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domingo, 26 de enero de 2020

Algunas impresiones sobre la guerra aérea y sus diferentes aristas

Estoy en Nicaragua, tierra que evoca recuerdos y pasiones. El rencuentro con amigos entrañables trae a la memoria acontecimientos del pasado. Algunos se miran a la luz de los hechos actuales que llevan al pensamiento y la reflexión sobre el mundo, la política…sobre la vida misma.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Managua, Nicaragua

Tuve el privilegio de escalar uno de los peldaños más alto de la condición humana cuando la vida me dio la oportunidad de luchar por la libertad de un pueblo hermano, en mi caso junto al pueblo nicaragüense y el FSLN durante la guerra en contra de la oprobiosa dictadura somocista. Mi lugar en la batalla fue en el Frente Sur “Benjamín Zeledón”, ubicado en el suroccidente del país en el borde fronterizo con Costa Rica. Tuvo la característica de ser la única región del país donde se desarrolló una guerra de carácter regular en los días previos a la derrota y huida del dictador.

Allí, Somoza concentró lo mejor de sus fuerzas especiales: la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), lo más moderno de su armamento y algunos de sus jefes más avezados según ha relatado Justiniano Pérez quien fuera el último jefe de esta estructura militar, en sus diversos libros.

Dentro de la amplia cantidad de armamento que estaba al servicio de la EEBI se contaba con los viejos aviones caza de combate T-33A y Cessna 02-337 Push and Pull. Si se compara con el potencial de fuego aéreo de una guerra regular esta “modesta” composición del potencial aéreo de la dictadura podría parecer risible, pero en los aciagos días de mayo, junio y julio de 1979 en las trincheras del sur de Nicaragua era tormentoso escuchar  el sonido de los aviones (que fue siendo conocido por los combatientes) y que presagiaba el apabullante lanzamiento (por parte de los T33) de estruendosas bombas de 500 libras o una lluvia de proyectiles disparados por las 2 ametralladoras Browning M2 de calibre .50 que poseían.

En esa época, en Nicaragua no existían misiles ni nada que se le pareciera. El fuego enemigo provenía de la aviación y de la artillería reactiva y de tubo con que contaba el ejército somocista.

El impacto de los ataques aéreos no venía dado por el número de bajas que producía (realmente fueron muy pocas), la mayoría por la excesiva e innecesaria exposición de combatientes que pretendían enfrentar los aviones a cuerpo descubierto con sus fusiles y de forma individual.

La real conmoción era generada por la sensación de impotencia ante el poderío de estas máquinas de guerra y la posibilidad cercana de la muerte ante un enemigo frente al cual no se tenía respuesta. De hecho, la llegada de las primeras ametralladoras anti aéreas y el entrenamiento de los combatientes para enfrentar correctamente estos ataques con el armamento personal, redujo ostensiblemente la eficacia de la aviación como arma de guerra toda vez que los pilotos se vieron obligados a realizar sus acciones desde alturas que no producían el más mínimo daño.

Incluso en algún momento se percibió que los tripulantes de las aeronaves lanzaban las bombas y la metralla en lugares donde no había combatientes. Así, aunque no causaban bajas, podían informar a sus mandos acerca del cumplimiento de la misión sin importar que no obtuvieran éxito alguno que mostrar

Después del triunfo del 19 de julio de 1979, emprendimos las tareas de construcción del ejército regular. Mis funciones se desarrollaban en el marco de mi especialidad que era la artillería terrestre, pero en diciembre de ese año cuando se comenzó a darle una estructura más formal a las fuerzas armadas, se pensó que era primordial crear las unidades de defensa anti aérea y dotarlas de un mando, ante esta necesidad, surgió un problema: no había ningún especialista que pudiera asesorar a los compañeros nicaragüenses que recibieron la orden de formar esas estructuras.

Me consultaron/ordenaron si estaba dispuesto a cambiar de especialidad para ponerme a trabajar en un área que desconocía absolutamente. No había muchas posibilidades de negarse, así que me dispuse al cumplimiento de la misión, aprehendiendo los nuevos conocimientos de noche para dar clases en el día a los nuevos soldados y mandos y sobre todo, estudiando los modelos operativos que me ayudaran a aportar en la construcción de un sistema de defensa anti aérea para todo el país que incluyera la aviación, la artillería anti aérea y las tropas radiotécnicas que en algún momento habrían de crearse y desplegarse en todo el territorio nacional. 

De esto hay muchas historias y anécdotas que no vienen al caso comentar en este momento. Lo cierto es que la vida me llevó a conocer y sentir en carne propia la furia del fuego proveniente del aire y después, con la ayuda de los conocimientos avanzados de los asesores cubanos y soviéticos, aprendí como se debe estructurar la defensa de un país para protegerse e impedir los ataques de enemigos aéreos.

Todas estas remembranzas vinieron a mi mente tras la vuelta a Nicaragua, pero también, tiene que ver con el intento de vislumbrar lo que pudo haber significado el ataque con misiles iraníes contra bases estadounidenses en Irak como respuesta al asesinato del general Soleimani.

Si -como dije- el estruendo de las arremetidas de la aviación y la artillería somocista era infernal, no quiero suponer lo que sintieron esos soldados estadounidenses sacrificados por el imperio en la flor de sus vidas solo por la búsqueda de una reelección presidencial. Por lo menos nosotros luchábamos por un ideal que era desalojar del poder a una dictadura sanguinaria que asolaba con sangre y fuego al pueblo nicaragüense.

Estos muchachos murieron sin saber que han sido usados como carne de cañón en guerras que Estados Unidos solo pueden sostener gracias al creciente consumo de drogas por parte de sus tropas y que solo pueden ganar por su superioridad tecnológica y financiera, habida cuenta de la cobardía de sus militares y la incapacidad manifiesta de sus generales que han fracasado una y otra vez, aunque Hollywood se haya encargado de mostrar lo contrario.

Una vez más, como en 1898 en que Estados Unidos hizo explotar el acorazado Maine lleno de soldados en la bahía de la Habana, la sangre de inocentes jóvenes estadounidenses fue derramada para satisfacer mezquinos intereses políticos y/o para conseguir las perversas utilidades económicas que produce la continuidad del conflicto, la invasión de otros países y la agresión contra pueblos inermes, para las grandes empresas militares.

Es en esa lógica que, en 1941, cuando los radares estadounidenses detectaron con mucha antelación el acercamiento de los aviones japoneses a Pearl Harbor no hicieron nada por evitarlo. De la misma manera, durante ese año y ante la inminente invasión japonesa a Filipinas, el jefe de las fuerzas armadas de Estados Unidos en ese país, general Douglas MacArthur optó por huir a Australia para salvarse, abandonando a su suerte a decenas de miles de soldados y oficiales que fueron capturados, torturados y asesinados por los japoneses ¡Vaya héroe!

Sin embargo, en esta ocasión algo salió mal. El terror de los soldados estadounidenses y su estupor ante la muerte tras recibir la lluvia de misiles iraníes, sirvió además para demostrar que los sistemas antiaéreos estadounidenses Patriot y Aegis son absolutamente ineficaces al no haber sido capaces de detectar ninguno de los cohetes provenientes del país persa, muchos menos destruir los misiles impidiendo un ataque que según todos los voceros estadounidenses era sabido de antemano.

Esto ha hecho cundir el pánico entre los centenares de miles de soldados estadounidenses alrededor del mundo que ahora saben que están desprotegidos ante un probable ataque aéreo, pero sobre todo ha conducido a la duda de los aliados de la potencia norteamericana respecto de la efectividad de sus sistemas de protección antiaérea al constatar en los hechos que han adquirido al costo de miles de millones dólares, inservible armamento que no los protege 

El Complejo Militar Industrial y en particular las empresas Raytheon, que produce los Patriot, y Lockheed Martin, fabricante de los Aegis, han comenzado a calcular sus pérdidas ante la inevitable derrota que sufrirán en su competencia con los sistemas S-300 y S-400 rusos que en Siria han demostrado una muy alta efectividad a tal punto que tradicionales aliados de Estados Unidos como Turquía, Arabia Saudita, India, Egipto y el propio Irak han tomado cartas en el asunto, estableciendo comunicación con Rusia para discutir sobre el tema y tomar decisiones, delineando un nuevo conflicto en ciernes dado el impacto económico que el mismo pudiera causar en las mermadas finanzas de Washington.

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