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sábado, 19 de diciembre de 2020

Centroamérica: el año de la pandemia

 Para Centroamérica, el 2020 no es solo el año de la pandemia; es, también, el año de los huracanes devastadores y de la profundización de las reformas neoliberales que han desnudado la descarnada y vulgar ambición de quienes ostentan el poder económico y sus testaferros políticos. 

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica



Un annus horribilis por dondequiera que se le vea, que está dejando marcas que se agregan a las que ya teníamos de las guerras larguísimas que duraron casi toda la segunda mitad del siglo XX: las nuevas que deja la terrible represión a la que se ha sometido a los pueblos por oponerse a la devastación de las mineras, del extractivismo agrícola, a la privatización del agua, el arrasamiento de los bosques y el atropello de los derechos de los trabajadores.

 

No hay rincón de la región que se haya librado de la ofensiva que considera que tener trabajo y salario mínimo, estable y digno, derecho a manifestarse y jornada de ocho horas son privilegios odiosos que deben eliminarse para que sacrificados empresarios logren, por fin, acumular lo suficiente para que se produzca el derrame de riqueza hacia los de abajo que nos vienen anunciando hace cuarenta años.

 

En nuestros parlamentos pareciera que este año se hubiera concursado por las ideas más estrafalarias para exprimir a las capas medias y bajas y favorecer a los grandes capitales. Decir, por ejemplo, que estos deben pagar impuestos acordes con sus ganancias suena a mala palabra, a comunismo trasnochado, a traición a la Patria, a desubicación. 

 

Lo que debe hacerse, según su opinión, es congelar salarios y aumentarles las cargas impositivas a los empleados públicos, quienes son percibidos como un montón de ineficientes e inescrupulosos que son la causa de los déficits fiscales, del desempleo y de la deuda interna y externa. En suma, de todos los males que nos azotan desde hace ya bastante tiempo, pero que la crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19 agravó.

 

Si en años pasados el mecanismo que se utilizó para asentar el neoliberalismo en nuestros lares fueron los tratados de libre comercio, especialmente el que firmó la región con los Estados Unidos de América, ahora lo son los préstamos con organismos financieros internacionales, especialmente con sus portaestandartes, el FMI, el BID y el BM, que están escondidos tras la cortina esperando a que despejen la habitación para hacer su entrada triunfal y “sugieran” lo que siempre han sugerido.

 

La gente está molesta y protesta, pero lo hace sobre todo por las redes sociales dadas las posibilidades de contagio en el contexto de pandemia. Se acumula resentimiento e impotencia. Decir que se están incubando tempestades no es un decir o una figura literaria sino una realidad que se palpa en la furia contenida. 

 

Y, por si fuera poco, la naturaleza cada vez más sublevada le recetó a la región dos grandes y devastadores huracanes que afectaron sobre todo a Nicaragua, Honduras y Guatemala, que dejaron una estela de muerte e innumerables daños materiales que fueron “atendidos” con ineficiencia por los gobiernos de turno y que, como ya es tradición en la región, fueron aprovechados para meter mano en los dineros que debían destinarse a socorrer a la gente.

 

En estas circunstancias, el futuro inmediato no pinta nada bien para Centroamérica y, como hemos tratado de mostrar, no solo ni en primer lugar por la pandemia como tal, sino por el aprovechamiento que han hecho de ella los grupos dominantes, quienes se han quitado la careta y muestran descarnadamente sus filosos y rapaces dientes, haciendo oídos sordos de lo que parece ser una enseñanza universal que nos está dejando el Covid-19: la necesidad de fortalecer lo público, de reforzar los servicios que brinda el Estado, de no abandonar a los que han sido golpeados por las reformas neoliberales. 

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