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sábado, 18 de julio de 2020

América Latina: ¿ya vieron el ejemplo francés?

La única posibilidad de enrumbar las cosas en otra dirección es poniéndoles un freno lo más decidido posible, y eso solo se logra como lo han hecho los franceses en sus pasadas elecciones locales: con amplios frentes populares. Hay que abocarse a ello urgentemente.     



Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

En Francia, la alianza entre ecologistas, progresismo e izquierda dio el campanazo en las pasadas elecciones locales del domingo 28 de junio, al desplazar al partido de Emmanuel Macron, actualmente en el poder, y a la derecha dura del Frente Nacional de Jean-Marie Lepen. Cuando tanto se habla, en medio de la pandemia, que queremos un mundo nuevo al salir de ella, que ojalá llegue una nueva normalidad que no repita las inequidades y los desbalances del mundo anterior, Francia nos muestra el único camino posible para lograrlo: la unidad de las fuerzas progresistas y de izquierda para desplazar del poder político a las fuerzas fundamentalistas que, en el caso latinoamericano, son las del neoliberalismo y las de la religión.

 

Por doquier se multiplican los análisis y las denuncias de la pandemia como resultado de la desequilibrada relación entre el ser humano y su entorno natural. Se muestra cómo las posibilidades de uso de los recursos del planeta Tierra llegaron a su límite en julio de 2019, lo que significa que de ahí en adelante la ruta hacia su agotamiento total es expedita. Como virus planetario, los seres humanos estamos devorando el organismo natural del que somos resultado, formamos parte y nos sustenta, y de ahí los llamados para que detengamos el tren que nos conduce al abismo.

 

Asimismo, se muestra cómo el modelo industrial de producción, trasladado a la crianza de animales y el cultivo agrícola, se transforma en caldo de cultivo para enfermedades como la que provoca la actual pandemia y cómo, mientras siga prevaleciendo tal modelo, la humanidad estará expuesta a que la situación se repita, tal vez con más frecuencia y quién sabe si no con más virulencia, en el futuro.

 

En el orden de lo social, se levantan innumerables voces que dan cuenta de las inequidades que crea el actual modelo de desarrollo, la creciente concentración del capital, la pauperización de grandes segmentos de la población mundial que quedan al desamparo. La crisis de atención hospitalaria dejó descarnadamente al descubierto que la tendencia dominante hacia la privatización de los servicios de salud equivale a un suicidio colectivo.

 

Pero aún así, y con todas las evidencias de que el modelo es un fracaso, casi sin excepción quienes están en posiciones de poder en América Latina, en vez de poner las barbas en remojo toman medidas que no hacen sino profundizarlo. Aprovechándose de la virtual inmovilización de la gente a causa de las medidas de confinamiento, aprietan el torniquete que parecía que no podía estar más socado: ponen impuestos regresivos, recortan salarios, dejan intactos los grandes capitales y trasladan recursos públicos para fortalecerlos.

 

A estos grandes intereses no se les va a convencer por las buenas de que cambien el rumbo. Hay demasiado en juego como para que voluntariamente decidan que lo que hacen es injusto y que deben dar un viraje. Los ricos de América Latina, acostumbrados a lo que eufemísticamente llaman las “ventajas comparativas”, sobre las cuales edifican buena parte de sus ganancias, poco les importa que el planeta esté al borde del abismo. Más bien ya están pensando en cómo se protegerán cuando las condiciones ambientales lleguen al límite, no en qué harán para que eso no suceda.


La única posibilidad de enrumbar las cosas en otra dirección es poniéndoles un freno lo más decidido posible, y eso solo se logra como lo han hecho los franceses en sus pasadas elecciones locales: con amplios frentes populares. Hay que abocarse a ello urgentemente.

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