuenta como semejante sino que es solo un instrumento útil para la consecución de sus fines. Solamente eso puede explicar que, a diferencia de otros países del continente americano, a sus habitantes originarios (los mal llamados “pieles rojas”) se les confinara en reservas (virtuales parques zoológicos). Y solamente ese pretendido “destino manifiesto” de “amos universales” es lo que puede explicar su actuación en el mundo durante todo el siglo XX y lo que va del XXI. No hay guerra donde Washington, directa o indirectamente, no esté comprometido. Y su apego por la violencia, por las armas, por la muerte, es definitorio. Basta mirar un par de películas de Hollywood para constatarlo. Es el único país que se pudo permitir la monstruosa bestialidad de utilizar armas atómicas contra población civil no combatiente, aun cuando ello no era en absoluto necesario para decidir el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Todo ello permite entender lo que acaba de filtrarse en los medios de comunicación: un documento del gobierno central de Estados Unidos donde, como dice Pablo Siris Seade, se “reconoce su responsabilidad en la crisis de Venezuela”. Es decir, siguiendo a este autor, “el descaro y el robo [es] llevado al rango de política de Estado”, por cuanto la administración central de Washington no solo se asume como responsable sino que se ufana de estar creando sufrimiento entre los venezolanos, buscando con ello la reacción de la población ante el gobierno bolivariano de Nicolás Maduro para hacerlo caer de una buena vez (quedándose las empresas estadounidenses con las reservas de crudo, por supuesto).

El grupo de políticos de profesión que ahora está llevando adelante la política externa de Estados Unidos, y en particular contra los países “díscolos” de Latinoamérica (Donald Trump, Mike Pence, Mike Pompeo, John Bolton, Gina Haspel, Elliot Abrams, Marco Rubio) es, lisa y llanamente, una banda de psicópatas con carta blanca para hacer lo que los intereses de la clase dominante necesitan. No se detienen con nada, se saltan absolutamente el derecho internacional, se sienten enviados de dios, portadores de un proyecto de dominación intocable, incuestionable. De esa cuenta, por ejemplo, un funcionario como John Bolton pudo decir en su momento, con total desparpajo: “Cuando Estados Unidos marca el rumbo, la ONU debe seguirlo. Cuando sea adecuado a nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no sea adecuado a nuestros intereses, no lo haremos”, para agregar posteriormente, sin la más mínima diplomacia: “Si es necesario bombardear el edificio de la ONU, lo haremos”.

En esa línea de pensamiento y de acción se inscriben todas las tropelías que pueda imaginarse, que en determinado contexto podrían pasar como delitos de incitación a la violencia, o expresiones de maniáticos psicópatas, pero puestas en boca de funcionarios de Washington son simplemente expresión de su proyecto global de supremacía. “Controlar el mundo. La dominación mundial, controlarlo todo, ser rico, poderoso y todo eso”, se expresó el entonces candidato republicano y senador Ted Cruz. En esa lógica se inscribe la oprobiosa cárcel de Abu Ghraib en Irak, hecho nunca reprimido en Estados Unidos sino, por el contrario, prácticamente aplaudido por el statu quo. O el reciente infame twitt del senador cubano-americano Marco Rubio incitando al ataque contra Nicolás Maduro recordando la sodomización –impulsada por Estados Unidos – del líder libio Mohamed Khadafi. Dígase de paso que un hecho así, en otro contexto implicaría un proceso judicial y el muy probable cierre de la cuenta de Twitter; en boca de un funcionario estadounidense es simplemente un eslabón más de su cadena de dominación.

Así como no se puede explicar la tortura de disidentes políticos como el producto psicopatológico de psicópatas “individuales” (sino que ella responde a un acabado plan de control social, de pedagogía del terror donde el torturador individual, seguramente un desquiciado psicópata, es utilizado por el poder), del mismo modo no se puede entender la agresiva política global estadounidense como consecuencia de actos demenciales de gente enfermiza. En todo caso, la sociedad “sana” (más exactamente: su clase dominante) necesita (utiliza) a esos peligrosos sujetos para hacer efectivos sus planes.

Venezuela (con sus reservas inconmensurables de petróleo), Cuba (con su dignidad como país socialista que viene soportando el embate norteamericano desde hace seis décadas), en menor medida Nicaragua (“mal ejemplo”, pues permitió la entrada china y rusa a su territorio –el canal interoceánico y una base de observación satelital–), constituyen hoy las principales “amenazas” para la política hemisférica de Washington. De ahí esta insolente (enfermiza) manía de aplastar lo que no les conviene. Pero la historia no se escribe solo con imposiciones de los más fuertes: los débiles también cuentan. Y la historia, repitámoslo, es esa continua, prolongada lucha entre opresores y oprimidos. Si el amo tiembla aterrorizado ante el esclavo, por lo que vive maniatándolo, es porque sabe que en algún momento ese esclavo reaccionará. Por ello… ¡apuremos esa reacción!



* Utilizaremos la definición dada por la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10): “Trastorno de la personalidad caracterizado por descuido de las obligaciones sociales y endurecimiento de los sentimientos hacia los demás. Hay gran disparidad entre el comportamiento de la persona y las normas sociales prevalecientes. La conducta no se modifica fácilmente a través de la experiencia adversa ni aun por medio del castigo. La tolerancia a la frustración es baja, lo mismo que el umbral tras el cual se descarga la agresión, e incluso la violencia. Hay tendencia a culpar a otros, o a ofrecer racionalizaciones verosímiles acerca del comportamiento que lleva a la persona a entrar en conflicto con la sociedad. Personalidad: amoral, antisocial, asocial, psicopática, sociopática”. En otros términos: comportamientos típicos de los delincuentes, de los transgresores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario