Hoy se está
tratando de reconstruir eso llamado Estado, más específicamente Estado de
derechos sociales o Estado de Bienestar, según se mire desde dónde arranca en
el intento de incluir a la mayoría de los ciudadanos, comenzando por los más
pobres.
Roberto Utrero Guerra / Especial para
Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Desde los
griegos en adelante, siguiendo por las civilizaciones que continuaron su
dominación en el mundo, esa organización suprema denominada Estado fue
preocupación de los teóricos y obsesión de los poderosos que pretendían tenerla
en sus manos.
Las democracias
modernas surgidas a partir de la Revolución Francesa y que cobraron entidad y
asimilación en las nuevas repúblicas emergentes de este lado del mundo surgidas
tras la emancipación de España en las primeras tres décadas del siglo XIX,
fueron moldeándose conforme los grupos de poder que operaban en cada uno de
nuestros países.
Tal como lo
habían advertido los libertadores, las rencillas y los intereses internos
fueron construyendo nuestras respectivas historias internas que, si bien
coinciden en líneas generales, difieren en lo particular acorde con la
formación de cada una de nuestras sociedades.
El estado
gendarme, es decir el estado mínimo, se adecuaba a la libertad que sugería la
mano invisible del mercado que, a ciencia cierta, nunca estuvo. Siempre los poderosos,
influyeron sobre las decisiones de gobierno. Esa selecta minoría advirtió antes
que los sufridos obreros, la ventaja de asociarse, agremiarse en la defensa de
sus propios intereses.
Lo hicieron y
lo siguen haciendo en la actualidad, mientras se quejan de los costos
laborales, de las condiciones que exigen los asalariados o en definitiva, de
los altos impuestos que deben erogar. Razón por la que, eludir gravámenes les
parece correcto. Y ante algún reclamo que evidencie sus maniobras, exigen
moratorias, un trato especial en tanto fuente de trabajo.
Ese modelo de
estado europeizado fue el que construyó los estados latinoamericanos de norte a
sur, salvo el caso brasileño que de imperio se transformó en república en 1888
y don Pedro Segundo, con su exhortación “lazos fora” decidió quedarse en
América.
De México al
extremo sur, la situación es muy parecida, salvo por el aporte migratorio que
trajo las ideas libertarias de la cuestión social que obligó paulatinamente a
los gobernantes a darle cabida a los reclamos de los obreros.
En el caso
específico de Argentina, el constructor del estado moderno, el General Julio
Argentino Roca, fue el que arrasó con los pueblos originarios y extendió la frontera
agropecuaria para los socios de la Sociedad Rural Argentina que pagó los
cañones Krupp y los fusiles Remington que aniquilaron a la indiada. Cabe
recordar que la campaña terminó en 1879 y le dejó en la mano la presidencia
asumida en 1880.
Muestra de la
masacre ocasionada por la maquinaria de guerra y las chuzas y boleadoras
indígenas, puede verse en la actualidad en el Museo de Armas fundado por el
mismo Roca en 1904, situado en el Palacio Paz, frente a la Plaza San Martín en
Retiro. Una cuadra delante de ese edificio espectacular, se encuentra la calle
Florida, la coqueta peatonal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que luego
de atravesar Avenida Belgrano se transforma en Perú esquina Diagonal Sur, en el
colonial barrio de Monserrat, donde justamente está emplazado el magnífico
monumento al General Roca montado en su caballo, realizado en granito y bronce
con dos alegorías custodiando al prócer, una que representa al trabajo y otra a
la Patria. Fue terminado en 1941. Para dejar en claro quién fue el célebre
militar que si se traza una línea imaginaria por cientos de kilómetros, se
encontraría con la confluencia de los ríos Limay y Neuquén.
Tal el relato
de la historia oficial, cuestionada por el revisionismo y más recientemente,
por el historiador anarquista Osvaldo Bayer quien se propuso desmonumentalizar
a Roca por el genocidio ocasionado a los indios.
Sin embargo,
las ideas anarquistas de Proudon no tardaron en llegar al Plata a mediados del
siglo XIX y alentar a fundar los primeros sindicatos, desafiando a las díscolas
autoridades que luchaban en organizar el nuevo país. Ideas que se consolidaron
en la Comuna de París y con la huelga general incorporada por Bakunin descolocaron
a empresarios y gobernantes, quienes reprimieron a troche y moche.
Muertos y
mártires en la industriosa Chicago, produjeron la matanza de 1886 que
trascendió como Día de los trabajadores, luchando por las benditas ocho horas
de trabajo, mejores condiciones y el feriado hebdomadario.
Cuestiones archisabidas
pero que deben recordarse continuamente, frente a un enemigo que persiste en la
cultura del olvido y en hacer que las sociedades piensen que los derechos
consagrados surgieron por obra y gracia de la benevolencia de gobernantes,
desestimando la lucha permanente de los obreros que dejaron su vida en las
calles. Héroes anónimos en muchos casos, sepultados en fosas comunes,
estigmatizados como enemigos públicos por la propaganda oficial.
Tan
importante e insistente fue la lucha obrera que logró consagrarlos dentro de la
estructura jurídica constituyendo el constitucionalismo social, incorporado en
la segunda década del siglo pasado, siendo Mendoza en 1916 la primera en
consagrarlos, seguida por la Constitución de Querétaro en 1917 y la República
de Weimar en 1919.
La historia
de las ideas nos muestra que su evolución se asimila a los diversos movimientos
que van representando en cada época los intereses populares frente a los abusos
de los poderosos.
En cada lugar
surgieron líderes que continuaron con ese legado de lucha, como fue el caso del
peronismo en Argentina en 1945 y que ha pasado por diversos momentos, siendo
Menem el más perverso y que traicionó su origen y el apoyo popular que lo
consagró en las urnas. Luego vino Néstor Kirchner con un escaso 22% que
recuperó al Estado de Bienestar destruido desde los noventa y continuado por la
Alianza que llevó a la crisis del 2001.
Hoy se está
tratando de reconstruir eso llamado Estado, más específicamente Estado de
derechos sociales o Estado de Bienestar, según se mire desde dónde arranca en
el intento de incluir a la mayoría de los ciudadanos, comenzando por los más
pobres. Reconstruir significa volver a convencer a los habitantes de que son
parte de una comunidad nacional que tiene su razón de ser en tanto sean
contempladas las necesidades de los que menos tienen, de los que fueron
víctimas, de los predadores neoliberales que se apropiaron de lo público para
su propio beneficio acompañados por la prédica permanente de los grandes medios
que idiotizan a las mayorías convenciéndolas que sólo pueden salvarse si son
emprendedores.
La
meritocracia es el estandarte de seducción y engaño, luego de profundizar un
individualismo consumista que diluyó el gregarismo natural del ser humano.
Hoy nos
encontramos en esa instancia. Contamos con un frente amplio de voluntades
políticas surgido por la necesidad de aplastar esta caterva infecta. Es algo
único, inédito y nuevo. Imposible de comparar con otras épocas de lucha del
frente nacional y popular. Hecho que hay que tenerlo en claro. Es el único que
tiene la mayor cantidad de investigadores y docentes universitarios en lugares
claves de la administración pública. Se ha preferenciado la Escuela y la
Universidad Pública frente a la pésima experiencia de la educación privada,
aquella denostada por Macri y sus adláteres.
Es un desafío
en cada área, comenzando por la discusión de la deuda externa adquirida con el
Fondo Monetario Internacional, aunque no la mayor batalla. La mayor batalla es
la lucha contra el hambre en lo inmediato y cultural en el mediano plazo. Esta
involucra sobre todo a la educación en todo su amplio espectro para poder
contrarrestar la presión de los medios que socavan cualquier alternativa de
recuperación.
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