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sábado, 16 de octubre de 2021

Educación superior y juventud universitaria (I)

 Ser estudiante universitario constituye un privilegio excepcional, que por diversas razones se les niega a muchos otros jóvenes en todo el mundo.

Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


La educación y principalmente la educación superior tienen, como imperativo de esta época, la necesidad de adaptarse a los cambios y transformaciones que este mundo tan competitivo y globalizador, le vienen exigiendo desde hace décadas. La necesidad de asumir nuevos y desconocidos roles, mejorar significativamente sus niveles de pertinencia, revisar el modelo tradicional de vinculación con su entorno social y empresarial y conciliar la equidad con la calidad, representan hoy día algunos de los principales desafíos de la educación superior contemporánea. 

 

Para encarar con éxito esos complejos desafíos, no se puede ni se debe excluir a la juventud que se agita en las aulas universitarias. Estamos convencidos que la enseñanza a nivel superior no podrá ser nunca mejorada significativamente, sin el concurso y la participación del objeto y sujeto de la misma: los estudiantes. Pero para ello es preciso que las universidades y otras instituciones de educación superior, consideren lo que una vez dijera el más genial de los científicos del siglo XX, Albert Einstein: “No es suficiente enseñar a un hombre una especialización. Por este medio se puede convertir en una especie de máquina útil, o en una personalidad no desarrollada armoniosamente. Es esencial que el estudiante adquiera un entendimiento, un sentido vivo de los valores, un sentido vivo de lo bello y de lo moralmente bueno…Debe aprender a comprender los motivos de los seres humanos, sus ilusiones y sufrimientos, para así adquirir su verdadera relación hacia los individuos y la comunidad…También es vital para una educación valiosa, ¡que se promueva en el joven el desarrollo del pensamiento crítico o independiente!”.

 

Las principales preocupaciones y desafíos que rodean a la enseñanza superior, deben ser también abordadas desde los cuatro aprendizajes fundamentales, expuestos para la UNESCO en 1996 en el Informe “La Educación encierra un Tesoro” o Informe Delors (Aprender a conocer, Aprender a ser, Aprender a hacer, Aprender a vivir juntos). De igual modo, “el reto de la calidad no puede disociarse de la búsqueda del rendimiento y del establecimiento de criterios de evaluación”, tal como acertadamente aparece en el Informe Final de la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior, efectuada en París a principios de octubre de 1998. Así que la temática de la calidad universitaria, preocupación que comenzó a cobrar fuerza en América Latina en la década del 90, viene a exigirles a las instituciones de educación superior, la necesidad de someterse periódicamente a evaluaciones, con la finalidad última de alcanzar la certificación y acreditación institucionales. 

 

Ser estudiante universitario constituye un privilegio excepcional, que por diversas razones se les niega a muchos otros jóvenes en todo el mundo. En las universidades los jóvenes tienen la oportunidad de formarse como buenos profesionales y crecer como excelentes ciudadanos. Es el espacio para provocar el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente y la minuciosidad en los análisis. Asimismo, donde deben discurrir sin restricción alguna, sus pasiones utópicas y sus certezas juveniles sobre las transformaciones sociales, culturales o humanas, que reclama este mundo tan lacerantemente injusto.

 

Mientras, las universidades son instituciones complejas que tienen la misión y el compromiso de desempeñar roles muy diversos en nuestras sociedades. Deben formar profesionales suficientemente competentes, que sean capaces de intervenir con éxito en la solución de los grandes problemas que apremian a los países. Pero son al mismo tiempo, pilares fundamentales de la identidad nacional y sus principales centros de producción intelectual y científico. Es aquí donde debe florecer la cultura nacional y donde mejor interaccionan la academia con las necesidades y urgencias de las comunidades. 

 

En nuestra época la tarea principal de una juventud universitaria debe estar dirigida siempre a entregar todos sus esfuerzos y energías, para estar siempre entre los mejores. Ello debe implicar también, apartarse totalmente de aquella visión, donde se estudia pensando esencialmente en el símbolo de la instrucción y los beneficios mercantiles; renunciando así, a todo lo que pueda servir para revelar las grandes potencialidades que en el ámbito cultural, espiritual y humano, se encuentran en nuestra especie. 

 

Nunca deberán quedar atrás las preocupaciones sociales legítimas de antaño, el romanticismo inserto en utopías humanas, la identificación plena con proyectos nacionales de emancipación y soberanía. Ciertamente que el mundo de la frivolidad, el hedonismo, el utilitarismo y la insolidaridad, se han apoderado de una gran parte de las almas y corazones de la juventud mundial y conspiran desde hace ya mucho tiempo, contra una formación universitaria que debe apuntar hacia la creación de un sujeto transformador, desde una perspectiva social y humanística.

 

Sin embargo, aunque a veces este escenario nos parece sumamente sombrío y desalentador, contiene, es justo reconocerlo también, a un sector minoritario de estudiantes universitarios, que por distintas razones, se han rehusado a ser asimilados totalmente por la propaganda de la superficialidad, la inmediatez y la banalidad. En su lugar han optado por cultivar sensibilidades sociales; estremecerse y actuar ante las injusticias y las desigualdades; preocuparse por las consecuencias del cambio climático; identificarse con procesos de renovación política y contra la guerra; desarrollar sus inclinaciones artísticas y literarias. Estos son los mismos que saben defender la dimensión crítica de sus argumentos, respetando otredades y pluralidades culturales y resistiendo con tenacidad a la seducción del pernicioso conformismo o la desmovilización ideológica.

 

Eduardo Galeano, uno de los escritores más importantes de nuestro hemisferio, fallecido en abril de 2015 y autor de “Las Venas Abiertas de América Latina”, esa magnífica obra que marcara indeleblemente a toda la generación de la década de los 70 y algunas posteriores, cautivado alguna vez por la impresionante huelga de los estudiantes universitarios de Puerto Rico, que rechazaban recortes presupuestarios y la intención de privatizar algunos servicios en los recintos universitarios, sentenció:

 

“Los pueblos que no escuchan los reclamos de sus estudiantes corren el peligro de de la esperanza de los pueblos, y la guardan con su arrojo, con su temeridad, con su inviolable capacidad de soñar quedarse sin futuro. La ciudadanía estudiantil es la que custodia el fuego sagrado”. 

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