Es evidente que la corrupción y la impunidad en Panamá
han alcanzado, sobre todo en los últimos años, niveles tan alarmantes como
vergonzosos, que ya parece que ningún nuevo descubrimiento y la correspondiente
falta de condena, puedan sorprender a una población que no siempre logra
ponderar a cabalidad, los impactos negativos y perversos de tanto
desenfreno.
Desde Ciudad Panamá
El fenómeno de la corrupción y su
salvaguarda correspondiente, la impunidad, son dos de los principales problemas
que han afectado a las sociedades pasadas y que con mayor fuerza lo hacen con
las modernas. Tal vez la raíz principal de estos problemas no está precisamente
en la misma corrupción como tal, sino en la certeza de que no habrá
consecuencia alguna, que cada día es creciente el número de personas por encima
de la ley y que además, hay visibles deficiencias en los sistemas de justicia,
derechos humanos y seguridad, para combatir y castigar los delitos de
corrupción; situaciones éstas que a corto y mediano plazo, hacen que otros
sientan la tentación de actuar de igual forma. De aquí nace seguramente el
axioma, que a mayor impunidad, mayor corrupción.
En el Conjunto de Principios
Actualizados para la Protección y la Promoción de los Derechos Humanos mediante
la Lucha contra la Impunidad, publicado por la Comisión de Derechos Humanos de
la ONU en el 2005, se puede encontrar la siguiente definición de impunidad: “La inexistencia, de hecho o de
derecho, de responsabilidad penal por parte de los autores de violaciones [o de
crímenes], así como de responsabilidad civil, administrativa o disciplinaria,
porque escapan a toda investigación con miras a su inculpación, detención,
procesamiento y, en caso de ser reconocidos culpables, condena a penas
apropiadas, incluso a la indemnización del daño causado a sus víctimas”. De modo que tanto la corrupción como la impunidad,
son dos vicios que van deteriorando las bases mismas de las sociedades, hasta
parecer legítimo las conductas deshonestas, el “juega vivo”, el enriquecimiento
ilícito y la apelación a valores que se difunden, pero generalmente no se
practican.
La corrupción tiene
muchas formas y manifestaciones, y por tratarse de una práctica donde la
cuantificación de sus costos e impactos no siempre pueden ser detectados, se
utiliza a menudo las llamadas mediciones de percepción. Así, según el Índice de
Percepción de la Corrupción en el Mundo, informe que anualmente prepara
Transparencia Internacional, Panamá desde el 2012 hasta el 2018, no supera los
39 puntos de un total de 100, formando parte de los más de dos tercios de los
países que alcanzan menos de 50 puntos, en una media de tan solo 43.
El ofrecimiento de una
coima para eludir una multa de tránsito, la compra de servicios y bienes con
sobreprecios, sobornos, dinero ilícito en campañas políticas, pagos u obsequios
para agilizar trámites, desvíos de recursos públicos o utilizar información
privilegiada para obtener licitaciones, son solo algunas manifestaciones de la
corrupción en países como el nuestro, donde ha penetrado casi todos los ámbitos
de la vida social, política y económica.
Aquí la corrupción es
posible porque cuenta con complicidades y redes bien estructuradas y que para
el caso de políticos, figuras encumbradas, grandes empresarios, monos gordos o
“gente de apellido”, la cárcel, a diferencia de los humildes, es una excepción
y nunca la regla. Para evitar la prisión de los miembros prominentes de esa
casta, están los grandes bufetes de abogados, magistrados venales que aceptan
que venden fallos, reciprocidades entre partidos y poderes del Estado para no
tocarse, imprudencias técnicos-jurídicos imperdonables de investigadores,
jueces y fiscales; en fin, todo un modelo de justicia y encubrimiento infame,
levantado y protegido para permitir la corrupción y garantizar la impunidad.
Es evidente que la corrupción y la impunidad en Panamá
han alcanzado, sobre todo en los últimos años, niveles tan alarmantes como
vergonzosos, que ya parece que ningún nuevo descubrimiento y la correspondiente
falta de condena, puedan sorprender a una población que no siempre logra
ponderar a cabalidad, los impactos negativos y perversos de tanto
desenfreno. Y es que todo lo que se le
robe a la población, toda la malversación de recursos que se produce, todo el
enriquecimiento ilícito que algunos rufianes alcancen, van en detrimento del
mejoramiento de la salud, la educación, la vivienda y otros servicios sociales
de la población.
La corrupción tan generalizada que reina en este país
es tan insultante, que puede considerarse un crimen contra todos esos niños y
niñas panameñas, que con mucha frecuencia nos lastiman en los medios de
comunicación con enfermedades curables, que no pueden ser atendidas por la
pobreza de sus padres y tienen que recurrir a la caridad de la población para
salvar sus vidas. Mientras diputados, ministros, presidentes, empresarios,
políticos, jueces y magistrados, se benefician de todo el sistema diseñado y
bien aceitado, para privar a las mayorías de las riquezas que les pertenecen y
que deberían ser usadas en su beneficio.
Odebrecht, Pandeportes, Riego de Tonosí, planillas 172
y 080 de los diputados y el Programa PAN, son solo algunos de los escándalos de
corrupción más sonados recientemente en Panamá. Estos ejemplos y el claro
encubrimiento que los rodea, demuestran ciertamente que estamos frente a un
modelo de perversión, corrupción e impunidad, difícil de transformar y donde
víctimas y denunciantes, llegan hasta ser amenazados o amedrentados por los
corruptos y sus cómplices.
Sin embargo, existen muchas cosas que se pueden hacer
en los ámbitos del sistema educativo, familiar, medios de comunicación y
ciudadanía, para ir en la dirección
correcta y detener la descomposición ética de la sociedad, la viveza criolla, y
el culto al dinero fácil, a la doble moral, al individualismo, egoísmo y la falta
de solidaridad y sensibilidad sociales.
Tenemos sobradas razones para no creer en las promesas
de los gobernantes de turno, sobre un genuino interés en combatir la
corrupción, por eso creemos que el “Vamos a hacer sin robar” no es suficiente.
Falta que exista además, un verdadero compromiso para castigar ejemplarmente a
los corruptos de antes y de ahora. Todo lo demás es cuento.
Excelente artículo, nos lleva a la reflexión del sistema actual capitalista, lleno de corrupción y por lo tanto de corruptos. Donde se pierde el sentido de sensibilidad y solidaridad con los más necesitados y vulnerables
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