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sábado, 13 de julio de 2019

Trump: promesas y amenazas incumplidas

A pesar de su estilo histriónico y beligerante, Donald Trump ha tenido serias dificultades para cumplir sus promesas y amenazas.

Arantxa Tirado / ALAI

En junio de 2019 Donald Trump lanzó en Orlando la campaña para su reelección con un discurso lleno de promesas. Bajo el lema “Keep America Great!” (Mantengamos grande a América), Trump enunció algunos de sus propósitos para un nuevo mandato. En la prensa se destacaron algunas ideas un tanto estrambóticas, como la cura del cáncer y del SIDA, así como la llegada de un cosmonauta estadounidense a Marte.[1]

No es la primera vez que el presidente estadounidense realiza declaraciones sorprendentes. Las promesas y amenazas varias, en el marco de campañas electorales o en el mero ejercicio presidencial, se suceden en el caso de Trump. Bien sea en sus discursos o en sus tuits, el mandatario estadounidense se caracteriza por su estilo desenfadado, directo y sin pelos en la lengua. Sin embargo, más allá del tono y los enunciados provocativos, vale la pena detenerse a comprobar qué tanto de lo que dice se lleva a los hechos.

Trump: ¿promesas incumplidas?

A pesar de que el sistema estadounidense es presidencialista, lo que da a la figura del Presidente un amplio poder respecto a otros sistemas de tipo parlamentario, no se puede olvidar la existencia de otros actores en la toma de decisiones y el sistema de check and balances que trata de contrapesar su dominio. De ahí que, como se verá, Trump no haya podido llevar a término muchas de las propuestas anunciadas.

Según el medio Politifact, las cinco principales promesas de Donald Trump en su campaña para llegar a la Presidencia fueron:

1.    Derogar el Obamacare[2]

2.   Construir un muro con México y hacer que México lo pague[3]

3.   Suspender la inmigración de lugares propensos al terrorismo

4.   Recortar los impuestos para todo el mundo

5.   Reducir la tasa de impuestos de negocios [4]

En ninguno de estos rubros la Administración Trump ha logrado avances sustanciales que puedan hacer pensar en que ha cumplido su palabra electoral, dejando en evidencia que el presidente no se distingue de otros políticos al uso, a pesar de jugar la baza de presentarse como “rupturista” respecto a la política previa, u outsider del sistema.

Este mismo medio enlista otras promesas incumplidas de Trump, entre las que están: hacer una enmienda constitucional para promulgar límites a los mandatos del Congreso, establecer una comisión sobre el Islam radical, permitir a los particulares deducir las primas del seguro médico de sus impuestos, establecer una prohibición para que los musulmanes no puedan entrar a EE. UU., expulsar a los refugiados sirios de EE. UU., equilibrar el presupuesto federal con rapidez o cambiar el nombre de un monte rebautizado por Obama como Denali por su nombre anterior, Monte McKinley.[5] Ninguna de estas promesas, ni siquiera la del cambio de nombre del monte, han sido llevadas a la práctica por Trump. Algunas fueron bloqueadas por el Congreso y otras, como la Orden Ejecutiva 13769, que cerraba las fronteras temporalmente a la entrada de refugiados de ciertos países musulmanes, fue rechazada por los jueces de la Corte Suprema.[6]

Asimismo, otra de las grandes promesas de la primera campaña electoral de Trump fue la de recuperar los puestos de trabajo que se habrían perdido por la competencia de la mano de obra de terceros países. Su propósito de frenar el declive de la industria estadounidense -ejemplificado con la recuperación del Estado de Michigan- no ha sido exitoso pues, de enero de 2017 a diciembre de 2018, se perdió casi el 9% de los trabajos manufactureros.[7] Ésta ha sido una de las grandes promesas de Trump y que sirvió para sustentar su lema de campaña (“Hacer a América grande de nuevo”), teóricamente a favor de los abandonados trabajadores del país. Sin embargo, en este ámbito, el impacto no ha sido el esperado, a pesar de que el nuevo lema de campaña asuma que sí lo fue (“Mantengamos grande a América”). En este, como en otros asuntos, la retórica proteccionista no se ha desapegado de unas políticas neoliberales,[8] que son funcionales a los intereses del empresariado estadounidense, más que a los de las clases trabajadoras.

Y las amenazas…

Otra característica del estilo Trump es el uso de la amenaza para posicionar temas en la agenda de la política doméstica y exterior. En las amenazas no cumplidas se pueden constatar sus virajes discursivos, así como la disociación entre lo que dice o amenaza de hacer y lo que finalmente se dispone a (o puede) hacer.

Uno de los principales temas sobre el que EE. UU. y, en concreto, Donald Trump han hecho declaraciones contradictorias ha sido el de la guerra comercial con la República Popular de China. Trump pasó de decretar una subida de aranceles del 10-25% a las importaciones chinas, acusando a China de espionaje industrial y malas prácticas comerciales, o de prohibir a las empresas estadounidenses surtir componentes originales a Huawei -con la excusa del posible espionaje que podría hacer esta empresa en la lucha por ser vanguardia en la tecnología 5G- a negociar con el presidente chino Xi Jinping un acuerdo en junio pasado. La negociación contrasta con el tono bronco de las declaraciones previas. De hecho, Trump anunció que iba a dar instrucciones al Departamento del Tesoro para que declarara a China como “manipulador de la moneda”.[9]

Su estilo impetuoso se ha observado en las amenazas de recortes presupuestales. En abril de 2019 Trump anunció la reducción de la asistencia para el desarrollo en Centroamérica,[10] decisión altamente criticada por los propios think tanks del establishment estadounidense.[11] Trump se tuvo que topar finalmente, con el rechazo del Congreso a algunos de sus recortes en el presupuesto de 2019, aunque para 2020 está prevista una reducción que supondrá la reducción del 30% en el presupuesto respecto a 2016.[12] Lo mismo sucedió con el anuncio de recorte de presupuesto para el Departamento de Estado, que posteriormente no fue tal y como se había anunciado.

Además, el tema estrella que ha centrado las amenazas de Trump en los últimos meses ha sido el de Venezuela, sobre el que el presidente se ha pronunciado en reiteradas ocasiones de manera injerencista,[13] para pasar luego a ignorar los consejos guerreristas de sus asesores de Seguridad. En los últimos días, Trump ha declarado tener “cinco estrategias para Venezuela”[14], que podría cambiar en cualquier momento. Esto trasluce el reacomodo de EE. UU. ante el fracaso de su última estrategia golpista protagonizada por Juan Guaidó, así como la improvisación en materia de política exterior, que es otra de las características de la política internacional de Trump. Esta volatilidad -y hasta contradicciones flagrantes- en las relaciones diplomáticas estadounidenses se ha visto también para los casos de Corea del Norte, la Federación de Rusia o Irán, con un presidente declarando a veces de manera hostil hacia las políticas o líderes de estos países, y luego tendiendo puentes con ellos de manera enunciativa por su cuenta de Twitter o en reuniones bilaterales.

Reflexiones finales

Como se ha destacado en otros informes,[15] el estilo de Trump, sin duda, está creando escuela, pero podría ser nada más que eso, un estilo provocativo, propio del personaje histriónico que acompaña al showman televisivo que alguna vez fue, pero inerme a la hora de confrontar al Deep State estadounidense, el Gobierno en la sombra, así como limitado por un Congreso que no ha respaldado en los años anteriores el conjunto de sus políticas.

Por otra parte, las contradicciones en el discurso de Trump no serían preocupantes si no se tratara del presidente de la mayor potencia mundial. Sus decisiones erráticas tienen impacto en la economía de terceros países y en la estabilidad política del sistema internacional. A pesar de que Trump es volátil e impredecible, también se ha observado en la última crisis venezolana que no se ha dejado influenciar por el sector más guerrerista de sus asesores, como se desprendió de la filtración del The Washington Post.[16] Por tanto, se destaca el carácter contradictorio y complejo de la personalidad del presidente estadounidense, que tiene un reflejo hasta cierto punto en la política del país, pero que debe ser matizado, puesto que los elementos estructurales del establishment estadounidense sirven de freno o contención ante cualquier impulso en el que Trump pudiera caer.

Sin duda, al presidente no le conviene aparecer como un hombre de poca palabra a un año de las elecciones 2020. Las encuestas, por el momento, lo sitúan por detrás de un eventual candidato demócrata, con el 44% de los votos.[17] De ahí la importancia de cumplir promesas y amenazas para lograr la reelección.

 Notas

[2] A pesar de que un juez federal de Texas decretó que la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (el conocido como Obamacare) es anticonstitucional, el programa sigue vigente. No obstante, la ley está siendo apelada en el Tribunal Supremo de los EE. UU. https://www.nytimes.com/2019/06/24/us/politics/supreme-court-insurers-obamacare.html
[3] De momento, parece que quien lo está pagando es EE. UU. a través del desvío de presupuesto militar del Pentágono a la construcción de tramos del muro https://www.excelsior.com.mx/global/pentagono-destinara-mil-500-millones-mas-para-el-muro/1312305 Esto no implica, por supuesto, que México no pudiera acabar pagando parte de su construcción por vía indirecta a través de los aranceles, por ejemplo.

-Arantxa Tirado es Dra. en Relaciones Internacionales e Integración Europea (UAB) (España)

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