Bajo el ciclo
de gobiernos conservadores que vive la mayoría de países de América Latina, las
políticas económicas, laborales y sociales se definen con los mismos modelos.
Se lo puede comprobar no solo a través de los múltiples estudios que los
investigadores realizan sobre la región, sino en forma directa, cuando se tiene
la posibilidad de visitar algún país.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Historia y Presente Blog
Como siempre
ocurre en este tipo de eventos académicos, las conversaciones con profesores e
investigadores permiten contar con información segura, profunda y, además,
carente de simples opiniones personales, ya que los análisis y reflexiones que
se realizan están fundamentados por estudios y conocimientos de las realidades
esenciales de nuestra América Latina.
Se comprueba,
una vez más, el camino hacia la pendiente que recorre por los países latinoamericanos
de la mano de los gobiernos conservadores, subordinados a las clases
empresariales más retardatarias, a los organismos multilaterales como el FMI
que dictaminan la conducción económica, y, sin duda, sujetos a las estrategias
americanistas del imperialismo. Algunos gobiernos se destacan más que otros en
sus comportamientos diplomáticos, como ocurrió, en la misma semana, cuando
varios presidentes latinoamericanos, reunidos con el presidente norteamericano,
no solo intentaron agradar hablando contra Venezuela y Cuba, sino que quedaron
retratados, en fotos y videos que circulan ampliamente en las redes, con sus
gestos y genuflexiones ante Donald Trump, a quien solo faltaba besarle las
manos.
En América
Latina, el neoliberalismo ha recobrado el terreno que había perdido durante el
ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda. Por
todas partes, de la mano de los medios de comunicación más grandes, influyentes
y hegemónicos, están ausentes las visiones y posiciones alternativas sobre la
economía, que es el centro de la conducción de los gobiernos conservadores.
Predomina solo una visión y sus consignas: retirar al Estado, disminuir el
gasto público, privatizar bienes y servicios estatales, recortar inversiones en
obras y servicios, encaminar recursos a la empresa privada, fomentar
exclusivamente a los empresarios, dar facilidades al inversionista y al capital
externo, quitarles o perdonarles impuestos, mantenerles subsidios, pero también
cargar sobre la población los costos del endeudamiento nacional y los
“ajustes”, debilitar a los movimientos sociales, flexibilizar y precarizar las
relaciones laborales, afectando derechos de los trabajadores, mantener una
amplia masa social de desempleados y subempleados.
Es un
panorama latinoamericano desolador. En las principales ciudades de la región
abundan “informales” que sobreviven tratando de vender cualquier tipo de bienes
en las calles y esquinas. Hay vagabundos y mendigos en condiciones
indescriptibles. En varios países, como ya ha ocurrido en Argentina o Brasil,
la flexibilidad laboral se impuso en forma galopante y los trabajadores han
quedado desprotegidos. Es visible el contraste entre ricos y pobres, entre los
barrios populares y los burgueses.
Gobiernos
conservadores y empresarios sin responsabilidades sociales, junto al capital
transnacional y los organismos multilaterales, están convencidos que la
“riqueza” se genera con la libertad del mercado y la libertad de empresa.
Históricamente es una farsa que se repite, por más que los datos estadísticos y
las realidades la desmienten en todas partes.
En la región
existe un internacionalismo conservador y neoliberal. Aquí y allá sus líderes y
seguidores se intercomunican. Las elites empresariales aprenden unas de otras,
de modo que lo que se logra en un país se asume como consigna para los otros.
Todo es cuestión de negocios, sin importar los costos humanos. Y, en última
instancia, el neoliberalismo ha comenzado a cubrirse con fascismo.
Punto central
de todos estos caminos constituye la reforma laboral. En Ecuador, una elite
empresarial está empeñada en seguir la misma senda de la “modernización” que
suponen se ha logrado en otros países “hermanos”. Interesan la competitividad y
la disminución de costos. La microeconomía orienta la macroeconomía. Y se han
lanzado con todo a fin de convertirse en ejemplo de “adelanto”: extender la
jornada diaria por sobre las 8 horas, suprimir el sábado como día de descanso
obligatorio, cumplir las 40 horas semanales según la conveniencia del empleador,
suprimir reparto de utilidades, así como indemnizaciones por despidos y
jubilación patronal, congelar incremento de salarios, aumentar el tiempo de
prueba, sujetar el contrato a la “voluntad” de las partes, debilitar sindicatos
y huelgas, etc. Su argumento central es que con ello generarán empleo para el
sector de desempleados y subempleados, que el trabajo tiene hoy otra dinamia y
que en el futuro inmediato las condiciones laborales cambiarán, a tal punto que
Ecuador tiene que prepararse para los nuevos tiempos, de prosperidad y
adelanto. Todo ello es falso. Los estudios, las proyecciones analíticas y las
experiencias históricas niegan esos supuestos paraísos. Pero es un engaño
ideológico que atrae y cautiva a muchos ecuatorianos. Solo es una búsqueda de
buenas y mayores ganancias.
Bajo las
condiciones existentes en el país, cuando el Vicepresidente de la República se
anticipa a las reacciones ciudadanas y pide “comprensión” a los ecuatorianos
por las medidas que inexorablemente se vienen, está muy claro que, como en los
otros países conservadores, se seguirá por la misma senda.
Probablemente
se imponga el nuevo esquema. Las fuerzas que lo respaldan tienen suficiente
poder económico y político para ello. No es posible imaginar si habrá
reacciones sociales capaces de revertirlo. Lo que si es posible prever es que
se van acumulando fuerzas de resistencia. Como igualmente lo ha demostrado la
historia latinoamericana, tendrá que provocarse un nuevo cambio de poder y
control del Estado, para acabar definitivamente con el camino neoliberal,
conservador y empresarial, igualmente edificado en Ecuador, sin que importen
las violaciones a su Constitución.
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