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sábado, 20 de marzo de 2021

La CELAC no ha muerto (IV y final)

 En entregas anteriores, a raíz del encuentro de los presidentes de Argentina y México de febrero pasado y sus declaraciones, comentaba sobre la Comunidad de Estados de Nuestra América y el papel de México. Ahora tejo algunas reflexiones sobre los retos globales que convocan a trabajar unidos los estados y organismos de la región y sus encuentros diplomáticos.

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica


En el pasado se les llamó problemas globales: la guerra, las hambrunas y el medio ambiente. Ahora el escenario es mucho más complejo; se les denomina retos globales: al calentamiento global que desata huracanes, altas temperaturas y escasez de agua potable; el narcotráfico que conlleva inseguridad y crimen organizado; las migraciones que se suman a los otros retos y ponen en evidencia el débil y deteriorado estado social de derecho: en los países de origen, en los de tránsito y en los de destino. Pero también los problemas económicos y financieros y los órganos que pretenden solventarlos. Obviamente, tales retos globales se perciben a distinto nivel: lo local queda desarticulado y desmorona lo nacional; en la vecindad se esfuman las fronteras físicas y jurídicas y en el nivel regional se abortan soluciones parciales y de corto plazo, que solo sirven para ser exhibidas como efecto de demostración. No obstante, esos retos globales solo pueden ser atendidos conjunta y sistemáticamente, con “consensos globales” orientados hacia “la solidaridad, la inclusión social y el desarrollo sostenible”. Así lo manifestaron ambos presidentes.
  

En su inicio el “eje bolivariano” creado en este Siglo XXI se ocupó de los retos globales presentes en la región, con su propuesta de comunidad de estados, respeto a la soberanía e independencia de cada parte y el compromiso de defensa mutua de esa soberanía nacional de cualquier agresión externa, no solo diplomática, y la paz. Era una actualización de lo formulado 200 años atrás en el Tratado de 1826 (arts. 1, 2, 3 y 28). Este eje posibilitó una red interconectada de estados, organismos subregionales y encuentros de amistad y cooperación. Había logrado sumar los esquemas de integración que habían surgido bajo la inspiración de Prebisch y la CEPAL, los que después del acta bautismal de la O.M.C. se fueron “multilateralizando”: la ALADI versión actualizada de la ALALC, el SICA, como heredero de la ODECA y el MERCOMUN, la CAM que renovó el Pacto Andino, el CARICOM, el MERCOSUR, el Grupo de los 3 y el ALBA. A su lado, los espacios de cooperación Sur-Sur más novedosos, por lo diverso de sus integrantes, como la Asociación de Estados Caribeños (AEC), la UNASUR y el Grupo de Río; este abrió sus puertas para reconvertirse en la CELAC. Por tanto, mientras exhibían su resistencia más denodada contra la pretensión norteamericana de impulsar un ALCA primero y luego de acuerdos bilaterales y de menor alcance con países y vecinos, que los estados se apuraron en negociar con la potencia del norte, inspirados en la experiencia mexicana. En fin, el piso de las negociaciones eran los acuerdos de la O.M.C. más los entendidos del llamado “Consenso de Washington”. 

 

La CELAC era una comunidad sui géneris; postulada como plataforma de encuentro para propiciar la paz, la cooperación y el hermanamiento regional; no abandonaba retóricas y preocupaciones sobre los retos de la seguridad, el calentamiento global y las migraciones.  Mientras tanto México, nuestra frontera boreal, estaba muy ligado al comercio con sus vecinos del Norte; aun cuando no abandonaba su membresía con la ALADI, el Grupo de Río, la AEC y en la CELAC. Quizá por esto, pero también por la existencia de la O.E.A. el foro hemisférico de vocación panamericanista, el eje bolivariano se fue debilitando, sobre todo, por la agresiva política de la administración Trump y la gestión de su agente de lujo, el diplomático impresentable, Secretario General de la O.E.A. Luis Almagro; el Partido de los Trabajadores es desplazado por los neoconservadores en el Brasil y lo mismo sucede en la Argentina de Macri, el Chile de Piñeira, seguidos por Uruguay y Ecuador, a lo que hay que sumar el golpe de estado en Bolivia, alentados por un desteñido “Grupo de Lima” que ha pretendido sitiar, por todos los frentes, a la Venezuela bolivariana. 

 

Pero el péndulo parece que abandona la derecha: López Obrador asume en la presidencia de la frontera norte, cambian los rumbos en Argentina y Bolivia y se agitan los movimientos sociales en Chile, Ecuador y Brasil. El encuentro entre López Obrador y Fernández se realiza en un México crítico pero empoderado, después de haber logrado negociar un capítulo inédito en el nuevo tratado de Libre Comercio de América del Norte (el T-MEC 2018). En un texto impensable 30 años atrás y menos, en el ambiente de neoconservadurismo fundamentalista de la administración Trump, se reivindica “su pleno respeto por la soberanía” mexicana. Declara que: “Estados Unidos y Canadá reconocen que: (a) México se reserva su derecho soberano de reformar su Constitución y su legislación interna; y (b) México tiene el dominio directo y la propiedad inalienable e imprescriptible de todos los hidrocarburos en el subsuelo del territorio nacional, incluida la plataforma continental y la zona económica exclusiva situada fuera del mar territorial y adyacente a éste, en mantos o yacimientos, cualquiera que sea su estado físico, de conformidad con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.” 

 

Con este empoderamiento, el vecino latinoamericano del Norte, la frontera boreal de Nuestra América, anuncia que se suma al interés de afrontar, colectivamente con los vecinos del sur, nuestros retos globales: nuestra utopía no ha muerto.

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