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sábado, 30 de noviembre de 2019

Argentina: ¿Paradoja o profecía cumplida?

Evocar momentos de humor no elimina la atmósfera aciaga que nos rodea, pero nos permite tomar un respiro, respiro que alimenta la esperanza de los cambios que se avecinan. Mucho más cuando comenzamos a ver la mudanza de Macri de la Quinta Presidencial de Olivos, desalojando sus instalaciones a la espera del nuevo presidente.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Corría el año 1992 y el menemato se consolidaba. El presidente había dado la espalda al pueblo que lo había votado y había cerrado el acuerdo con los sectores más conservadores de la sociedad argentina, representada por el Ingeniero Álvaro Alsogaray, fiel a sus ideas liberales, ministro de Arturo Frondizi de 1959 a 1961, previo a su derrocamiento en 1961 por las FFAA, las que luego disputarían un serio enfrentamiento interno con tanques en las calles: una ala extrema gorila (los colorados) y una menos gorila, más nacionalista si se quiere, los azules. Este último sector ganador, derrocaría a Illía en 1966 con Onganía a la cabeza.
 
Curiosamente Carlos Menem representaba al peronismo del interior, del país federal, su imagen se asemejaba al caudillo riojano Facundo Quiroga, lucía una cabellera azabache y largas patillas, como el hombre asesinado en Barranca Yaco, en Córdoba en 1835; tenía gran predicamento dado a sus años de prisión bajo la dictadura, ahora aliado a la más rancia oposición, aquella que había derrocado al peronismo en 1955 y adherido al Fondo Monetario Internacional por consejo de Federico Pinedo, ministro de economía del Pacto Roca Runciman de 1933.

Un giro copernicano del riojano que cabe en una sola palabra, según cualquier diccionario de la lengua: traición. Traición al partido, a los millones de esperanzados que lo votaron, a su origen, a la identidad y a la misma familia. Tan profunda fue su traición que sus arriesgadas acciones políticas le costaron la muerte de su hijo Carlitos Juniors en un oscuro atentado. Algo que negó hasta hace unos años, aunque siempre se lo gritó Zulema Yoma su mujer. Difícil de entender desde cualquier ángulo humano. Fácil desde lo inhumano que arrastran los sedimentos de la ambición política.

Qué le pudo importar entonces la tierra que dejó arrasada su mandato. Los miles y miles de desocupados y la destrucción de un patrimonio nacional irrecuperable. Evaluación y descargo que siguen siendo válidos y a la vez, jamás reconocidos.

Pero convengamos que, con 89 años, sigue siendo Senador de la Nación, con todos los atributos y fueros, absuelto por la injusta Justicia cómplice de atrocidades y persecuciones. Menem quedó liberado por temas terribles que sucedieron en Argentina durante sus mandatos como el atentado a la AMIA, el envío de armas a Ecuador y la explosión del arsenal de Río Tercero. Esto sin contar con infinidad de víctimas eliminadas por las esquirlas de sus decisiones. Decisiones siempre reactualizadas por adláteres sucesivos que persiguen idénticos fines políticos como han sido estos últimos cuatro años.

Encorvado y anciano, el viejo caudillo riojano de Anillaco, despierta compasión sino fuera por la persistencia de la memoria que lo reinstala como uno de los grandes destructores del país.

Pero volvamos a 1992 y a la ocurrencia que nos ocupa. En el programa de Tato Bores, cómico argentino famoso por sus monólogos políticos que, incluso ahora parecen totalmente actualizados, hace su aparición el maravilloso y admirado actor Roberto Carnaghi, quien con gestos y palabras convincentes, insta a Tato a asociarse a la CADELCO, Cámara Argentina de la Corrupción – entidad ficticia desde luego – pero que, dentro del argumento de Carnaghi se hace hasta propiciatoria, posible.

Los beneficios de asociarse al conductor, le brindarían la posibilidad de percibir el pago de peaje por cada vecino que pase por su vereda, retribuyendo a la Cámara un pequeño pago.
Tato lo tomaba en solfa, como era de esperar, refutaba todos aquellos disparatados argumentos y era uno de los tramos más celebrados del programa. Hasta allí la joda que terminaba con las palabras del animador: Vermut y papas fritas y good show, como un anticipo del menú que se impondría en esos años locos: pizza con champán.

Las privatizaciones ya se habían puesto en marcha – la venta de las joyas de la abuela, según criticaba el ex presidente Raúl Alfonsín –, las grandes empresas estatales a expensas de los buitres, amparados en las leyes de Emergencia Económica y Reforma del Estado. Los miles de empleados habían sido vomitados con el eufemismo “retiro voluntario”. En el caso de los ferroviarios, la nómina fue al City Bank de Nueva York, desde donde se giraron los dólares al Banco Nación Argentina para el mísero pago de aquellos retiros, cuya duración fue tan escueta como los castillos de naipe de los proyectos de los ahora, cuenta propistas.

El empresariado ávido, con un Estado en retroceso, fue abarcando todo el horizonte que le prometía la desregulación. Desmantelado el Ferrocarril, miles de pueblos desaparecidos a la vera de la vía, impulsó a los camioneros de Hugo Moyano que pasaron de 2.500 afiliados a multiplicarse por diez y, el mantenimiento y la concesión de las autopistas impusieron el peaje, del que hablaba en solfa Carnaghi.

Resulta interesante volver a la dictadura cívico militar que asoló al país una década atrás del gobierno de Menem, a los grupos económicos beneficiados y a la patria contratista que hizo su agosto en los años de plomo.

Años de ejercicio prepotente que permitió al entonces jefe de la Ciudad de Buenos Aires, el brigadier Antonio Cacciatore expropiar miles de viviendas y realizar a piacere las autopistas por sobre la ciudad. Algo solamente posible durante una feroz dictadura.

Todo ese entramado de autopistas que permitían un mayor flujo vehicular supuso establecer peajes para justificar el óptimo mantenimiento. Razonamiento lógico dentro de lo paradójico que planteaba el célebre humorista, quien a sus 81 años recuerda su personaje corrupto que siempre buscaba algún argumento para enriquecerse del erario público. Sigue sosteniendo la vigencia de Tato Bores, como miles de argentinos que disfrutaron de aquel humor crítico que, de estar vivo y continuar su programa, arrasaría con toda la prensa amarillista que taladra cerebros cada día.

Cabe recordar también que Mauricio Macri y varios de sus funcionarios han sido denunciados por pago de 500 millones de dólares a la empresa Ausol S.A., concesionaria del peaje del Acceso norte, de la que es parte el presidente. Y este es un hecho, no una paradoja.

Evocar momentos de humor no elimina la atmósfera aciaga que nos rodea, pero nos permite tomar un respiro, respiro que alimenta la esperanza de los cambios que se avecinan. Mucho más cuando comenzamos a ver la mudanza de Macri de la Quinta Presidencial de Olivos, desalojando sus instalaciones a la espera del nuevo presidente.

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