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sábado, 20 de junio de 2020

Pandemia y condición humana

Hoy, en los albores del tercer milenio, la humanidad descubre  con estupor que la madre Naturaleza nos lanza una severa  advertencia señalándonos que estamos caminando sobre los linderos del abismo de una autodestrucción irreversible, que  podríamos calificar, con el filósofo Karl Jaspers, como una “situación límite”.


Arnoldo Mora  Rodríguez / Para Con Nuestra América


Las secuelas que está teniendo - y que está lejos de haber terminado - esta pandemia,  nos permiten desde ya concluir que es el evento histórico  con que ha dado inicio el tercer milenio de nuestra era; nada ha quedado lo mismo después de este siniestro terror, que ha sacudido hasta los últimos rincones del planeta; el temor a la muerte está logrando lo que el amor a la vida no había hecho hasta el presente: unir a la humanidad en su toma de conciencia de igualdad, uno de los rasgos esenciales que caracteriza lo que se suele entender por DEMOCRACIA. Ya el gran escritor y pensador francés André Malraux decía que los acontecimiento más importantes y significativos en la vida, como es el haber nacido y el tener que morir, convertían la existencia  humana en destino, significando con ello que, frente a estos dos hechos que constituyen la matriz de lo que él llamaba “la condición humana”, no somos libres.

El drama que actualmente  vive el homo sapiens con la propagación planetaria del coronavirus, al sentirse que ha sido despojado de la corona  que hasta entonces ostentaba  sin conteste y, por el contrario,  tratando con menosprecio al resto de los seres vivos de la tierra,  ha puesto en evidencia hasta qué punto seguimos siendo dependientes de la madre Naturaleza y sus estrictas normas. Hasta ahora la humanidad había identificado historia  y violencia; el origen mismo de la humanidad se había dado debido a un  matricidio y no a un parricidio como Dostoievski  y Freud lo habían proclamado, del cual se llegó  a un fratricidio, perpetrado por el hijo de la primera pareja que dio origen al homo sapiens, como consta en las primeras páginas del Génesis. Lo que desde entonces hemos hecho sus descendientes, no ha sido escribir las páginas de la historia, tanto con las letras de oro de nuestras proezas, como con la sangre de nuestros crímenes. 

 

Hoy, en los albores del tercer milenio, la humanidad descubre  con estupor que la madre Naturaleza nos lanza una severa  advertencia señalándonos que estamos caminando sobre los linderos del abismo de una autodestrucción irreversible, que  podríamos calificar, con el filósofo Karl Jaspers, como una “situación límite”. Es demostrando su capacidad de asumir creativamente, es decir, generando vida y no muerte, que la humanidad deberá demostrar a su progenitora,  que se ha ganado el derecho a seguir caminando erguida en este planeta. Pero para ello, deberá usar el poder casi infinito que ha logrado gracias a la  ciencia y a la tecnología, poniéndolo al servicio de la vida y no amenazando con el terror de la muerte que, no lo olvidemos, también alcanzaría a quienes la promuevan. Es desde este punto de vista lo que, dentro del contexto actual, se debe  entender por DEMOCRACIA. El acontecimiento fundante de la edad contemporánea ha sido la Revolución  Francesa (1789), que trasformó la historia universal al grito de LIBERTÉ – ÉGALITÉ – FRATERNITÉ; pero hasta ahora sólo hemos  tenido como meta poner en  nuestra práctica política  la primera consigna, haciendo caso omiso con demasiada frecuencia y de manera aberrante, de las otras dos. Todos los seres humanos nacimos  y nunca debemos dejar de ser iguales (Rousseau); todos los hombres debemos tratarnos siempre como  hermanos ( Schiller –Beethoven). 

 

Un virus que, intempestivamente, brotó  en un remoto rincón del planeta, ha puesto de rodillas incluso a los países más poderosos y a sudar la gota gorda a todos los científicos en laboratorios dotados de las más avanzadas tecnologías; todo con el fin de lograr una vacuna en un tiempo record que, ese es su objetivo, servirá  para protegernos de la  actual pandemia,  provocada por la mutación de un coronavirus. Pero lo que convierte este drama en  un trágico destino para la humanidad, es que no pocas voces muy calificadas prevén que, en  el próximo decenio, surgirán otras mutaciones de coronavirus que provocarían pandemias quizás peores que la actual; por lo que es imperativo crear otra  especie de vacuna.   

 

Para hacer frente exitosamente a esa omisa eventualidad,  en lo personal pienso que el control de las mutaciones del virus es la única  posibilidad de sobrevivencia que tiene el homo sapiens; lo cual sólo se daría si la ciencia logra dar un salto cualitativo en el ámbito epistemológico en el desarrollo de las ciencias básicas. Hasta ahora, los últimos y notables avances de la medicina, en su humanitario y exitoso intento por salvar vidas, se ha basado  fundamentalmente en dos ciencias duras y sus aplicaciones tecnológicas, a saber, la biología y la química, especialmente en ésta última desde que se descubrió el ADN; con ello la ciencia logró el portento de  penetrar en los fundamentos químicos de la vida; ahora debe dar el salto a la física cuántica, esto es, a la física de lo infinitamente pequeño, si el homo sapiens espera y desea  librarse de nuevas y cada vez más deletéreas pandemias, todo  con el fin no  sólo de combatir las mutaciones cuando éstas se hayan dado, sino evitando que se den, es decir, logrando controlar la capacidad de mutar del coronavirus; lo cual sólo se logrará, insisto, si se profundiza en la investigación de la propiedades específicas de la materia protoplásmica mediante el recurso a la física cuántica y sus aplicaciones en la nanotecnología… Todo lo cual está por verse (quod est demonstrandum, como dirían los filósofos  de la escolástica medieval). En todo caso, pienso que Malraux seguiría teniendo la  última  palabra en torno a los enigmas de la existencia humana.

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