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sábado, 8 de febrero de 2020

Argentina: El juez

El controvertido juez Claudio Bonadío ha muerto en la madrugada del 4 de febrero.Lo consumió un tumor cerebral que lo obligó a tomar licencia y dejar las causas que llevaba con otros magistrados. Tal vez la más famosa de estos últimos tiempos fue la de intentar encarcelar a la actual vice presidenta Cristina Fernández a quien citó a indagatoria en reiteradas veces, ocho en el mismo día.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Claudio Bonadio
La muerte de cualquier hombre conmueve, porque nos recuerda nuestra propia muerte, cuya sola idea y certeza nos aterra. Miedo íntimo representado por aquellas famosas palabras: “la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por eso no preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.” (Poema de John Donne que luego inspira a Ernest Heminway para el título de su célebre novela sobre la guerra civil española, posteriormente llevada al cine).

Pensamiento altruista que de ningún modo modifica la trayectoria de la persona fallecida; la muerte no mejora a las personas. Ningún malvado se vuelve en bueno por el hecho de morir. Lo sabemos y, sin embargo, cuando nos sorprende, nos volvemos recurrentes, reiterativos.

El controvertido juez Claudio Bonadío ha muerto en la madrugada del 4 de febrero. Días antes, el primero, había cumplido 64 años, aunque aparentaba varios más. Lo consumió un tumor cerebral que lo obligó a tomar licencia y dejar las causas que llevaba con otros magistrados. Tal vez la más famosa de estos últimos tiempos fue la de intentar encarcelar a la actual vice presidenta Cristina Fernández a quien citó a indagatoria en reiteradas veces, ocho en el mismo día.

Su paso por la vida y la justicia obliga a reflexionar profundamente sobre el rol de los jueces en la sociedad. Reflexión que ha acompañado a los grandes pensadores de la antigüedad que exigían rectitud e imparcialidad, como también probidad para aquellos que accedían a tal dignidad. Aristóteles decía que “el juez es lo justo viviente”. Ciudadano egregio que, al impartir justicia, está obligado a “dar a cada uno lo suyo”, como aconseja el recto obrar. Todos coinciden e insisten en que ese puesto debe ser ocupado por una persona buena, íntegra, cabal, en lo posible justa y ecuánime. Que no incline la balanza por dinero.

Sin embargo, en la práctica, el permanente contacto con el poder y las ambiciones personales, los aleja infinitamente de aquellos principios que acompañan el deber ser. El occiso – de quien estamos hablando – se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires UBA en 1988, año en que el país se debatía en la hiperinflación que arrasó con el gobierno de Alfonsín. Fue asesor de Carlos Corach, quien luego fue ministro del interior de Carlos Menem y en 1993, a instancias de éste, fue nombrado en Juzgado de Morón por decreto presidencial, sin mediar concurso de antecedentes. Antecedente conocido como “los jueces de la servilleta” denunciado por Domingo Cavallo, autor de la convertibilidad, a sabiendas de que Corach había confeccionado una lista con los jueces que le cubrirían la espalda.

Época feroz los noventa, de cambios estructurales que vino a completar la tarea de la dictadura militar, imponiendo desigualdades sociales y concentrando la riqueza en pocas manos. Para ello la justicia debía acompañar todo el proceso de transferir lo público al ámbito privado, saciar los apetitos de los poderosos y eliminar derechos de los trabajadores. Fue necesaria una Suprema Corte alineada y jueces y fiscales que la acompañaran.

Como en la tiranía, el poder sin límites lo volvió impune, al punto de no cumplir con las leyes. De allí el mote de “La Embajada” con que se conoció al juzgado de Bonadío porque sólo se aplicaban las suyas.

Este sesgo de absolutismo, los jueces no pagan impuesto a las ganancias por una acordada de 1996, como tampoco los conflictos entre pares, según la Suprema Corte, deben resolverse puertas adentro, contraviniendo lo expresado en el artículo 16 de la Constitución Nacional (La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley...)  – algo que los destaca y aísla del resto de los ciudadanos – los transforma en una casta especial. Como detalle menudo, cuando Bonadío escuchaba música sacra en la oficina sus empleados tenían la entrada prohibida.

Vale recordar que varios novelistas latinoamericanos se vieron tentados a describir la conducta de los dictadores vernáculos con delirios divinos, al vuelo me vienen: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa y Augusto Roa Bastos, autor de El Supremo, del que tomo un párrafo al referirse al Dr. Francia: “no era sino alucinación de lo absoluto, obnubilación ególatra de la razón, cerrazón de la luz”. En la intimidad y en la soledad de las cuatro paredes de su oficina, pareciera que el magistrado también presumía de tales privilegios. Situación que también le posibilitaba actuar como inquisidor, por su relación con los medios y los servicios de inteligencia y así poder ejercer crueldad a través de persecuciones y acosos, como hizo con el ex canciller Héctor Timerman a quien negó salir del país para tratarse de un cáncer feroz, o Florencia Kirchner, la hija de la vice presidenta CFK a la que, prácticamente enfermó. Situación expuesta en la última indagatoria a la que se presentó en diciembre último, ya elegida vicepresidenta donde exhortó al tribunal que se preguntaran ellos por lo realizado.

Hombre de armas tomar, en 2001 asesinó a dos jóvenes que intentaron robarle mientras estaba con un amigo en el barrio de Florida. En Comodoro Py tenía ascendencia, lo que de alguna manera le brindaba protección. Muchos consideraban que era “un mal juez, pero tenía huevos”, en virtud de sus desplantes y persecuciones.

No es que no haya tenido denuncias, tuvo al menos unas 70, pero pudo salir airoso por la protección de diversos sectores en el organismo, en especial sus colegas, el peronismo y la propia corporación judicial.

Según la periodista Irina Hauser de Página 12, “fue el exponente del lawfare en Argentina por excelencia. Hasta logró que el bolillero electrónico que sortea las causas le asignara la mayoría de las que le interesaban para provocar algún impacto en la política.”

Fiel exponente de los años vividos, seguramente el juez pasará a la historia sin pena ni gloria. Muchos desearán que no descanse en paz.

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