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sábado, 24 de octubre de 2020

El camino al ambiente

 La historia del concepto de ambiente hace parte de otra, más amplia: la de los movimientos sociales que también hicieron sentir – en el entorno de la Cumbre de la Tierra -la demanda de proteger su patrimonio natural, y el de la Humanidad entera, de la amenaza de verlo transformado en capital natural.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Alto Boquete, Panamá


“Contra la verdad, nada dura: 

ni contra la Naturaleza.”

José Martí[1]

 

“La historia ambiental”, dijo alguna vez Enrique Leff – uno de los fundadores del nuevo pensamiento ambiental latinoamericano – “es la historia del concepto de ambiente.” No le falta razón, en cuanto cada época  va dando forma a sus grandes conceptos en la medida en que se hacen necesarios para el razonar sobre sus propias contradicciones y sus conflictos.

 

Para entender a Leff conviene recordar que el proceso de formación del concepto de ambiente ocurre en el marco de aquel otro, más amplio, de formación, desarrollo y crisis del mercado mundial, de mediados del siglo XVI a nuestros días. En ese proceso, por ejemplo, que Herbert Spencer – en Principios de Psicología (1855) y Principios de Biología (1864) – se refería a “las circunstancias del entorno de un organismo que lo afectan y transforman.” [2]

 

Otros temas de evidente vinculación con los debates de nuestro tiempo - desde la llamada “economía de la naturaleza” y el impacto de la actividad humana sobre el medio natural[3], hasta el papel del trabajo como vínculo orgánico entre nuestra especie y su entorno[4]-  fueron objeto de discusión en las últimas décadas del siglo XIX. Esta fase inicial de la historia del concepto de ambiente culminó hacia la década de 1930, con los trabajos de Vladimir Vernadsky sobre las relaciones entre la biosfera y la noosfera generada por los humanos mediante la aplicación del conocimiento y la técnica.[5] Con todo, el planteamiento de la relación entre la biosfera y la noosfera solo vino a revelar todo su valor medio siglo después, cuando una circunstancia distinta a la de su origen permitió establecer de manera clara el papel del trabajo como vínculo orgánico entre la biosfera y la noosfera. 

 

Entre las décadas de 1940 y 1960, el interés por el tema pasó a verse encerrado en el ámbito académico, mientras se desplegaba el crecimiento de la economía mundial tras la II Guerra Mundial.[6] Desde ese ámbito, la primera grieta en el consenso progresista-productivista del periodo apareció con la publicación en 1962 de La Primavera Silenciosa, de la bióloga marina Rachel Carson, que advertía sobre los riesgos del uso masivo de pesticidas en la agricultura mundial. En 1972, ese consenso inició un proceso de desintegración que llegaría a ser irreversible con la publicación del informe Los Límites del Crecimiento, encargado al MIT por el Club de Roma – un centro de reflexión empresarial europeo -, cuya autora principal fue otra mujer, la biofísica y científica ambiental Donella Meadows. 

 

En breve, el informe planteaba que si se mantenían el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales, la humanidad alcanzaría “los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.”[7] Desde allí, el tema pasó a ser objeto de un debate cada vez más amplio en la geocultura del sistema mundial, dadno lugar a que las Naciones Unidas lo tratara en conferencias mundiales periódicas a partir de 1972.

 

Para entonces empezó a difundirse la expresión medio ambiente, abreviada después en ambiente, de un modo equivalente en lo esencial al entorno natural de la sociedad, utilizado por Spencer, sin incluir a esta última en el problema más allá de la externalización de sus desechos. Por entonces tomó cuerpo una tecnocracia especializada, que se veía a sí misma como la conciencia ambiental del sistema mundial, sin más compromiso que el de conservar y regular las formas de uso del entorno. Hasta que llegó 1992.

 

En ese año, la intervención de Fidel Castro en la llamada Cumbre de la Tierra[8] puso en evidencia la dimensión política de la crisis ambiental de manera irreversible. “Una importante especie biológica”, dijo allí Fidel,

 

está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.

Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.[9]

 

A partir de la Cumbre de la Tierra, el término técnico “medio ambiente” pasó a transformarse en el concepto ecosocial y ecopolítico de ambiente. Para 2015, otro latinoamericano, el jesuita argentino Jorge Bergoglio, en su calidad de papa Francisco fijó y universalizó ese sentido en su Encíclica Laudato Sí.

 

Así entendido, el concepto de ambiente enfatiza el carácter socio-ambiental de la crisis en las relaciones de los grupos humanos entre sí y con su entorno natural, expresado en la ruptura del metabolismo sociedad-naturaleza. Con ello, además, el concepto de ambiente ha planteado un persistente desafío a las viejas estructuras del conocer, pues la explicación del origen de la crisis que enfrentamos demanda nuevos campos del saber, como la historia ambiental, la economía ecológica y la ecología política.

 

Enrique Leff sin duda estaba en lo correcto, con una precisión. La historia del concepto de ambiente hace parte de otra, más amplia: la de los movimientos sociales que también hicieron sentir – en el entorno de la Cumbre de la Tierra -la demanda de proteger su patrimonio natural, y el de la Humanidad entera, de la amenaza de verlo transformado en capital natural. Esa demanda no ha cesado, y por lo mismo sigue en curso la historia del concepto que ella dio de sí, y que sigue sustentándola.

 

Alto Boquete, Panamá, 17 de octubre de 2020.



[1] “Carta a Gonzalo de Quesada”. Nueva York, 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 195.

[2] Fressoz, Jean-Baptiste “Losing the Earth knowingly”. Clive Hamilton, François Gemenne, Christophe Bonneuil (eds.): The Anthropocene and the Global Environmental Crisis. Rethinking modernity in a new epoch. Taylor & Francis Group. 2015: 73-81.

[3] Así, Perkins-Marsh, George (1864): Man and Nature: Or, Physical Geography as Modified by Human Action. (Weyerhaeuser Environmental Classics) (Hombre y naturaleza; o, la geografía física modificada por la acción humana

[4] Carlos Marx en los Grundrisse (1858); El Capital (1867) y la Crítica del Programa de Gotha (1876); Federico Engels en “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, 1876, por ejemplo.

[5] Vladimir Vernadsky: The Transition from the Biosphere to the Noösphere. Excerpts from Scientific Thought as a Planetary Phenomenon1938. 21st CENTURY, Spring-Summer 2012.

 https://21sci-tech.com/Articles_2012/Spring-Summer_2012/04_Biospere_Noosphere.pdf

[6] Un ejemplo de la alta calidad de ese interés académico se encuentra en el libro Man’s Role in Changing the Face of the Earth (The University of Chicago Press, 1956), que recoge los aportes presentados por medio centenar de científicos y estudiosos de muy alto nivel en un simposio convocado en1955 en homenaje a George Perkins Marsh y su obra pionera antes mencionada.

[8] La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD), también conocida como la 'Cumbre para la Tierra', tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil, del 3 al 14 de junio de 1992.

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