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sábado, 11 de abril de 2020

Lecturas

El impacto mayor de la pandemia se hace sentir en su relación con la degradación ambiental constante, la organización de nuevos territorios para el crecimiento económico, y la persistente inequidad social que el mundo ha venido conociendo desde fines del siglo XX.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

“la religión es la infancia de la humanidad que se renueva en cada infancia no metafórica…”
Antonio Gramsci,[1]

La pandemia del COVID 19 ha puesto en evidencia el estado de descomposición del liderazgo neoliberal en el proceso de transición desde la fase internacional a la global en el mercado mundial. Del “no hay alternativa” de la señora Thatcher a fines del siglo XX, el neoliberalismo retorna al “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!” de Dante Alighieri en su Divina Comedia, a comienzos del XIV, ante el cuestionamiento de los resultados prácticos de su hegemonía de cuarenta años, en lo que hace al desarrollo humano.

Esto nos plantea una incógnita moral de especial complejidad – y por tanto, política – de la mayor importancia: ¿cuál será el después político y social al que nos enfrentamos…desde ahora? Sin duda, no habrá un retorno al estado de cosas anterior, sino el ingreso a una nueva normalidad a partir de dos opciones principales. 

Una es mantener a la sociedad enmarcada de una manera distinta en una circunstancia histórica que enfatiza lo especulativo y hace parecer natural la inequidad. La otra consiste en avanzar hacia nuevas formas de organización del mercado y la sociedad globales, que faciliten las tareas necesarias para producir y proteger las condiciones naturales, territoriales y sociales de la producción de los bienes y servicios que demanda el desarrollo de las mejores capacidades de la especie humana.
        
En este plano, el impacto mayor de la pandemia se hace sentir en su relación con la degradación ambiental constante, la organización de nuevos territorios para el crecimiento económico, y la persistente inequidad social que el mundo ha venido conociendo desde fines del siglo XX. Esto convierte en una prioridad política el cambio social necesario para someter a control las circunstancias que han transformado un hecho tan natural como la infección de los humanos por un virus en un hecho social de salud de la magnitud de la pandemia que encaramos.

Lo que vaya a ocurrir dependenderá también, en una importante medida, de factores ideologicos y culturales que merecen la mayor atención, por su capacidad de incidir en la condcuta política de enormes masas humanas en todo el planeta. Aquí, una dificultad mayor consiste en que no se puede discutir a cabalidad lo que aún no se sabe cómo plantear con claridad. Aquí, en efecto, el verdadero punto de partida no es lo inmediato sino lo mediato, porque lo que encaramos no es un simple cambio, sino una transición entre un mundo que fue, y otro que viene.

En este debate desempeñan un importante papel las culturas populares, que encaran los problemas desde el sentido común que las caracteriza, cuya certeza proviene, al decir de Gramsci, de la religión, como formación cultural histórica que articula una visión del mundo que se expresa en un sentido común “aún en gran parte detenido en la fase de la astronomía ptolemaica”.[2] Ante ese sentido común, para incidir en la realidad del mundo la filosofía de la praxis debe comprender las lecturas que hacen de esa realidad las distintas tendencias presentes en la cultura popular, que se expresan hoy con una singular claridad en el campo de la religión.[3]

Una de esas tendencias centra su visión en el miedo, para proclamar la proximidad del fin de los tiempos, con sus trompetas y sus cuatro jinetes – hambre, guerra, muerte y, aun así, esperanza.[4] Esa perspectiva lectura del Apocalipsis tiene un sentido de destrucción para los opresores, como tiene uno liberador para los oprimidos. 

El primer sentido pasó a ser dominante desde la imperialización de la Iglesia por Constantino, cuando el aparato eclesiástico, al adquirir poder y riqueza, adquirió y compartió con quienes antes lo habían perseguido el temor a perder lo así adquirido. El segundo, propio de una lectura desde los oprimidos, resalta el hecho de que el Apocalipsis  – redactado entre fines del siglo I y comienzos del II, durante la gran persecución de los cristianos por el emperador Domiciano – puede ser referido a una esperanza de liberación, en la que “los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos”, y “todo siervo y todo libre” deberán responder por sus actos en un juicio que culminará con la absolución de los justos y la destrucción de todo poder opresor.[5]

Así las cosas, la crisis también puede ser referida al fin de un tiempo puntual, que abre paso a un futuro deseable. Tal es el caso del Libro de Daniel, escrito hacia el año 530 AC, y a un tiempo más antiguo y más afín a nuestra situación. Allí encontramos el relato del mensaje escrito en una pared del palacio de Belsasar, rey de Babilonia.  Aterrorizado, el monarca convoca al profeta Daniel para interpretar el mensaje, y este traduce el mene, mene, tekel, uparsin allí escrito, y dice al rey:

Mene: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin / Tekel: pesado has sido en la balanza, y fuiste hallado falto / Peres: tu reino ha sido roto, y dado a los medos y los persas. […] La misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos. Y Darío de Media tomó el reino, siendo de sesenta y dos años.[6]

De allí resultó el fin del exilio en Babilonia al que había sido sometida la elite social y cultural del pueblo de Israel por el rey Nabucodonosor en 587 AC, liberada por rey persa Ciro en 537.

Estas lecturas, como las provenientes de la Ilustración y de la filosofía de la praxis, animan el debate sobre la crisis y sus consecuencias en Asia, Europa, América del Norte y nuestra América. Habrá, como está bien que sea, múltiples interetaciones y respuestas, ante una circunstancia en la que el mundo

está en tránsito violento, de un estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo [7]

Esa “soberana potencia de la razón” tiene raíces en el tiempo y la experiencia de cada participante en este debate global. De allí nos viene en nuestra América la capacidad para combinar a un tiempo las acciones que compensan y previenen el daño inmediato, y las que bregan en la tarea de crear un mundo que sea nuevo por lo plenamente humano que llegue a ser.

Panamá, 10 de abril de 2020



[1] “Relaciones entre ciencia – religión – sentido común.” Textos de los Cuadernos posteriores a 1931. Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Siglo XXI Editores, México y España. 1999:. 369.
[2] Gramsci, Antonio: “La ciencia y las ideologías “científicas”.”Ibid: 360
[3] Aquel que “selecciona las sensaciones, los elementos primordiales del conocimiento: considera ciertas sensaciones como transitorias, como aparentes, como falaces, porque dependen de especiales condiciones individuales, y otras como duraderas, permanentes, superiores a las condiciones especiales individuales.” Ibid.
[4] Al respecto: Pablos, Ester: “Los cuatro jinetes del Apocalipsis en la mitología universal.” http://amberesrevista.com/los-cuatro-jinetes-del-apocalipsis-en-la-mitologia-universal/
[5] El Apocalipsis de San Juan, 6: 15-16. Santa Biblia. Revisión de 1960. Sociedades Bíblicas Unidas, Brasil, 2013.
[6] Ibid, Libro de Daniel, 5: 24-31.
[7] Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 109.

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