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sábado, 29 de febrero de 2020

¿Hacia dónde va nuestra América?

Patria, realmente, es Humanidad: hacia ella se encamina nuestra América. A quien lo dude solo cabe decirle que en política no hay sorpresas, sino sorprendidos, según lo muestra nuestra historia, y lo explica nuestro pensar, que será universal por lo auténtico que llegue a ser.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“Patria es humanidad,
es aquella porción de la humanidad
que vemos más de cerca,
y en que nos tocó nacer;[…]
Esto es luz, y del sol no se sale.”
José Martí[1]

Los hijos de nuestra América nos hemos debatido por largo tiempo al interior de una cultura que ha llegado a ser hecha universal por el desarrollo del mercado mundial del siglo XVI acá. Como tal, esa cultura nos presenta a un tiempo elementos de subordinación y de liberación, que nos permiten participar desde nosotros mismos en las luchas que hoy ponen en jaque a la superestructura (global) de ese mercado. Baste al respecto el ejemplo de nuestros puntos de partida en ese proceso de participación en la obra de José Martí y José Carlos Mariátegui, y el papel que en cada uno desempeñó la conciencia del vínculo entre lo universal y lo particular.

Dentro del potencial liberador de la cultura creada por el desarrollo del mercado mundial destaca la filosofía de la praxis fundada por Carlos Marx. Desde ella podemos, a un tiempo, conocer y comprender los procesos de formación y transformación de nuestras visiones del mundo y las conductas correspondientes a ellas y, sobre todo, podemos valorar mejor la originalidad de nuestra trayectoria histórica y de nuestros aportes a las luchas de la humanidad como patria común.

La generación del 68 en nuestra América – la que llegó demasiado tarde a los grandes conflictos de la Guerra Fría, y demasiado temprano a las consecuencias mayores de los mismos – tuvo dos momentos de formación en lo que hace a esa filosofía. El primero, a mediados de la década de 1960, fue definido por un breve texto publicado por Vladimir Lenin hacia 1913, que nos remitía a lo que llamaba tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo: la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa, y el socialismo utópico francés.

La asimilación crítica de esas fuentes y su integración en un pensar radicalmente nuevo hizo del materialismo - enriquecido con el aporte de la dialéctica y fundamentado en el análisis histórico de la sociedad y la naturaleza - “la filosofía del marxismo”. Esto permitió extender el “conocimiento de la naturaleza” al de “la sociedad humana”, y entender cómo “de un tipo de vida social se desarrolla, en virtud del crecimiento de las fuerzas productivas, otra más alta.”

A esto se añade la teoría de la plusvalía como “piedra angular” de la economía de Marx. Con ello, la economía pudo trascender la imagen de un sistema de relaciones entre mercancías mediadas por el dinero, para revelarse como uno de relaciones sociales de producción en torno a las cuales se organizan los procesos productivos. Esto además facilitó entender que “la base de todo el desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases”, a partir de lo cual Marx dedujo y aplicó “la doctrina de la lucha de clases” al análisis histórico del desarrollo social y los conflictos políticos que expresan las contradicciones que lo animan.[2]

Para comienzos de la década de 1970, el segundo momento formativo de nuestra generación ocurrió en el encuentro con la obra de Antonio Gramsci. Para éste, la filosofía de la praxis presuponía “el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida.” Era, así, “la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste entre cultura popular y alta cultura”, y expresaba el nexo entre la Reforma protestante y la Revolución francesa, constituyéndose en “una filosofía que es también política y una política que es también filosofía.” [3]

En esta perspectiva, la unidad del marxismo se expresaba en “el desarrollo dialéctico de las contradicciones entre el hombre y la materia (naturaleza - fuerzas materiales de producción).” Así, en la economía “el centro unitario es el valor, o sea la relación entre el trabajador y las fuerzas industriales de producción”; en la filosofía, ”es la praxis, es decir, la relación entre la voluntad humana (superestructura) y la estructura económica”, y en la política es “la relación entre el Estado y la sociedad civil, es decir, la intervención del Estado (voluntad centralizada) para educar al educador, el ambiente social en general.”

Así entendida, la filosofía de la praxis se universaliza con la universalización del mercado mundial, cuestiona la hegemonía del liberalismo clásico y plantea la necesidad de una reforma cultural y política que abra paso a la transformación revolucionaria del moderno sistema mundial. Es en este marco – que él mismo quizás no comprendía - que Martí elabora su propuesta de una revolución democrática de liberación nacional, que contribuya al equilibrio del mundo, según lo expresa en el ensayo Nuestra América, de 1891, y en su discurso El alma de la revolución y el deber de Cuba en América, de 1894.[4]

En la fase siguiente del proceso así inaugurado por Martí, encontramos la propuesta de un socialismo indo americano, planteada por José Carlos Mariátegui a partir del primer gran esfuerzo de caracterización de la formación económico – social peruana desde la filosofía de la praxis. La necesidad de ese socialismo, dirá Mariátegui, radicará tanto en el hecho de que ocho de cada diez trabajadores del Perú eran indígenas, sino además porque el pensamiento revolucionario “y aún el reformista, no puede ser ya liberal, sino socialista”, pues el socialismo “aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica.”[5]

Hoy no usaríamos el término “fatalidad” para referirnos al socialismo, sino el de esperanza, en tanto implica superar la apropiación privada del producto social, para ponerlo al servicio del bien común, en un proceso de desarrollo que sea sostenible por lo humano que llegue a ser. El árbol sembrado por Martí se ha convertido en un bosque que no debe parecernos extraño, porque es nuestro.

Ese bosque se renueva sin cesar, a veces de maneras sorprendentes. Baste decir, por ejemplo, que a la sombra del árbol martiano, tan radicalmente anticlerical al ser sembrado, vino a florecer y desarrollarse setenta años después la Teología de la Liberación, en lo que va del dominico peruano Gustavo Gutiérrez al jesuita argentino Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.

Patria, realmente, es Humanidad: hacia ella se encamina nuestra América. A quien lo dude solo cabe decirle que en política no hay sorpresas, sino sorprendidos, según lo muestra nuestra historia, y lo explica nuestro pensar, que será universal por lo auténtico que llegue a ser.

Alto Boquete, Panamá, 25 de febrero de 2020


[1] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 468 – 469:
[2] “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (1913). Obras Escogidas en tres tomos. Progreso, Moscú 1961. I: 31-33
[3] Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura. Nueva Colección Ibérica. Ed. Península, Barcelona, 1967.
[4] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”. [Patria, 17 de abril de 1894]. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. III.
[5] Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. [1928, Lima]. Ediciones ERA, México, 2002.

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