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sábado, 5 de octubre de 2019

Internacionalismo neoliberal

Bajo el ciclo de gobiernos conservadores que vive la mayoría de países de América Latina, las políticas económicas, laborales y sociales se definen con los mismos modelos. Se lo puede comprobar no solo a través de los múltiples estudios que los investigadores realizan sobre la región, sino en forma directa, cuando se tiene la posibilidad de visitar algún país.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / Historia y Presente Blog

Estuve en Colombia la semana pasada y allí tuve la oportunidad de conversar con reconocidos profesores universitarios, reunidos en el marco de un importante congreso internacional sobre el constitucionalismo y las constituciones latinoamericanas, al que fuimos invitados por la Universidad Libre, en Bogotá.

Como siempre ocurre en este tipo de eventos académicos, las conversaciones con profesores e investigadores permiten contar con información segura, profunda y, además, carente de simples opiniones personales, ya que los análisis y reflexiones que se realizan están fundamentados por estudios y conocimientos de las realidades esenciales de nuestra América Latina.

Se comprueba, una vez más, el camino hacia la pendiente que recorre por los países latinoamericanos de la mano de los gobiernos conservadores, subordinados a las clases empresariales más retardatarias, a los organismos multilaterales como el FMI que dictaminan la conducción económica, y, sin duda, sujetos a las estrategias americanistas del imperialismo. Algunos gobiernos se destacan más que otros en sus comportamientos diplomáticos, como ocurrió, en la misma semana, cuando varios presidentes latinoamericanos, reunidos con el presidente norteamericano, no solo intentaron agradar hablando contra Venezuela y Cuba, sino que quedaron retratados, en fotos y videos que circulan ampliamente en las redes, con sus gestos y genuflexiones ante Donald Trump, a quien solo faltaba besarle las manos.

En América Latina, el neoliberalismo ha recobrado el terreno que había perdido durante el ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda. Por todas partes, de la mano de los medios de comunicación más grandes, influyentes y hegemónicos, están ausentes las visiones y posiciones alternativas sobre la economía, que es el centro de la conducción de los gobiernos conservadores. Predomina solo una visión y sus consignas: retirar al Estado, disminuir el gasto público, privatizar bienes y servicios estatales, recortar inversiones en obras y servicios, encaminar recursos a la empresa privada, fomentar exclusivamente a los empresarios, dar facilidades al inversionista y al capital externo, quitarles o perdonarles impuestos, mantenerles subsidios, pero también cargar sobre la población los costos del endeudamiento nacional y los “ajustes”, debilitar a los movimientos sociales, flexibilizar y precarizar las relaciones laborales, afectando derechos de los trabajadores, mantener una amplia masa social de desempleados y subempleados.

Es un panorama latinoamericano desolador. En las principales ciudades de la región abundan “informales” que sobreviven tratando de vender cualquier tipo de bienes en las calles y esquinas. Hay vagabundos y mendigos en condiciones indescriptibles. En varios países, como ya ha ocurrido en Argentina o Brasil, la flexibilidad laboral se impuso en forma galopante y los trabajadores han quedado desprotegidos. Es visible el contraste entre ricos y pobres, entre los barrios populares y los burgueses.

Gobiernos conservadores y empresarios sin responsabilidades sociales, junto al capital transnacional y los organismos multilaterales, están convencidos que la “riqueza” se genera con la libertad del mercado y la libertad de empresa. Históricamente es una farsa que se repite, por más que los datos estadísticos y las realidades la desmienten en todas partes.

En la región existe un internacionalismo conservador y neoliberal. Aquí y allá sus líderes y seguidores se intercomunican. Las elites empresariales aprenden unas de otras, de modo que lo que se logra en un país se asume como consigna para los otros. Todo es cuestión de negocios, sin importar los costos humanos. Y, en última instancia, el neoliberalismo ha comenzado a cubrirse con fascismo.

Punto central de todos estos caminos constituye la reforma laboral. En Ecuador, una elite empresarial está empeñada en seguir la misma senda de la “modernización” que suponen se ha logrado en otros países “hermanos”. Interesan la competitividad y la disminución de costos. La microeconomía orienta la macroeconomía. Y se han lanzado con todo a fin de convertirse en ejemplo de “adelanto”: extender la jornada diaria por sobre las 8 horas, suprimir el sábado como día de descanso obligatorio, cumplir las 40 horas semanales según la conveniencia del empleador, suprimir reparto de utilidades, así como indemnizaciones por despidos y jubilación patronal, congelar incremento de salarios, aumentar el tiempo de prueba, sujetar el contrato a la “voluntad” de las partes, debilitar sindicatos y huelgas, etc. Su argumento central es que con ello generarán empleo para el sector de desempleados y subempleados, que el trabajo tiene hoy otra dinamia y que en el futuro inmediato las condiciones laborales cambiarán, a tal punto que Ecuador tiene que prepararse para los nuevos tiempos, de prosperidad y adelanto. Todo ello es falso. Los estudios, las proyecciones analíticas y las experiencias históricas niegan esos supuestos paraísos. Pero es un engaño ideológico que atrae y cautiva a muchos ecuatorianos. Solo es una búsqueda de buenas y mayores ganancias.

Bajo las condiciones existentes en el país, cuando el Vicepresidente de la República se anticipa a las reacciones ciudadanas y pide “comprensión” a los ecuatorianos por las medidas que inexorablemente se vienen, está muy claro que, como en los otros países conservadores, se seguirá por la misma senda.

Probablemente se imponga el nuevo esquema. Las fuerzas que lo respaldan tienen suficiente poder económico y político para ello. No es posible imaginar si habrá reacciones sociales capaces de revertirlo. Lo que si es posible prever es que se van acumulando fuerzas de resistencia. Como igualmente lo ha demostrado la historia latinoamericana, tendrá que provocarse un nuevo cambio de poder y control del Estado, para acabar definitivamente con el camino neoliberal, conservador y empresarial, igualmente edificado en Ecuador, sin que importen las violaciones a su Constitución.

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