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sábado, 11 de julio de 2020

López Obrador frente a Trump

El encuentro realizado el miércoles 8 de julio de 2020 en Washington entre el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y el mandatario estadounidense, Donald Trump, fue considerado por la mayoría de la opinión pública mundial como una cita afortunada, donde imperó el respeto político y el beneficio para el desarrollo de la región de la América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México).


Adalberto Santana / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad de México


El cónclave entre los dos presidentes fue sin duda un encuentro político y la reafirmación comercial entre la mayor potencia del globo y el más relevante país latinoamericano por lo que históricamente representa para la región iberoamericana y caribeña. Esta reunión se desarrolló en una coyuntura muy especial, enmarcada en el contexto del crecimiento de la pandemia mundial. Recordemos que los EU se ubica según la Universidad Johns Hopkins, con casi 3 millones 200 mil de casos confirmados de covid-19 y con más de 133 mil fallecidos. En tanto que los Estados Unidos Mexicanos (EUM), alcanza a más de 282 mil infectados y más de 33 mil muertos. Quedando en primer país como el más afectado del mundo con un vertiginoso crecimiento de la pandemia y México figurando en el octavo sitio a nivel mundial. Lugares nada afortunados cuando los retos son más que enormes para el futuro inmediato de ambas naciones y del mundo.

 

A la par también conviene considerar que dicho encuentro en el caso específico de los EU, se da en un tiempo en que se ciernen las próximas elecciones presidenciales para el 3 de noviembre de 2020. Fecha en la que se decidirá políticamente el futuro de quien ocupará la Casa Blanca en los próximo cuatro años. Hasta el momento actual, las encuestas apuntan que la ventaja la lleva el aspirante del Partido Demócrata, Joe Biden, con casi el 10 por ciento. En los EU, se vive una democracia representativa en que participan formalmente únicamente dos partidos.  En ese tipo de democracia el triunfador no es el que obtenga la mayoría de los sufragios de votantes, sino por el contrario el que conquiste los votos electorales, quienes son los que deciden la victoria final. Hace casi cuatro años, el triunfador fue Donald Trump quien obtuvo la minoría de votos de la población estadounidense, pero fue el que alcanzó a sumar la mayoría de los delegados. Es decir, para ganar las elecciones estadounidenses, desde el punto de vista formal, se deben ganar la mayoría de los 538 votos electorales en disputa.  Votantes efectivos que conforman el Colegio Electoral (cuya cantidad funciona desde 1964). Así, cada estado de la llamada “Unión Americana”, según su Constitución le asigna a cada estado una determinada cantidad de votos electorales y el número de esos votantes representativo de cada uno de los estados es condicionado por el censo de cada 10 años. Lo cual significa que las entidades con mayor densidad de población tendrán el mayor número de votos electorales. De esta manera, un candidato de los dos que aspiran, ya sea el Demócrata o el Republicano necesita un mínimo de 270 votos electorales (la mayoría necesaria) para así poder ser ungido a la presidencia.  De ahí que el objetivo de cada candidato es obtener el mayor número de estados, sobre todo aquellos que suman más votos electorales. 

 

Pensemos que la visita de AMLO a la Casa Blanca seguramente no contó con ningún peso para definir el proceso electoral en la mayor potencia del orbe. Ni siquiera los principales diarios nacionales de EU le dieron importancia en las primeras planas. Especialmente cuando se conoce que la mayoría de los migrantes mexicanos y latinos no participan en el proceso electoral. En tanto que los hispanos que, si pueden votar y quieren, lo hacen mayoritariamente por el candidato demócrata. Es decir, su concurrencia no es significativa. Lo relevante de ese encuentro entre AMLO y Trump, es significativo para la diplomacia mexicana y como una acción para fortalecer la cooperación a través del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Todo esto enmarcado en medio de la pandemia y de la pérdida de empleos en la economía mexicana y en la estadounidense por el crecimiento de la crisis económica. Resultando así en palabras del propio AMLO: “…el tratado es una gran opción para producir, crear empleos y fomentar el comercio sin necesidad de ir tan lejos de nuestros hogares, ciudades, estados y naciones. 

 

En otras palabras, los volúmenes de importaciones que realizan nuestros países del resto del mundo pueden producirse en América del Norte con menores costos de transporte, con proveedores confiables para las empresas y con la utilización de fuerza de trabajo de la región”. El desarrollo económico en la perspectiva del gobierno mexicano, a corto, mediano y largo plazo es frenar la recesión que ya despunta en la región y que afecta al país más vulnerable (México). Recordemos que la misma Organización de las Naciones Unidas (ONU), en voz de su secretario general, Antonio Guterres, refiriéndose al impacto de la COVID-19 en América Latina y el Caribe, señaló que, en nuestra América, epicentro de la crisis sanitaria, tendrá una contracción de la actividad económica del 9.1 por ciento en 2020. Lo que va a equivaler a que 230 millones de latinoamericanos y caribeños serán más pobres de lo que son ahora. Esto es, que uno de cada tres pobladores de la región vivirá en la pobreza. Más dramático todavía será el hecho de que a 96 millones no les alcanzará sus escasos recursos para alimentarse. En el caso de México, significará que más de la mitad de su población (50.3%) se ubicará en los niveles de pobreza y un 18.2% llegará a estar en la pobreza extrema para fines de este mismo año de 2020. Esto representará que la pobreza en la economía mexicana estará por encima del promedio de la región latinoamericana (37.2 y 15.5 por ciento). Socialmente se generará un escenario de gran descontento económico por el crecimiento de más expulsión de población en forma de migración irregular hacia la frontera sur de los EU (tanto mexicana como latinoamericana) y también potencialmente una espiral de mayor de violencia en un contexto donde el narcotráfico y el crimen organizado en 18 años generó más de 260 mil muertes y más de 40 mil desaparecidos. Cifras muy semejantes a las de la guerra política que se ha desarrollado en Colombia en 60 años. Así, al ser México un furgón estratégico en la economía de América del Norte, podrá impactar en un tendencial descarrilamiento del tren económico de esa zona.

 

En nuestro criterio, la visita de AMLO a Washington, fue una postura pragmática para intentar encontrar una vía de salida a la crisis que tiende aceleradamente a profundizarse en el corto y mediano plazo. Pensemos que el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas están ligadas a la economía estadounidense. Casi es imposible en un periodo de seis años, el gobierno mexicano logre diversificar sus mercados, máxime en un contexto donde la crisis es mundial y los mercados tienden a contraerse. 

 

Si bien la presencia de AMLO frente a Trump ha sido respaldada mayoritariamente en México y diversas partes del mundo, también ha sido cuestionada por grupos minoritarios principalmente de sectores conservadores y actores radicales de la izquierda. Al interior de los mismos EU, se han vertido opiniones encontradas. Por ejemplo, como el mismo Joe Biden, que más que criticar a AMLO, lo hizo contra Trump, al apuntar sobre el polémico mandatario: “Trump lanzó su campaña de 2016 llamando violadores los mexicanos. Ha promovido el racismo contra nuestra comunidad latina desde entonces”. Agregando el mismo Biden, en un tono cordial hacia López Obrador: “Tenemos que trabajar en conjunto con México. Necesitamos restaurar la dignidad y humanidad a nuestro sistema de migración. Eso haré como presidente” (La Jornada, 10-07-20).

 

Es evidente que en la agenda de la reunión AMLO-Trump, quedaron marginados una serie de puntos que sin duda mostraban una clara confrontación. Por ejemplo, la campaña del mandatario estadounidense empeñado en la construcción total del muro en la frontera sur de los EU, que sirva de contención para los migrantes latinoamericanos y de otras regiones del mundo. Como también en el caso de Venezuela, donde el magnate estadounidense sigue empeñado en el derrocamiento del gobierno del presidente Nicolás Maduro o en el incremento de mayores medidas que refuercen el bloqueo económico contra Cuba. Temas en el que la diplomacia mexicana sin duda seguirá oponiéndose. Recordemos que en el recuento de las intervenciones estadounidenses en América Latina y el Caribe, México ocupa el primer sitio. En la guerra de rapiña de mediados del siglo XIX perdió más de la mitad de su territorio a manos de EU, tema que sigue presente en la memoria de la inmensa mayoría de los mexicanos. Por ello el propio mandatario mexicano le señaló a Trump en la Casa Blanca que: “…en la historia de nuestras relaciones hemos tenido desencuentros y hay agravios que todavía no se olvidan, pero también hemos podido establecer acuerdos tácitos o explícitos de cooperación y de convivencia”. Agregando a su vez que “la historia nos enseña que es posible entendernos sin prepotencias o extremismos”. De esa manera, en nuestro criterio el mandatario mexicano dejó por sentado a Trump, en lo que le resta de su gobierno ya sean algunos meses o cuatro años más, que ahora con el gobierno de la llamada 4T (Cuarta Transformación y según varias encuestas hay más preferencias con las que ganó la elección del 1 de julio de 2018), que México es principalmente: “un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano”.

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