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sábado, 7 de marzo de 2020

Argentina: La reconstrucción de eso llamado Estado

Hoy se está tratando de reconstruir eso llamado Estado, más específicamente Estado de derechos sociales o Estado de Bienestar, según se mire desde dónde arranca en el intento de incluir a la mayoría de los ciudadanos, comenzando por los más pobres.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Desde los griegos en adelante, siguiendo por las civilizaciones que continuaron su dominación en el mundo, esa organización suprema denominada Estado fue preocupación de los teóricos y obsesión de los poderosos que pretendían tenerla en sus manos.

Las democracias modernas surgidas a partir de la Revolución Francesa y que cobraron entidad y asimilación en las nuevas repúblicas emergentes de este lado del mundo surgidas tras la emancipación de España en las primeras tres décadas del siglo XIX, fueron moldeándose conforme los grupos de poder que operaban en cada uno de nuestros países.

Tal como lo habían advertido los libertadores, las rencillas y los intereses internos fueron construyendo nuestras respectivas historias internas que, si bien coinciden en líneas generales, difieren en lo particular acorde con la formación de cada una de nuestras sociedades.

El estado gendarme, es decir el estado mínimo, se adecuaba a la libertad que sugería la mano invisible del mercado que, a ciencia cierta, nunca estuvo. Siempre los poderosos, influyeron sobre las decisiones de gobierno. Esa selecta minoría advirtió antes que los sufridos obreros, la ventaja de asociarse, agremiarse en la defensa de sus propios intereses.

Lo hicieron y lo siguen haciendo en la actualidad, mientras se quejan de los costos laborales, de las condiciones que exigen los asalariados o en definitiva, de los altos impuestos que deben erogar. Razón por la que, eludir gravámenes les parece correcto. Y ante algún reclamo que evidencie sus maniobras, exigen moratorias, un trato especial en tanto fuente de trabajo.

Ese modelo de estado europeizado fue el que construyó los estados latinoamericanos de norte a sur, salvo el caso brasileño que de imperio se transformó en república en 1888 y don Pedro Segundo, con su exhortación “lazos fora” decidió quedarse en América.

De México al extremo sur, la situación es muy parecida, salvo por el aporte migratorio que trajo las ideas libertarias de la cuestión social que obligó paulatinamente a los gobernantes a darle cabida a los reclamos de los obreros.

En el caso específico de Argentina, el constructor del estado moderno, el General Julio Argentino Roca, fue el que arrasó con los pueblos originarios y extendió la frontera agropecuaria para los socios de la Sociedad Rural Argentina que pagó los cañones Krupp y los fusiles Remington que aniquilaron a la indiada. Cabe recordar que la campaña terminó en 1879 y le dejó en la mano la presidencia asumida en 1880.

Muestra de la masacre ocasionada por la maquinaria de guerra y las chuzas y boleadoras indígenas, puede verse en la actualidad en el Museo de Armas fundado por el mismo Roca en 1904, situado en el Palacio Paz, frente a la Plaza San Martín en Retiro. Una cuadra delante de ese edificio espectacular, se encuentra la calle Florida, la coqueta peatonal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que luego de atravesar Avenida Belgrano se transforma en Perú esquina Diagonal Sur, en el colonial barrio de Monserrat, donde justamente está emplazado el magnífico monumento al General Roca montado en su caballo, realizado en granito y bronce con dos alegorías custodiando al prócer, una que representa al trabajo y otra a la Patria. Fue terminado en 1941. Para dejar en claro quién fue el célebre militar que si se traza una línea imaginaria por cientos de kilómetros, se encontraría con la confluencia de los ríos Limay y Neuquén.

Tal el relato de la historia oficial, cuestionada por el revisionismo y más recientemente, por el historiador anarquista Osvaldo Bayer quien se propuso desmonumentalizar a Roca por el genocidio ocasionado a los indios.

Sin embargo, las ideas anarquistas de Proudon no tardaron en llegar al Plata a mediados del siglo XIX y alentar a fundar los primeros sindicatos, desafiando a las díscolas autoridades que luchaban en organizar el nuevo país. Ideas que se consolidaron en la Comuna de París y con la huelga general incorporada por Bakunin descolocaron a empresarios y gobernantes, quienes reprimieron a troche y moche.

Muertos y mártires en la industriosa Chicago, produjeron la matanza de 1886 que trascendió como Día de los trabajadores, luchando por las benditas ocho horas de trabajo, mejores condiciones y el feriado hebdomadario.

Cuestiones archisabidas pero que deben recordarse continuamente, frente a un enemigo que persiste en la cultura del olvido y en hacer que las sociedades piensen que los derechos consagrados surgieron por obra y gracia de la benevolencia de gobernantes, desestimando la lucha permanente de los obreros que dejaron su vida en las calles. Héroes anónimos en muchos casos, sepultados en fosas comunes, estigmatizados como enemigos públicos por la propaganda oficial.

Tan importante e insistente fue la lucha obrera que logró consagrarlos dentro de la estructura jurídica constituyendo el constitucionalismo social, incorporado en la segunda década del siglo pasado, siendo Mendoza en 1916 la primera en consagrarlos, seguida por la Constitución de Querétaro en 1917 y la República de Weimar en 1919.

La historia de las ideas nos muestra que su evolución se asimila a los diversos movimientos que van representando en cada época los intereses populares frente a los abusos de los poderosos.

En cada lugar surgieron líderes que continuaron con ese legado de lucha, como fue el caso del peronismo en Argentina en 1945 y que ha pasado por diversos momentos, siendo Menem el más perverso y que traicionó su origen y el apoyo popular que lo consagró en las urnas. Luego vino Néstor Kirchner con un escaso 22% que recuperó al Estado de Bienestar destruido desde los noventa y continuado por la Alianza que llevó a la crisis del 2001.

Hoy se está tratando de reconstruir eso llamado Estado, más específicamente Estado de derechos sociales o Estado de Bienestar, según se mire desde dónde arranca en el intento de incluir a la mayoría de los ciudadanos, comenzando por los más pobres. Reconstruir significa volver a convencer a los habitantes de que son parte de una comunidad nacional que tiene su razón de ser en tanto sean contempladas las necesidades de los que menos tienen, de los que fueron víctimas, de los predadores neoliberales que se apropiaron de lo público para su propio beneficio acompañados por la prédica permanente de los grandes medios que idiotizan a las mayorías convenciéndolas que sólo pueden salvarse si son emprendedores.

La meritocracia es el estandarte de seducción y engaño, luego de profundizar un individualismo consumista que diluyó el gregarismo natural del ser humano.

Hoy nos encontramos en esa instancia. Contamos con un frente amplio de voluntades políticas surgido por la necesidad de aplastar esta caterva infecta. Es algo único, inédito y nuevo. Imposible de comparar con otras épocas de lucha del frente nacional y popular. Hecho que hay que tenerlo en claro. Es el único que tiene la mayor cantidad de investigadores y docentes universitarios en lugares claves de la administración pública. Se ha preferenciado la Escuela y la Universidad Pública frente a la pésima experiencia de la educación privada, aquella denostada por Macri y sus adláteres. 

Es un desafío en cada área, comenzando por la discusión de la deuda externa adquirida con el Fondo Monetario Internacional, aunque no la mayor batalla. La mayor batalla es la lucha contra el hambre en lo inmediato y cultural en el mediano plazo. Esta involucra sobre todo a la educación en todo su amplio espectro para poder contrarrestar la presión de los medios que socavan cualquier alternativa de recuperación.

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