Patria, realmente, es Humanidad:
hacia ella se encamina nuestra América. A quien lo dude solo cabe decirle que
en política no hay sorpresas, sino sorprendidos, según lo muestra nuestra
historia, y lo explica nuestro pensar, que será universal por lo auténtico que
llegue a ser.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
“Patria es humanidad,
es
aquella porción de la humanidad
que
vemos más de cerca,
y
en que nos tocó nacer;[…]
Esto
es luz, y del sol no se sale.”
Los hijos de nuestra América nos
hemos debatido por largo tiempo al interior de una cultura que ha llegado a
ser hecha universal por el desarrollo del mercado mundial del
siglo XVI acá. Como tal, esa cultura nos presenta a un tiempo elementos de
subordinación y de liberación, que nos permiten participar desde nosotros
mismos en las luchas que hoy ponen en jaque a la superestructura (global) de
ese mercado. Baste al respecto el ejemplo de nuestros puntos de partida en ese
proceso de participación en la obra de José Martí y José Carlos Mariátegui, y
el papel que en cada uno desempeñó la conciencia del vínculo entre lo universal
y lo particular.
Dentro del potencial liberador de
la cultura creada por el desarrollo del mercado mundial destaca la filosofía de
la praxis fundada por Carlos Marx. Desde ella podemos, a un tiempo, conocer y comprender los
procesos de formación y transformación de nuestras visiones del mundo y las
conductas correspondientes a ellas y, sobre todo, podemos valorar mejor
la originalidad de nuestra trayectoria histórica y de nuestros aportes a las
luchas de la humanidad como patria común.
La generación del 68 en nuestra
América – la que llegó demasiado tarde a los grandes conflictos de la Guerra
Fría, y demasiado temprano a las consecuencias mayores de los mismos – tuvo dos
momentos de formación en lo que hace a esa filosofía. El primero, a mediados de
la década de 1960, fue definido por un breve texto publicado por Vladimir Lenin
hacia 1913, que nos remitía a lo que llamaba tres fuentes y tres partes
integrantes del marxismo: la filosofía clásica alemana, la economía política
inglesa, y el socialismo utópico francés.
La asimilación crítica de esas
fuentes y su integración en un pensar radicalmente nuevo hizo del materialismo
- enriquecido con el aporte de la dialéctica y fundamentado en el análisis
histórico de la sociedad y la naturaleza - “la filosofía del marxismo”. Esto
permitió extender el “conocimiento de la naturaleza” al de “la sociedad
humana”, y entender cómo “de un tipo de vida social se desarrolla, en virtud
del crecimiento de las fuerzas productivas, otra más alta.”
A esto se añade la teoría de la
plusvalía como “piedra angular” de la economía de Marx. Con ello, la
economía pudo trascender la imagen de un sistema de relaciones entre mercancías
mediadas por el dinero, para revelarse como uno de relaciones sociales de
producción en torno a las cuales se organizan los procesos productivos. Esto
además facilitó entender que “la base de todo el desarrollo y su fuerza motriz
era la lucha de clases”, a partir de lo cual Marx dedujo y aplicó “la doctrina
de la lucha de clases” al análisis histórico del desarrollo social y los
conflictos políticos que expresan las contradicciones que lo animan.[2]
Para comienzos de la década de
1970, el segundo momento formativo de nuestra generación ocurrió en el
encuentro con la obra de Antonio Gramsci. Para éste, la filosofía de la praxis
presuponía “el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la
Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el
liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la
concepción moderna de la vida.” Era, así, “la coronación de todo este
movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste
entre cultura popular y alta cultura”, y expresaba el nexo entre la Reforma
protestante y la Revolución francesa, constituyéndose en “una filosofía que
es también política y una política que es también filosofía.” [3]
En esta perspectiva, la unidad del
marxismo se expresaba en “el desarrollo dialéctico de las contradicciones
entre el hombre y la materia (naturaleza - fuerzas materiales de producción).”
Así, en la economía “el centro unitario es el valor, o sea la relación entre
el trabajador y las fuerzas industriales de producción”; en la filosofía, ”es
la praxis, es decir, la relación entre la voluntad humana (superestructura) y
la estructura económica”, y en la política es “la relación entre el Estado y
la sociedad civil, es decir, la intervención del Estado (voluntad
centralizada) para educar al educador, el ambiente social en general.”
Así entendida, la filosofía de la
praxis se universaliza con la universalización del mercado mundial, cuestiona
la hegemonía del liberalismo clásico y plantea la necesidad de una reforma
cultural y política que abra paso a la transformación revolucionaria del
moderno sistema mundial. Es en este marco – que él mismo quizás no comprendía -
que Martí elabora su propuesta de una revolución democrática de liberación
nacional, que contribuya al equilibrio del mundo, según lo expresa en el
ensayo Nuestra América, de 1891, y en su discurso El alma
de la revolución y el deber de Cuba en América, de 1894.[4]
En la fase siguiente del proceso
así inaugurado por Martí, encontramos la propuesta de un socialismo indo
americano, planteada por José Carlos Mariátegui a partir del primer gran
esfuerzo de caracterización de la formación económico – social peruana desde la
filosofía de la praxis. La necesidad de ese socialismo, dirá Mariátegui,
radicará tanto en el hecho de que ocho de cada diez trabajadores del Perú eran
indígenas, sino además porque el pensamiento revolucionario “y aún el
reformista, no puede ser ya liberal, sino socialista”, pues el socialismo
“aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda
como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica.”[5]
Hoy no usaríamos el término
“fatalidad” para referirnos al socialismo, sino el de esperanza, en tanto
implica superar la apropiación privada del producto social, para ponerlo al
servicio del bien común, en un proceso de desarrollo que sea sostenible por lo
humano que llegue a ser. El árbol sembrado por Martí se ha convertido en un
bosque que no debe parecernos extraño, porque es nuestro.
Ese bosque se renueva sin cesar, a
veces de maneras sorprendentes. Baste decir, por ejemplo, que a la sombra del
árbol martiano, tan radicalmente anticlerical al ser sembrado, vino a florecer
y desarrollarse setenta años después la Teología de la Liberación, en lo que va
del dominico peruano Gustavo Gutiérrez al jesuita argentino Jorge Bergoglio,
hoy Papa Francisco.
Patria, realmente, es Humanidad:
hacia ella se encamina nuestra América. A quien lo dude solo cabe decirle que
en política no hay sorpresas, sino sorprendidos, según lo muestra nuestra
historia, y lo explica nuestro pensar, que será universal por lo auténtico que
llegue a ser.
Alto Boquete, Panamá, 25 de febrero de 2020
[1] "En
casa", Patria,
26 de enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. V: 468 – 469:
[2] “Tres
fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (1913). Obras Escogidas en
tres tomos. Progreso, Moscú 1961. I: 31-33
[3] Introducción
a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé
Tura. Nueva Colección Ibérica. Ed. Península, Barcelona, 1967.
[4] ““El tercer año del Partido Revolucionario
Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”.
[Patria, 17 de abril de 1894]. Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975. III.
[5] Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. [1928, Lima]. Ediciones ERA, México, 2002.
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