Casi la mitad de la humanidad está en cuarentena (de distinto grado o fase) desde hace cuatro meses. Nunca antes, en toda la historia humana, pasó algo parecido. Hizo falta una pandemia, de duración incierta, para que la humanidad llegue a la autoconciencia de que ya no es lo que fue (durante ¡miles! de años).
Mariano Ciafardini / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Todos estos síntomas están ligados, sí, al impresionante crecimiento demográfico. Pero quedarse sólo en este dato implicaría un fatalismo que además estaría equivocado. Aun con una gigantesca población como la que hoy tenemos en el mundo, el impacto de la producción industrial en la contaminación ambiental, la generación de gases de invernadero y el impacto perverso, en la “zoonosfera”, del consumo monumental de proteínas (con peligros zoonóticos), así como el riesgo de extinción de recursos naturales escasos, podrían ser evitados perfectamente. Gran cantidad de habitantes no implica, matemáticamente, imposibilidad de la sustentabilidad de la vida en el planeta. Ahora bien, ¿cómo pueden 7 mil millones (o más) habitantes vivir, en el limitado territorio global, y que el planeta aguante? La respuesta no admite muchas alternativas: cambiando el modo de producción (y de consumo).
Así como Kant enunció al imperativo categórico, desde el punto de vista moral, diciendo que “se debe actuar de manera que mi acto pueda transformarse en una máxima universal”, hoy deberíamos plantearnos bio ecológicamente que no debería, ya, más nadie, consumir recursos o servicios en cantidades, calidad o frecuencia, que no puedan ser consumidos de la misma forma por el resto de los 7 mil millones, o al menos por una gran parte de ellos, a riesgo de una debacle económica-ecológica .
No solo las formas de vida en niveles ultra-ricos deberán desaparecer, sino que las clases medias tampoco podrán seguir viviendo como lo han hecho hasta ahora. Si una cuarentena nos lleva a consumir casi únicamente lo necesario y esto altera seriamente la economía mundial es que algo está muy mal estructurado en términos económicos. Hay que decir que este punto de inflexión, de crisis sistémica, también coincide desde el punto de vista marxista con la, pronosticada por Marx, finalización del capitalismo como modo de producción, por haberse llegado a un grado máximo de la contradicción entre las relaciones de producción (hoy hegemonizadas por la renta financiera parasitaria e irracional) y el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero además el término “crisis civilizatoria” fue utilizado por el comandante Fidel Castro Ruz para referirse a la gran debacle económica política y social en que nos encontramos.
Debe entenderse que el cambio es inevitable porque para salvar a la humanidad la meta debe ser que hasta el último habitante de este amuchado planeta, sea del continente y localidad que sea, pueda vivir con todas las necesidades básicas satisfechas, y quedar incluido en el sistema, proceso que, por ejemplo, ya está llevando adelante China, exitosamente, al haber sacado de la pobreza a 700 millones, pero al que deben sumarse muchos países más que implican otra masa demográfica bastante mayor.
Mientras haya grandes bolsones de pobreza y exclusión, e irracionalidad en el consumo, la humanidad seguirá en riesgo permanente de inestabilidad sanitaria, política económica y social. Ahora bien si se reprogramara el consumo en términos racionales, está claro que deberá modificarse la producción mundial de bienes y servicios.
Ello implicaría, obviamente, un cambio fabuloso en lo que se produce y en las cantidades (en más y en menos) de lo que se produzca. Pero tal cambio en la producción, no se puede lograr en el marco del modelo de capitalismo de la “libre” competencia, de la mano invisible del mercado y del absoluto libertinaje de movimiento de los capitales privados, sino que habría que marchar hacia una gran planificación mundial de la producción y a un impulso coordinado, entre los países, sobre la modificación de las pautas de consumo, a partir de lo que indique la ciencia como factible y deseable para lograr la armonía ser humano-planeta. Se habrían de generar así, sistemas de economía que, aun admitiendo espacios de funcionamiento del mercado, permitan operar, sobre estos espacios, al poder rector de una institucionalidad estatal, que actúe coordinadamente con otras, de igual naturaleza, de otros puntos del planeta, en pos del objetivo común de cumplir aquella planificación global.
El propio gobierno chino ha abierto la puerta para un debate sobre estas cuestiones al convocar a formar una comunidad mundial empezando por el tema sanitario. También Vladimir Putin ha señalado que la única alternativa es que las grandes potencias se sienten a una mesa de acuerdo estratégico. Voces que contrastan con la gritonería rupturista y agresiva o el silencio impávido de los dirigentes “occidentales”.
Con la mitad de esto, me conformo; obviamente, Argentina, se va a abstener.
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