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sábado, 19 de septiembre de 2020

Argentina: Las renovadas quejas de la reina del Plata

 Cosmopolita como Nueva York, Buenos Aires fue polo de atracción de las grandes migraciones del siglo XIX, tiempo en que la oligarquía gobernante quería dejar plasmado su sello en el modelo de estado moderno a través de una arquitectura que mostrara lo mejor de lo europeo.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


El recorte de fondos anunciado por el presidente Fernández a la CABA despertó una violenta reacción del jefe porteño Rodríguez Larreta. Junto con su gabinete dio una conferencia de prensa en donde manifestó que iría a la Corte por esa abrupta medida; medida que venía anunciándose desde el año pasado, fruto también del aumento exorbitante de fondos por recaudación de impuestos que pasó del 1,4 al 3,75 por el traspaso de la Policía Federal que, por simple decreto le dio Macri en 2016.

 

Los mohines de Larreta se escudan en la pandemia, aunque resultan inocultables los $166,32 por habitante que disfrutan los porteños frente a los $59,60 que reciben sus vecinos bonaerenses, tres veces menos.[1]

 

Mientras los argentinos arrastrábamos la miseria dejada por el neoliberalismo de estos últimos cuatro años, los porteños gozaban del nuevo paseo del bajo, de los helechos iluminados, por no describir todas las maravillas construidas desde hace un siglo y medio, más precisamente cuando Urquiza, vencedor de Pavón le dejó la victoria servida en bandeja a Bartolomé Mitre, quien se encargaría de sepultar las montoneras federales y condenar a la pobreza los descendientes de sus protegidos. 

 

El fundador del diario la Nación, el presidente, líder de la Triple Alianza, retomó el proyecto de elevar por sobre los “trece ranchos” – como designaban a las provincias del interior – a la reina del Plata, a la París del sur contando para ello con los beneficios de la Aduana y el puerto. Con los recursos de esas dos potentes fuentes de ingreso, los pobladores de esos 200 kilómetros cuadrados se transformaron en “La cabeza de Goliat”, como la designaría Ezequiel Martínez Estrada, en su apasionado estudio sobre la microscopía de Buenos Aires. 

Ciudad nerviosa, en permanente movimiento, con taquicardia aunque estuviera en reposo, con sus ocho grandes estaciones ferroviarias, sus cientos de tranvías, colectivos y automóviles particulares dando vueltas todo el tiempo. Un excelente trabajo descriptivo de la primera mitad del siglo pasado realizada por el autor que años antes había sorprendido con Radiografía de la Pampa.[2]

 

No era para menos, tuvo el primer subterráneo de Iberoamérica y el hemisferio sur, inaugurado el 1° de diciembre de 1913 por el presidente Victorino de la Plaza, con un recorrido de 13 kilómetros, entre la Plaza de Mayo y Plaza Once.[3]

 

Cosmopolita como Nueva York, fue polo de atracción de las grandes migraciones del siglo XIX, tiempo en que la oligarquía gobernante quería dejar plasmado su sello en el modelo de estado moderno a través de una arquitectura que mostrara lo mejor de lo europeo.

 

Beneficiaria de los ingresos del modelo agro exportador intentó ser reflejo material y espiritual de las sociedades a las que abastecía con sus productos y de las que copiaba su estilo de vida. Volcada hacia los centros de poder, se desentendió de ese interior atrasado, de ese patio trasero no reconocido que, para llegar había que entrar por el arco de triunfo que significaba el puerto, tal como es emplazado el Hotel de Inmigrantes pegado al muelle.

 

Claro que también clasifica a quienes ingresan; detesta desde luego a la chusma ultramarina que viene a infectar el cuerpo social con sus descabelladas ideas de la cuestión social y para resguardar la salud dicta leyes represivas profilácticas, propias de ese colectivo científico positivista médico, psiquiátrico, jurídico, más que nada político. Huelgas, sindicatos y reacciones obreras, caerían bajo ese mote de sospecha y serían presa de una violencia policial que defendía a los patrones.  Para proteger el orden social establecido se dictan: la ley de residencia de 1902 y de defensa social de 1910.

 

Los indeseables se repliegan en la periferia, hacinados en conventillos cercanos al Riachuelo. Los obreros en esa década irrumpirán con huelgas generales, a los que seguirán los inquilinos en 1907, en donde las mujeres y los niños tendrán protagonismo con sus escobas. Allí se hará notar la represión brutal de la policía al mando del Coronel Ramón Falcón, posteriormente muerto por un atentado anarquista.

 

La celebración del Centenario tendría que mostrar el esplendor del granero del mundo, de la Atenas del Plata, la París latinoamericana.

 

Asimetrías que se irían acentuando con el correr de los años y que se pondrían de manifiesto con los modelos neoliberales de fines del siglo pasado, comenzando con la dictadura y luego con el gobierno de Carlos Menem, en donde las privatizaciones dejaron una cantidad de secuelas que persisten de una manera silenciosa y cruel, como es el abandono de más mil quinientos pueblos que desaparecieron con la supresión de los trenes. Todo estallaría con la crisis de 2001 con el gobierno de la Alianza.

 

Menem era riojano, la provincia de Facundo Quiroga, a quien emulaba con su melena y largas patillas y del Chacho Peñaloza, el caudillo que le siguió al “Tigre de los llanos. Provinciano como Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca, Miguel Juárez Celman o Domingo Faustino Sarmiento. 

 

Todos contribuyeron desde el Estado nacional a favorecer esa pequeña porción de territorio en que se asienta la Administración Central.

 

La emblemática Plaza de Mayo que congrega a las mayorías que representan simbólicamente y plebiscita la voluntad popular está al frente de la Casa Rosada y, con seguridad ningún argentino desearía un cambio al respecto.

 

Es más, los nacidos en otras provincias no podemos escapar a nuestras experiencias personales, en mis años de empleado de los Ferrocarriles Argentinos, todas las decisiones se tomaban en las oficinas centrales en Retiro. Los empleados del interior pasábamos años en la misma categoría por más méritos laborales y académicos acumulados, mientras un joven ingresante porteño a los pocos meses tenía idéntica categoría y sueldo que nosotros. Al preguntar por ésta situación se nos respondía que era la única manera de retenerlos porque si no renunciaban, se iban a otro lado a trabajar. Además allí se podían tener otros beneficios y ventajas, horas extras, comisiones especiales, pases o préstamos en mutuales afines.

 

Años más tarde, acompañando una delegación de alumnos, les comentaba mostrándoles Casa Rosada y los edificios públicos que dan a Plaza de Mayo, que cualquier vendedor de maíz para las palomas que por allí pasaba tenía el cielo en las manos: podía ver al presidente en alguna de las ventanas y a la tarde ir a ver el clásico River-Boca con solo tomar el colectivo; cosa impensada para los del interior, los que crecimos sabiendo que Dios atendía en Buenos Aires.

 

Por último, en el Preámbulo de la novísima Constitución de la CABA dice: “…integrando la Nación en fraterna unión con las provincias, con el objeto de afirmar su autonomía, organizar sus instituciones y promover el desarrollo humano en una democracia fundada en la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y los derechos humanos,”[4] Si sus autoridades no lo respetan y renuevan sus quejas ante el gobierno central ¿qué les queda al resto de sus representados y sus compatriotas hermanos? 



[1] Presupuestos 2020 y datos de población del último censo.

[2] La cabeza de Goliat, microscopía de Buenos Aires, E. Martínez Estrada, Club del Libro A.L.A., Bs. Aires, 1940.

[3] www.bbc.com

[4] Texto de la Constitución de la CABA de 1996, conforme el Artículo 129 de la Reforma de la Constitución de la Nación Argentina de 1994.

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