Estoy en Nicaragua,
tierra que evoca recuerdos y pasiones. El rencuentro con amigos entrañables
trae a la memoria acontecimientos del pasado. Algunos se miran a la luz de los
hechos actuales que llevan al pensamiento y la reflexión sobre el mundo, la
política…sobre la vida misma.
Sergio Rodríguez
Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Managua, Nicaragua
Tuve el privilegio de
escalar uno de los peldaños más alto de la condición humana cuando la vida me
dio la oportunidad de luchar por la libertad de un pueblo hermano, en mi caso
junto al pueblo nicaragüense y el FSLN durante la guerra en contra de la
oprobiosa dictadura somocista. Mi lugar en la batalla fue en el Frente Sur
“Benjamín Zeledón”, ubicado en el suroccidente del país en el borde fronterizo
con Costa Rica. Tuvo la característica de ser la única región del país donde se
desarrolló una guerra de carácter regular en los días previos a la derrota y
huida del dictador.
Allí, Somoza concentró
lo mejor de sus fuerzas especiales: la Escuela de Entrenamiento Básico de
Infantería (EEBI), lo más moderno de su armamento y algunos de sus jefes más
avezados según ha relatado Justiniano Pérez quien fuera el último jefe de esta
estructura militar, en sus diversos libros.
Dentro de la amplia
cantidad de armamento que estaba al servicio de la EEBI se contaba con los
viejos aviones caza de combate T-33A y Cessna 02-337 Push and Pull. Si se
compara con el potencial de fuego aéreo de una guerra regular esta “modesta”
composición del potencial aéreo de la dictadura podría parecer risible, pero en
los aciagos días de mayo, junio y julio de 1979 en las trincheras del sur de
Nicaragua era tormentoso escuchar el
sonido de los aviones (que fue siendo conocido por los combatientes) y que
presagiaba el apabullante lanzamiento (por parte de los T33) de estruendosas
bombas de 500 libras o una lluvia de proyectiles disparados por las 2 ametralladoras Browning M2 de calibre .50 que poseían.
En esa época, en Nicaragua no existían misiles ni nada
que se le pareciera. El fuego enemigo provenía de la aviación y de la
artillería reactiva y de tubo con que contaba el ejército somocista.
El impacto de los ataques aéreos no venía dado por el
número de bajas que producía (realmente fueron muy pocas), la mayoría por la
excesiva e innecesaria exposición de combatientes que pretendían enfrentar los
aviones a cuerpo descubierto con sus fusiles y de forma individual.
La real conmoción era generada por la sensación de
impotencia ante el poderío de estas máquinas de guerra y la posibilidad cercana
de la muerte ante un enemigo frente al cual no se tenía respuesta. De hecho, la
llegada de las primeras ametralladoras anti aéreas y el entrenamiento de los
combatientes para enfrentar correctamente estos ataques con el armamento
personal, redujo ostensiblemente la eficacia de la aviación como arma de guerra
toda vez que los pilotos se vieron obligados a realizar sus acciones desde
alturas que no producían el más mínimo daño.
Incluso en algún momento se percibió que los
tripulantes de las aeronaves lanzaban las bombas y la metralla en lugares donde
no había combatientes. Así, aunque no causaban bajas, podían informar a sus
mandos acerca del cumplimiento de la misión sin importar que no obtuvieran
éxito alguno que mostrar
Después del triunfo del 19 de julio de 1979,
emprendimos las tareas de construcción del ejército regular. Mis funciones se
desarrollaban en el marco de mi especialidad que era la artillería terrestre,
pero en diciembre de ese año cuando se comenzó a darle una estructura más
formal a las fuerzas armadas, se pensó que era primordial crear las unidades de
defensa anti aérea y dotarlas de un mando, ante esta necesidad, surgió un
problema: no había ningún especialista que pudiera asesorar a los compañeros
nicaragüenses que recibieron la orden de formar esas estructuras.
Me consultaron/ordenaron si estaba dispuesto a cambiar
de especialidad para ponerme a trabajar en un área que desconocía
absolutamente. No había muchas posibilidades de negarse, así que me dispuse al
cumplimiento de la misión, aprehendiendo los nuevos conocimientos de noche para
dar clases en el día a los nuevos soldados y mandos y sobre todo, estudiando
los modelos operativos que me ayudaran a aportar en la construcción de un
sistema de defensa anti aérea para todo el país que incluyera la aviación, la
artillería anti aérea y las tropas radiotécnicas que en algún momento habrían
de crearse y desplegarse en todo el territorio nacional.
De esto hay muchas historias y anécdotas que no vienen
al caso comentar en este momento. Lo cierto es que la vida me llevó a conocer y
sentir en carne propia la furia del fuego proveniente del aire y después, con
la ayuda de los conocimientos avanzados de los asesores cubanos y soviéticos,
aprendí como se debe estructurar la defensa de un país para protegerse e
impedir los ataques de enemigos aéreos.
Todas estas remembranzas vinieron a mi mente tras la
vuelta a Nicaragua, pero también, tiene que ver con el intento de vislumbrar lo
que pudo haber significado el ataque con misiles iraníes contra bases
estadounidenses en Irak como respuesta al asesinato del general Soleimani.
Si -como dije- el estruendo de las arremetidas de la
aviación y la artillería somocista era infernal, no quiero suponer lo que
sintieron esos soldados estadounidenses sacrificados por el imperio en la flor
de sus vidas solo por la búsqueda de una reelección presidencial. Por lo menos
nosotros luchábamos por un ideal que era desalojar del poder a una dictadura
sanguinaria que asolaba con sangre y fuego al pueblo nicaragüense.
Estos muchachos murieron sin saber que han sido usados
como carne de cañón en guerras que Estados Unidos solo pueden sostener gracias
al creciente consumo de drogas por parte de sus tropas y que solo pueden ganar
por su superioridad tecnológica y financiera, habida cuenta de la cobardía de
sus militares y la incapacidad manifiesta de sus generales que han fracasado
una y otra vez, aunque Hollywood se haya encargado de mostrar lo contrario.
Una vez más, como en 1898 en que Estados Unidos hizo
explotar el acorazado Maine lleno de soldados en la bahía de la Habana, la
sangre de inocentes jóvenes estadounidenses fue derramada para satisfacer
mezquinos intereses políticos y/o para conseguir las perversas utilidades
económicas que produce la continuidad del conflicto, la invasión de otros
países y la agresión contra pueblos inermes, para las grandes empresas
militares.
Es en esa lógica que, en 1941, cuando los radares
estadounidenses detectaron con mucha antelación el acercamiento de los aviones
japoneses a Pearl Harbor no hicieron nada por evitarlo. De la misma manera,
durante ese año y ante la inminente invasión japonesa a Filipinas, el jefe de
las fuerzas armadas de Estados Unidos en ese país, general Douglas MacArthur
optó por huir a Australia para salvarse, abandonando a su suerte a decenas de
miles de soldados y oficiales que fueron capturados, torturados y asesinados
por los japoneses ¡Vaya héroe!
Sin embargo, en esta ocasión algo salió mal. El terror
de los soldados estadounidenses y su estupor ante la muerte tras recibir la
lluvia de misiles iraníes, sirvió además para demostrar que los sistemas
antiaéreos estadounidenses Patriot y Aegis son absolutamente ineficaces al no
haber sido capaces de detectar ninguno de los cohetes provenientes del país
persa, muchos menos destruir los misiles impidiendo un ataque que según todos
los voceros estadounidenses era sabido de antemano.
Esto ha hecho cundir el pánico entre los centenares de
miles de soldados estadounidenses alrededor del mundo que ahora saben que están
desprotegidos ante un probable ataque aéreo, pero sobre todo ha conducido a la
duda de los aliados de la potencia norteamericana respecto de la efectividad de
sus sistemas de protección antiaérea al constatar en los hechos que han
adquirido al costo de miles de millones dólares, inservible armamento que no
los protege
El Complejo Militar Industrial y en particular las
empresas Raytheon, que produce los Patriot, y
Lockheed Martin, fabricante de los Aegis, han comenzado a calcular sus pérdidas ante
la inevitable derrota que sufrirán en su competencia con los sistemas S-300 y
S-400 rusos que en Siria han demostrado una muy alta efectividad a tal punto
que tradicionales aliados de Estados Unidos como Turquía, Arabia Saudita,
India, Egipto y el propio Irak han tomado cartas en el asunto, estableciendo comunicación con Rusia para discutir
sobre el tema y tomar decisiones, delineando un nuevo conflicto en ciernes dado
el impacto económico que el mismo pudiera causar en las mermadas finanzas de
Washington.
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