Únicamente cuando sea superada la apropiación privada del producto
social será posible para los humanos mantener con la naturaleza una relación
tan armónica como las que mantengan entre sí en su vida social.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El objeto que considerar es en primer
término la producción material. Individuos que producen en sociedad, o sea la
producción de los individuos socialmente determinada: este es naturalmente el
punto de partida.
Karl Marx, Grundrisse, 1857.
El pensar marxista ha tenido una limitada
participación en el desarrollo del moderno ambientalismo latinoamericano. Se
pueden invocar múltiples razones para ello.
En nuestra América, el desarrollo del ambientalismo
adquirió un carácter sostenido a partir de la década de 1980. En su primer
momento, lo hizo a partir de diversos intentos de someter a crítica la teoría
del desarrollo imperante en nuestra región desde la década de 1950, en la
perspectiva de lo que para fines de esa década vendría a ser conocido como el
desarrollo sostenible. [1]
El enfasis productivista de aquella teoría del
desarrollo – en la que el crecimiento sostenido abriría paso a la justicia soc
materias primas y combustibles,ial y la convivencia democrática – tuvo
importantes punto de convergencia con el comunismo soviético. Eso contribuyó a
que el marxismo latinoamericano tendiera a cuestionar los métodos, antes que
los fines, de aquella modalidad de desarrollo del capitalismo en nuestra
región, que financiaba la inversión estatal en el sector industrial con los
ingresos provenientes de la exportación de alimentos, materias primas y combustibles.
El deterioro y el derrumbe del socialismo
burocrático en la Unión Soviética y Europa Oriental puso en crisis aquel
abordaje de los problemas del desarrollo. Esa crisis dejó en evidencia,
también, que el marxismo correspondiente a aquel socialismo no había otorgado
verdadera relevancia al impacto ambiental del desarrollo del capitalismo
a escala planetaria.[2]
Para comienzos del siglo XXI, el marxismo latinoamericano
pasó a mostrar signos de innovación en el plano de lo ambiental a partir de dos
factores. Uno fue el desarrollo de un nuevo pensamiento ambiental
latinoamericano promovido por autores como Enrique Leff y Víctor Toledo, que a
su vez facilitó la formación de nuevos ámbitos de producción y debate en campos
como la historia ambiental, la ecología ambiental y la economía ecológica.
El otro fue la producción de autores como el español
Manuel Sacristán y norteamericanos como Immanuel Wallerstein, James O’Connor y
John Bellamy Foster, sobre todo a partir de su libro La Ecología de Marx
- publicado en su país en el 2000 y en España en 2004. Allí, Foster demuestra
la existencia en Marx de un pensamiento que hoy llamaríamos ecológico,
organizado en torno al trabajo como medio de relación entre los seres humanos
entre sí y con su entorno natural.
Con ello, Foster contribuyó a insertar al marxismo
tanto en el debate ambiental, como en aquel sobre la vigencia contemporánea del
propio Marx, enriqueciendo la perspectiva abierta por Sacristán con su ensayo
“Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”, de 1984.[3] En esta doble
perspectiva, hoy podríamos decir que el problema medular no consiste tanto en
que exista o no una “ecología de Marx”, sino en la capacidad del marxismo para
facilitar un abordaje integrado de todas las dimensiones del desarrollo de la
especie humana.
Así, por ejemplo, ubicar los “atisbos ecológicos” a
que se refería Sacristán dentro de la obra general de Marx[4] permitirá comprobar
que ésta ofrece el marco de referencia más adecuado para incorporar y valorar
la gran diversidad de planteamientos que ha generado y genera la formación de
la dimensión ambiental de la crisis del capital a escala mundial. El puntal
mayor de ese marco de referencia fue planteado ya en 1846:
Conocemos sólo una ciencia, la ciencia
de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede
dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo,
las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la
naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.[5]
En su desarrollo ulterior, ese planteamiento realza
el papel del trabajo como medio orgánico de relación entre la especie humana y
su entorno natural. Así, en 1867 Marx plantea en el
tomo I del Capital que el trabajo “es, en
primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el
hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza” y al dominar
a “la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su
propia naturaleza.”
Antonio Gramsci, sesenta años después, abordó este
proceso de autoformación de nuestra humanidad mediante el trabajo enfatizando
su socialidad. El individuo, dijo,
no entra en relación con los demás hombres por
yuxtaposición, sino orgánicamente, esto es, en la medida en que entra a formar
parte de organismos que van desde los más sencillos a los más complejos. Del
mismo modo, el hombre no entra en relación con la naturaleza simplemente por el
hecho de que también él es naturaleza, sino activamente, por medio del trabajo
y de la técnica. Más aún: estas relaciones no son mecánicas. Son activas y
conscientes, es decir, corresponden a un grado mayor o menor de la inteligencia
que de ellos tiene el hombre singular. Por esto se puede decir que todos se
cambian a sí mismos, se modifican en la medida en que cambian y modifican todo
el complejo de relaciones de que son el centro de anudamiento.[6]
Estas observaciones facilitan la tarea de distinguir
entre el ambiente y el entorno natural, en cuanto el primero es el resultado de
las intervenciones humanas en los sistemas naturales mediante procesos de
trabajo socialmente organizados. La historicidad de los ambientes está
estrechamente vinculada, así, a las formas históricas de organización social
del trabajo, y a los propósitos que dicha organización persigue, sea la de
valores de uso, sea la de valores de cambio. Así, frente al postulado de que el
trabajo es la fuente de toda la riqueza, Marx señala en 1875 que
El trabajo no es la fuente de
toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son
los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el
trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza
de trabajo del hombre. […] En la medida en que el hombre se sitúa de antemano
como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y
objetos de trabajo, y la trata como posesión suya, su trabajo se convierte en
fuente de valores de uso, y, por tanto, en fuente de riqueza.
Y añade enseguida:
Los burgueses tienen razones muy
fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatural; pues
precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se
deduce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo,
tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo
de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materiales de
trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su
permiso.[7]
La conclusión política no puede ser más sencilla: únicamente cuando
sea superada la apropiación privada del producto social será posible para los
humanos mantener con la naturaleza una relación tan armónica como las que
mantengan entre sí en su vida social. Visto así, el desarrollo sostenible por
el que vale la pena luchar es el de la especie que somos.
Alto Boquete, Panamá, 5 de enero
de 2020
[1] La
riqueza y calidad de la primera fase de nuestro moderno ambientalismo puede ser
apreciado en el libro Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en América
Latina, publicado conjuntamente por la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe y el Fondo de Cultura Económica, en México. El libro,
concebido y coordinado por el economista Osvaldo Sunkel y el agrónomo Nicolo
Gligo, reunió a numerosos especialistas que abordaron una multiplicidad de
problemas ambientales de la región en la perspectiva de la teoría del
desarrollo entonces dominante en la región.
[2] En nuestra región, incluso, los azares de la Guerra Fría
llevaron a las fuerzas políticas vinculadas a ese marxismo a percibir y
denunciar el ambientalismo como un tema exógeno, promovido aquí por organismos
político – culturales de Estados Unidos y Europa con fines de diversionismo
ideológico.
[3] Mientras Tanto, No. 21
(diciembre 1984), pp. 39-49. Icaria Editorial. Transcripción abreviada de una
conferencia en L'Hospitalet de Llobregat, otoño de 1983.
[4] De igual modo, será útil hacer referencia a autores no
marxistas con una obra destacada en este campo, como Vladimir Vernadsky, Donald
Worster y los creadores del concepto de antropoceno
https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/11/introduccion-a-la-filosofia-de-la-praxis.pdf
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