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sábado, 8 de agosto de 2020

Los virus. Beneficios y perjuicios. Naturales o modificados

Durante mucho tiempo y sobre todo en la actualidad, se ha venido consolidando el mito de que todos los virus son perjudiciales para los huéspedes donde se encuentran o con los que establecen determinadas relaciones simbióticas, subestimando o ignorando así, el papel sumamente importante que han desempeñado o siguen desempeñando muchos, en la vida humana  y de todo el planeta. 


Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


Como seres humanos, hemos compartido con ellos tantos procesos evolutivos que no es extraño entonces, que el 8% de nuestro ADN esté formado por restos de retrovirus endógenos, que la sincitina 2, un gen de naturaleza vírica, haya sido decisivo para que la gestación humana, se pudiera desarrollar dentro del cuerpo de la madre y no poniendo huevos en tierra como muchos otros mamíferos. Asimismo, contamos con un sistema inmune innato, que funciona de manera coordinada gracias a la inserción en lugares fundamentales de nuestro ADN, de antiguos fragmentos de virus.

Los virus tienen una gran capacidad de mutar, autoreplicarse y diseminarse, utilizando la estructura celular de otros organismos receptores y están considerados como los organismos más diversos y abundantes, que existen en casi todos los ecosistemas de la Tierra. Se encuentran en desiertos, suelos, células de intestino de mamíferos, océanos, y se les cree de gran importancia en muchos ciclos ecológicos y en general en las muy complejas relaciones de la vida en el planeta. Hay tantos virus beneficiosos, que muchas plantas reciben de su ayuda, al hacerlas más tolerantes al frío, a las altas temperaturas y al estrés biótico. 

 

Su importancia llegó hasta al cine cuando en 1953, en la película de Byron Haskin “La Guerra  de los Mundos”, los marcianos fueron finalmente derrotados, no por las armas creadas por los humanos, sino por una mortífera infección viral. Sin embargo, suelen ser más conocidos por sus efectos perjudiciales, ya que la relación más estudiada de ellos con sus huéspedes, ha sido la del antagonismo o la del carácter patogénico y los daños que provocan cuando infectan a seres humanos, plantas, animales, bacterias, hongos y hasta otros virus. No son estrictamente organismos vivos porque no están formados por células, son estructuras genéticas de ARN o ADN  y necesitan las células de los organismos que infectan para poder replicarse. Pueden vivir fuera de células vivas un tiempo muy reducido, aunque se han encontrado virus congelados con miles de años de existencia.

 

Para poder comprender mejor la actual pandemia causada por el SARS-CoV-2, es necesario desmitificar a los virus como entidades que únicamente causan perjuicios a sus huéspedes y reconocer sus beneficios para los ecosistemas y la vida misma. Lo que hoy sucede con este predecible agente infeccioso, solo es una manifestación inequívoca de los desequilibrios que una dinámica civilizatoria, con sus prácticas y procesos destructivos y el desbordamiento de los límites biofísicos del planeta, puede producir. 

 

Por ello, para poder superar este virus y cualesquiera otros, no es suficiente dejar solo en manos de expertos en áreas muy delimitadas del conocimiento, su abordaje y posibles estrategias de solución. Es preciso sumar otros campos diversos del saber, desde el cual se puedan primeramente, identificar las causas estructurales que inciden en la pérdida del equilibrio de los virus en su hábitat, así como el grado de deterioro ambiental que el sistema socioeconómico viene causando.

 

Las enfermedades infecciosas causadas a los seres humanos por virus, no son estrictamente fenómenos naturales. Son más bien el resultado del desprecio y la indiferencia con la que poderosos intereses económicos, se suelen comportar ante las relaciones interdependientes que existen, entre todos los procesos terrestres y los seres vivos. Sin duda hay poco de natural cuando acciones irresponsables realizadas por los seres humanos en la naturaleza y el clima, en la producción intensiva de animales y en los cambios en sus hábitos culinarios, terminan favoreciendo zoonosis. Por eso nunca será suficiente con suponer que erradicando el agente patógeno causante de la enfermedad o hallando una vacuna, estaremos a salvo. Es necesario que modifiquemos profundamente las condiciones y los factores que permiten la aparición, mutación y multiplicación de virus, que luego se transmiten de animales a humanos.

 

De modo que es perfectamente razonable que consideremos que los verdaderos focos de infección de epidemias humanas, hay que buscarlos en la producción y cría industrial de animales hacinados, de uniformidad genética, inmunidad deprimida y abuso con antibióticos. Es allí donde si queremos prevenir próximas alarmas pandémicas, debiéramos mantener todos sus procesos y actividades bajo regulaciones estrictas y una permanente vigilancia sistémica. 

 

No obstante, como en el mundo de hoy a nadie asombra que existan y se empleen técnicas de manipulación de organismos vivos, sea factible insertar genes de animales en plantas y viceversa, y que con la biología sintética o el uso de tecnologías avanzadas de edición génica, no sea una quimera crear plantas, animales, virus, bacterias e insectos de diseño, que en toda la evolución nunca fueron concebidos, no es extraño por tanto, que cuando más incierto nos parece la evolución de la pandemia actual y cuando más lastimadas están nuestras seguridades fundadas en la prevención, control y cálculo de riesgos, acojamos también la posibilidad que la actual pandemia con SARS-CoV-2, sea resultado de “mejoras” o modificaciones hechas a este virus, dentro de un programa de guerra biológica, para acabar con la vida de millones de seres humanos, no necesariamente de una nación en particular, sino de todo el mundo. 

 

Pero si no fuera creíble la liberación accidental o intencionada desde los tantos laboratorios ultrasecretos que existen en las grandes potencias, ¿qué sucedería el día que lo fuera? El peligro es tan real, que aquí se impone con urgencia un control riguroso de estos laboratorios, de sus medidas para impedir fugas y contaminaciones, en fin,  de todos sus ensayos e investigaciones.

 

Ya desde la década del 60 el Departamento de Defensa estadounidense, se mostraba interesado en encontrar un agente sintético, que fuera capaz de producir estados de inmunodeficiencia adquirida, muy similar a lo que hoy se conoce como el SIDA. Asimismo, en el estadounidense Fuerte Knox,  aprovechando virus extraídos de una mujer muerta congelada, se recreó el virus de la gripe española de 1918-1919. Mientras que por otro lado, en el año 2001, los virólogos R. Fouchier y Kawaoka, aseguraron haber mutado el virus de la gripe aviar H5N1, con el objetivo que se transmitiera directamente entre humanos, toda vez que esto solo sucedía a través de las aves. Años más tarde pretendían hacer lo mismo con el virus H7N9. También cuando se completó la secuencia completa del virus del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) en el 2003, se creyó en la posibilidad que hubiera sido manipulado.

 

Precisamente por hechos como estos, es que Zhao Lijian, portavoz del ministerio de Exteriores de China, ha considerado que el Ejército estadounidense fue el creador del virus SARS-CoV-2 y lo trasladó posteriormente a la ciudad china de Wuhan, donde se supone inició la actual infección de coronavirus. Esta teoría surge de la confesión del director de los Centros para el Control y la Prevención de los Estados Unidos (CDC), donde advirtió que algunos estadounidenses que murieron de influenza antes de que el coronavirus apareciera en Wuhan, habían dado positivo a esta enfermedad. 

 

Sin embargo, y pese a que recientemente varios investigadores estadounidenses creen haber demostrado mediante sus estudios, que el SARS-CoV-2 no se corresponde a ninguna construcción de laboratorio ni tampoco a un virus manipulado intencionalmente, no se pueden desestimar las investigaciones que en laboratorios de nivel 2 de bioseguridad, existentes en algunos países del mundo, se han reconocido haberse efectuado con el coronavirus SARS-CoV y que otras siguen en curso. En este punto resulta muy interesante destacar el hecho, que en el año 2007 un grupo de microbiólogos de Hong Kong, advertía  que en las cercanías de la ciudad china de Wuhan aparecería un coronavirus devastador. ¿Fue este solo un presentimiento o estos científicos sabían demasiado hasta el punto de hacerlo público? 

 

Dentro de estas curiosas suspicacias vale anotar la ocurrida en el 2005, cuando el Dr. Anthony Fauci, principal experto en enfermedades infecciosas de Estados Unidos, en una comparecencia ante el Congreso de ese país, aseguró que el mundo estaba próximo a sufrir una pandemia pulmonar. Pero lo que más asombra es que el 18 de octubre de 2019 (dos meses antes que se reportara el primer caso en China), el Foro de Davos reunido en Nueva York, hacía un ejercicio  contra una ficticia epidemia de coronavirus con la participación de 15 líderes mundiales, representantes de transnacionales farmacéuticas y de la fundación de Bill Gates.

 

El lucrativo negocio farmacéutico 

 

No hay duda alguna que en la actual emergencia sanitaria mundial que vive toda la humanidad con la COVID-19 y al amparo de una muy conveniente nueva definición de pandemia por la OMS, la poderosa industria farmacéutica se ha convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en la más favorecida de todas. Un negocio lucrativo de dimensiones incalculables empieza a configurarse, donde otra vez salud y enfermedad, solo serán considerados como medios para obtener cuantiosas ganancias. Ahora, aprovechándose del pánico generalizado que no ha dudado en ayudar a fomentar, de su riqueza y poder incalculables y de una inédita teatralización de las tasas de contagio y letalidad en tiempo real con este coronavirus, nunca alcanzada con los cientos de miles de muertos que todos los años causan en el mundo el dengue, cólera, malaria y tuberculosis, ha puesto en marcha su impresionante maquinaria comercial de codicia y corrupción.

 

Hablamos de una industria tan poderosa, que se estima que en el año 2019 ganó 392,000 millones de dólares, ingresos muy por encima de los logrados para igual período por la industria armamentista. Ese mismo año tan solo en cabildeo, no tuvo reparos en gastar 295 millones de dólares, más del doble de lo que gastaron las compañías de gas y petróleo. Su poderío es tan desmesurado, que sus tentáculos no se limitan exclusivamente a la producción de medicamentos, sino que se extienden a  campos tan diversos como la agroquímica y la biotecnología, íntimamente ligados con la vida, la alimentación y la salud veterinaria.

 

Una vez que la pandemia del COVID-19 comenzó a extenderse por el mundo y cobrar sus primeras víctimas, las principales firmas y laboratorios farmacéuticos no tardaron en hacer, lo que mejor hacen: salir a abalanzarse sobre los fondos públicos, que rápidamente muchos gobiernos, como los de Estados Unidos, Alemania, Francia y otros, se comprometieron a invertir para las investigaciones en la búsqueda de posibles vacunas y tratamientos. A este negocio tan habitual que sobre el financiamiento estatal cultivan las farmacéuticas, no tardaron en sumarle sus infaltables anuncios prometedores de medicamentos, vacunas y antivirales, con sus consabidos incrementos bursátiles. 

 

Así, la empresa estadounidense de biotecnología Inovio Pharmaceuticals, al informar que estaba probando una vacuna experimental, consiguió un alza en sus acciones del orden del 200%, mientras que las de Gilead Sciences subían 20%, tras conocerse que su medicamento Remdesivir desarrollado para combatir el ébola, mostraba efectos positivos para  luchar contra COVID-19. Otras cuyas acciones también subieron como espuma, son la Sorrento Therapeutics con 162%, al desarrollar el anticuerpo STI-1499 que asegura que bloquea el coronavirus SARS-CoV-2 y la Alpha Pro-Tech con 300%, por la fabricación de mascarillas.

 

Ha sido muy notorio que desde hace ya algún tiempo, las grandes compañías farmacéuticas vienen invirtiendo muy poco en la investigación y desarrollo de nuevos fármacos; mucho menos lo hacen en los que vayan dirigidos a curar padecimientos. Hoy se sabe que hasta el 90% de los llamados nuevos fármacos no son tales, son verdaderas copias sin ningún beneficio terapéutico importante, que terminan patentados y vendiéndose más caros. Por eso los mayores esfuerzos y fondos económicos de estas empresas van destinados a los más rentables, o sea, aquellos que les permitan aumentar sus ganancias o mejorar constantemente la salud financiera de sus empresas. En esa lista están todos los medicamentos considerados como cronificadores, los de deterioro lento con adicción, los que no curan pero tampoco matan, los de la vida longeva y cliente seguro.

 

En el lucrativo negocio de las firmas y laboratorios farmacéuticos, la comercialización y las actividades promocionales tienen un peso realmente considerable, hasta el punto que se cree que la inversión por este orden puede estar por encima del 30% de toda su facturación anual. Dentro de esto están los millones de las llamadas “muestras gratis” que se distribuyen entre los galenos de todo el mundo, para que estos prescriban los nuevos medicamentos y los más costosos que promueve la industria farmacéutica. Junto a esto un número significativo de ofrecimientos en forma de viajes, financiamiento a congresos científicos, viáticos y lujosos regalos, es recibido con mucha frecuencia por médicos, de parte de afables representantes de ventas o visitadores médicos de las compañías farmacéuticas. 

 

Hay abundante información, testimonios y pruebas, que demuestran cómo los laboratorios farmacéuticos consiguen, que los médicos receten no solo sus productos, sino que mientras más, mejor. De estas prácticas donde la ética está completamente ausente y crecen peligros como la sobremedicación y prevalece solo el afán de hacer dinero, no están excluidos ni funcionarios de salud pública ni decisores del sistema privado. En muchos países como Italia, Reino Unido y los Estados Unidos, la justicia las considera totalmente ilegales. 

 

Ya en el 2004 la Fiscalía de Verona y la Policía Tributaria del Veneto imputaron cargos por fraude, corrupción y asociación para delinquir, a 4,400 médicos y 135 directivos y empleados de la empresa farmacéutica GlaxoSmithKline, por considerar que esta empresa “sobornaba con dinero, regalos y viajes a los médicos para que recetaran sus productos, normalmente más caros que los de la competencia, y la Seguridad Social acababa cargando con el gasto”. Después de esto se conoció de otras investigaciones en Italia por las mismas causas contra las farmacéuticas Pfizer, Sanofi, Merarini y Sigma Tau.

 

Los gigantes de la industria farmacéutica cuentan con numerosos casos emblemáticos, que sirven para revelar con toda su crudeza, que no es la salud humana lo que más les interesa y preocupa, sino el aumento de sus ganancias y el crecimiento constante de su rentabilidad. Entre ellos, uno de los más sonados fue el de la compañía Merck, S.A. con su medicamento Vioxx contra la artritis, que aun sabiéndolo mortal, no la detuvo para obtener beneficios por el orden de los 2,000 millones de dólares anuales entre 1999 y 2004. En ese período solo en los Estados Unidos, el Vioxx causó más de 30,000 muertos y más de 100,000 personas con crisis cardíacas y cerebrales. Otro fármaco donde su alta peligrosidad se escondió para priorizar las ganancias fue el Mediator, un medicamento del laboratorio francés Servier, que primero se recomendó para diabéticos y luego también para disminuir el sobrepeso. Su uso comenzó en 1976 y se cree que, desde ese tiempo, puede haber causado unos 2,000 muertos por daños cardíacos.  

 

Una de las empresas farmacéuticas que más sucesos de este tipo acumula en su historia, es la estadounidense Pfizer. En octubre de 2008 se anunció que acordó pagar una indemnización de casi 900 millones, a las víctimas de sus antiflamatorios Bextra y Celebrex y 700 millones más “por la venta de medicamentos para usos no autorizados por el gobierno y los sobornos a profesionales sanitarios para que sus productos fuesen recetados”. 

 

Sin embargo, uno de los episodios más deleznables de esta farmacéutica, fue cuando decidió en 1996 aprovecharse de una epidemia de meningitis y cólera en Nigeria, para ensayar entre varios centenares de niños, un antibiótico llamado Trovan. Las pruebas terminaron causando la muerte de 11 de ellos y el resto sufrió de daños cerebrales y otros graves efectos secundarios.

 

Ahora esta poderosa industria, una de las más rentables del mundo y que para algunos “mata más personas que las guerras” --sus efectos secundarios son la cuarta causa de muerte en los Estados Unidos--, está en medio de la pandemia del COVID-19, enfrascada en una gran y feroz competencia para producir cuanto antes, la “vacuna milagrosa” que una gran parte de la población mundial, presa de pánico, aguarda como solución salvadora. 

 

Continuará……..

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