El controvertido juez
Claudio Bonadío ha muerto en la madrugada del 4 de febrero.Lo consumió un tumor
cerebral que lo obligó a tomar licencia y dejar las causas que llevaba con
otros magistrados. Tal vez la más famosa de estos últimos tiempos fue la de
intentar encarcelar a la actual vice presidenta Cristina Fernández a quien citó
a indagatoria en reiteradas veces, ocho en el mismo día.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Claudio Bonadio |
La muerte de cualquier
hombre conmueve, porque nos recuerda nuestra propia muerte, cuya sola idea y
certeza nos aterra. Miedo íntimo representado por aquellas famosas palabras:
“la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad,
por eso no preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.” (Poema de
John Donne que luego inspira a Ernest Heminway para el título de su célebre
novela sobre la guerra civil española, posteriormente llevada al cine).
Pensamiento altruista
que de ningún modo modifica la trayectoria de la persona fallecida; la muerte
no mejora a las personas. Ningún malvado se vuelve en bueno por el hecho de
morir. Lo sabemos y, sin embargo, cuando nos sorprende, nos volvemos
recurrentes, reiterativos.
El controvertido juez
Claudio Bonadío ha muerto en la madrugada del 4 de febrero. Días antes, el
primero, había cumplido 64 años, aunque aparentaba varios más. Lo consumió un
tumor cerebral que lo obligó a tomar licencia y dejar las causas que llevaba
con otros magistrados. Tal vez la más famosa de estos últimos tiempos fue la de
intentar encarcelar a la actual vice presidenta Cristina Fernández a quien citó
a indagatoria en reiteradas veces, ocho en el mismo día.
Su paso por la vida y
la justicia obliga a reflexionar profundamente sobre el rol de los jueces en la
sociedad. Reflexión que ha acompañado a los grandes pensadores de la antigüedad
que exigían rectitud e imparcialidad, como también probidad para aquellos que
accedían a tal dignidad. Aristóteles decía que “el juez es lo justo viviente”.
Ciudadano egregio que, al impartir justicia, está obligado a “dar a cada uno lo
suyo”, como aconseja el recto obrar. Todos coinciden e insisten en que ese
puesto debe ser ocupado por una persona buena, íntegra, cabal, en lo posible
justa y ecuánime. Que no incline la balanza por dinero.
Sin embargo, en la
práctica, el permanente contacto con el poder y las ambiciones personales, los
aleja infinitamente de aquellos principios que acompañan el deber ser. El
occiso – de quien estamos hablando – se recibió de abogado en la Universidad de
Buenos Aires UBA en 1988, año en que el país se debatía en la hiperinflación
que arrasó con el gobierno de Alfonsín. Fue asesor de Carlos Corach, quien
luego fue ministro del interior de Carlos Menem y en 1993, a instancias de
éste, fue nombrado en Juzgado de Morón por decreto presidencial, sin mediar
concurso de antecedentes. Antecedente conocido como “los jueces de la
servilleta” denunciado por Domingo Cavallo, autor de la convertibilidad, a
sabiendas de que Corach había confeccionado una lista con los jueces que le
cubrirían la espalda.
Época feroz los
noventa, de cambios estructurales que vino a completar la tarea de la dictadura
militar, imponiendo desigualdades sociales y concentrando la riqueza en pocas
manos. Para ello la justicia debía acompañar todo el proceso de transferir lo
público al ámbito privado, saciar los apetitos de los poderosos y eliminar
derechos de los trabajadores. Fue necesaria una Suprema Corte alineada y jueces
y fiscales que la acompañaran.
Como en la tiranía, el
poder sin límites lo volvió impune, al punto de no cumplir con las leyes. De
allí el mote de “La Embajada” con que se conoció al juzgado de Bonadío porque
sólo se aplicaban las suyas.
Este sesgo de
absolutismo, los jueces no pagan impuesto a las ganancias por una acordada de
1996, como tampoco los conflictos entre pares, según la Suprema Corte, deben
resolverse puertas adentro, contraviniendo lo expresado en el artículo 16 de la
Constitución Nacional (La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre,
ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos
sus habitantes son iguales ante la ley...)
– algo que los destaca y aísla del resto de los ciudadanos – los
transforma en una casta especial. Como detalle menudo, cuando Bonadío escuchaba
música sacra en la oficina sus empleados tenían la entrada prohibida.
Vale recordar que
varios novelistas latinoamericanos se vieron tentados a describir la conducta
de los dictadores vernáculos con delirios divinos, al vuelo me vienen: Miguel
Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa y Augusto Roa Bastos,
autor de El Supremo, del que tomo un párrafo al referirse al Dr. Francia: “no
era sino alucinación de lo absoluto, obnubilación ególatra de la razón,
cerrazón de la luz”. En la intimidad y en la soledad de las cuatro paredes de
su oficina, pareciera que el magistrado también presumía de tales privilegios.
Situación que también le posibilitaba actuar como inquisidor, por su relación
con los medios y los servicios de inteligencia y así poder ejercer crueldad a
través de persecuciones y acosos, como hizo con el ex canciller Héctor Timerman
a quien negó salir del país para tratarse de un cáncer feroz, o Florencia
Kirchner, la hija de la vice presidenta CFK a la que, prácticamente enfermó.
Situación expuesta en la última indagatoria a la que se presentó en diciembre
último, ya elegida vicepresidenta donde exhortó al tribunal que se preguntaran
ellos por lo realizado.
Hombre de armas tomar,
en 2001 asesinó a dos jóvenes que intentaron robarle mientras estaba con un
amigo en el barrio de Florida. En Comodoro Py tenía ascendencia, lo que de
alguna manera le brindaba protección. Muchos consideraban que era “un mal juez,
pero tenía huevos”, en virtud de sus desplantes y persecuciones.
No es que no haya
tenido denuncias, tuvo al menos unas 70, pero pudo salir airoso por la
protección de diversos sectores en el organismo, en especial sus colegas, el
peronismo y la propia corporación judicial.
Según la periodista
Irina Hauser de Página 12, “fue el exponente del lawfare en Argentina por
excelencia. Hasta logró que el bolillero electrónico que sortea las causas le
asignara la mayoría de las que le interesaban para provocar algún impacto en la
política.”
Fiel exponente de los
años vividos, seguramente el juez pasará a la historia sin pena ni gloria.
Muchos desearán que no descanse en paz.
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