Una mirada censuradora vigila como el "gran
hermano del pensamiento correcto" todos nuestros actos. Se han erigido
tribunales reales y virtuales en los que reinan los jueces que dirimen lo
correcto y lo incorrecto. Se escrutan las intenciones, los gestos, lo que se
dijo sin decir, los pensamientos posibles, incluso las condiciones naturales de
cada uno y de las que no se puede escapar.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Los
años sesenta del siglo XX estuvieron teñidos por la rebeldía juvenil, desde
las rebeliones urbanas de la Francia del 68, que llenó las paredes de París de grafitis con
mensajes punzantes, hasta las manifestaciones estudiantiles de México que
culminaron con la matanza de Tlatelolco. Desde la resistencia del peace
and love del movimiento hippie que se apoderaba de los campus
universitarios californianos, hasta la guerrilla del Che en Bolivia, formada
por jóvenes ninguno mayor de 40 años.
Una
época de rebeldía que se expresaba también en el ámbito de los valores y de la
moral. La idea central era estar contra el status quo burgués, contra los
valores "acomodados" de los padres, soltarse el pelo, romper esquemas,
abrir las alas y "liberarse" de las ataduras de lo convencional en
todos los ámbitos de la vida.
El
signo de los tiempos era ir a contracorriente, cuestionarlo todo, burlarse de
lo establecido, soñar con un mundo nuevo de vida comunitaria, amor libre,
solidario y abierto al cambio. En este contexto, el futuro de asociaba con la
idea de una continua apertura. Se veía como natural que cada generación fuera
más abierta que la que la precedía, que los hijos fueran más atrevidos que los
padres, y se especulaba que los prejuicios y los tabús que seguían
prevaleciendo serían superados en el futuro. Es decir, un camino siempre hacia
una sociedad más abierta y más tolerante.
Nadie
podía imaginar que apenas unos pocos años después, a principios de los años 80,
se iniciaría una potente reforma
contracultural de corte conservador, que sería la respuesta de ese sistema cuyo
final se veía entonces a la vuelta de la esquina, y que llevaría a una especie
de nuevo medio evo moral en el que no solo se retomarían aquellos valores
tradicionales que se creían condenados al tacho de la basura, sino que se
profundizarían en medio de un ambiente de histeria religiosa para darle sentido
a la vida vacía de la gente perdida en un mundo crecientemente individualista y
consumista, una sociedad cada vez más conservadora y mojigata, no solo en los
valores morales sino en las aspiraciones de vida, en la que la que amplios
sectores de la población, principalmente jóvenes y personas de la mediana edad,
hacen suyos valores centrados en un materialismo ramplón que gira en torno al
"éxito" en la vida entendido como tener.
Y,
más inconcebible aún para el imaginario de aquellos años sesenta: en el centro
de ese nuevo ideario moral del siglo XXI, una pléyade de miles de iglesias
autocatalogadas como cristianas, que hacen del temor y no del placer, de la
sumisión y no de la libertad, de la ignorancia y no del conocer, el centro
aspiracional del ser.
Valores
morales conservadores asociados a opciones políticas que se creían enterradas
para siempre. Nadie se habría podido imaginar, por ejemplo, que el fascismo
mostraría de nuevo su rostro, que en América Latina alguien podría expresar tan
abiertamente y sin tapujos, siendo por demás aplaudido como demócrata, un
racismo como el de los golpistas bolivianos.
En
eso estamos inmersos, al punto que algunas ideas que se entienden a sí mismas
como progresistas, no son más que parte de la diversidad de expresiones de ese
conservadurismo que tiñe la vida contemporánea, desde las relaciones
interpersonales hasta las más públicas.
Una
mirada censuradora vigila como el "gran hermano del pensamiento
correcto" todos nuestros actos. Se han erigido tribunales reales y
virtuales en los que reinan los jueces que dirimen lo correcto y lo incorrecto.
Se escrutan las intenciones, los gestos, lo que se dijo sin decir, los
pensamientos posibles, incluso las condiciones naturales de cada uno y de las
que no se puede escapar.
Del
amor libre a la censura y la autocensura.
Paz
y amor.
Felicitaciones,amigo, por su meridiana claridad para expresar la realidad, triste realidad del neofascismo, esta vez hasta sin liderazgos carismáticos; porque no los veo ni el la presidenta boliviana, ni en Bolsonaro ni tampoco en Trump. Convengamos que esos tres y el resto de los reaccionarios de por aquí, no forman un Mussolini.Y no sé si es para celebrar o para lamentar la decadencia intelectual de la reacción que nos invade solamente con "fake news". Abrazo rioplatense. Carlos María Romero Sosa
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