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sábado, 15 de febrero de 2020

Economía ecuatoriana: no existe "neoliberalismo"

En Ecuador el tema de la desigualdad está fuera de toda consideración por parte de la elite sustentadora del modelo empresarial y, sin duda, ahora también del gobierno Y con ello solo se reproducen, a nuevos niveles, las mismas desigualdades sociales, con sus explosivas condiciones humanas. 

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com

Entre los analistas económicos hegemónicos ha vuelto la persistente idea, ya argumentada en el pasado, según la cual Ecuador no tuvo una economía “neoliberal” en las décadas finales del siglo XX, tampoco se aplicó el decálogo del “Consenso de Washington” (WC) y de las 16 Cartas de Intención que se suscribieron con el FMI entre 1983 y 2003, apenas se cumplieron dos o tres, y eso, a medias. Hoy, aseguran, tampoco se sigue un camino neoliberal, y en su reciente libro, uno de los economistas pertenecientes a esa elite del establishment, incluso asegura que eso del “neoliberalismo” es un invento de los socialistas.

Suponiendo que sea así, la macroeconomía ecuatoriana de las décadas descritas, estuvo sujeta a los intereses y consignas (ya que no hay una “teoría” atrás de sus ideas) de la elite compuesta por los grandes grupos empresariales del país, algo que igualmente ha revivido en la actualidad. Bajo esa batuta directiva, la ideología neoliberal, el WC, y los condicionamientos del FMI han servido de argumentos para justificar el modelo empresarial que se construyó y que desde 2017 retomó su camino.

En el trasfondo de semejante “modelo”, perdura una visión oligárquica sobre la economía y la sociedad, que está vinculada, estructuralmente, al predominio de una economía primario-exportadora y comercial-financiera, que Ecuador no ha podido superar, a pesar de los cortos ciclos en los cuales se ha tratado de modernizar al país desde el Estado, e incluso industrializarlo, pues el “cambio de la matriz productiva” no es, precisamente, una aspiración de la elite dependiente de la economía primaria y especulativa del país.

En esa visión oligárquica, hay tres consignas que se repiten desde la década de los años 20 del pasado siglo: 1. que el Estado no intervenga en la economía; 2. que se supriman o disminuyan los impuestos directos y particularmente el de rentas; 3. que se “flexibilicen” las leyes laborales que afectan la “competitividad”. Esas consignas tienen que ver con la práctica usual de las capas dominantes del país hasta antes de la Revolución Juliana (1925), cuando el Estado era raquítico, no existían impuestos directos (el de rentas lo crearon los julianos en 1928), tampoco leyes laborales ni derechos sociales (la jornada de 8 horas, introducida en 1916, fue sistemáticamente incumplida y los derechos laborales se consagran, por primera vez, en la Constitución de 1929). Eran las características del régimen oligárquico, de la época de los “gran cacao” y del dominio de la “plutocracia”. Su espíritu ha perdurado hasta nuestros días.

En un país primario-exportador (el petróleo ha sido manejado por el Estado desde 1972, sin que ello haya impedido la participación privada) y comercial-financiero, no surgió una burguesía capitalista, emprendedora, que asume el futuro como desafío de crecimiento continuo e innovación constante, como la de los EEUU o de los grandes países industriales europeos, ya que la mentalidad de las elites empresariales del Ecuador continuó “subdesarrollada” y simplemente rentista. Visualiza el futuro no como progreso del país, sino como mejoramiento de sus negocios.

Es preciso comprender que si Ecuador no progresó es por carecer de una burguesía emprendedora, audaz y transformadora. Desde luego, existen límites históricos para la conformación de ese tipo de empresariado. Y, desde luego, hay varios estudios que lo confirman. Una referencia sobre el tema puede seguirse en el artículo “Empresarios u oligarquías modernas”, que escribí en 2016 (https://bit.ly/2UzszYV).

De otra parte, en una reciente entrevista de la BBC (https://bbc.in/2S7GRyn), Ha-Joon Chang, reconocido economista surcoreano, señala: “Desafortunadamente, América Latina ha optado por quedarse solamente con los recursos naturales y eso significa que la región no va rápido, la economía está atascada y, aunque en algunos países los gobiernos de centroizquierda han intentado apoyar a la gente, hay bastante desigualdad”; y sostiene que "El fracaso de construir una economía más igualitaria e innovadora es lo que está en el corazón de las protestas latinoamericanas" (se sorprende de la que ocurrió particularmente en Chile). Culpa, en forma directa, al “modelo neoliberal”. 

Coincide con esa posición el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en otra entrevista de la BBC (https://bbc.in/3bo7l6e), para quien “De algún modo, la sorpresa fue que el malestar tardara tanto en manifestarse, particularmente en Chile”. En otra entrevista de “El Espectador” (https://bit.ly/39gTHA7), Stiglitz señala:Lo que estoy argumentando en mi libro ¨Capitalismo Progresista¨ es que necesitamos un nuevo contrato social; un nuevo equilibrio entre el mercado, el Estado y la sociedad civil, y una ecología de instituciones más rica, incluidas organizaciones sin ánimo de lucro, cooperativas” -que es una tesis sustentada desde hace rato por la Cepal-, y añade Stiglitz: “El problema del neoliberalismo era que argumentaba que el mercado sin restricciones era la solución y decía: no se preocupe por la moral, no se preocupe por la explotación, sólo déjelo en manos del mercado; y eso no funcionó”.

En Ecuador el tema de la desigualdad está fuera de toda consideración por parte de la elite sustentadora del modelo empresarial y, sin duda, ahora también del gobierno Y con ello solo se reproducen, a nuevos niveles, las mismas desigualdades sociales, con sus explosivas condiciones humanas. 


En su reciente libro Capital e ideología (2019), el economista Thomas Piketty, sobre un riguroso examen que llega hasta la antigüedad, concluye que las ideas, la ideología, son las determinantes de la desigualdad. Una tesis particularmente importante para Ecuador, donde es evidente que la elite económicamente dominante, continúa con las consignas del pasado, a las que puede tildar que ni siquiera son “neoliberales”.

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