Ser estudiante universitario constituye un privilegio excepcional, que por diversas razones se les niega a muchos otros jóvenes en todo el mundo.
Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para encarar con éxito esos complejos desafíos, no se puede ni se debe excluir a la juventud que se agita en las aulas universitarias. Estamos convencidos que la enseñanza a nivel superior no podrá ser nunca mejorada significativamente, sin el concurso y la participación del objeto y sujeto de la misma: los estudiantes. Pero para ello es preciso que las universidades y otras instituciones de educación superior, consideren lo que una vez dijera el más genial de los científicos del siglo XX, Albert Einstein: “No es suficiente enseñar a un hombre una especialización. Por este medio se puede convertir en una especie de máquina útil, o en una personalidad no desarrollada armoniosamente. Es esencial que el estudiante adquiera un entendimiento, un sentido vivo de los valores, un sentido vivo de lo bello y de lo moralmente bueno…Debe aprender a comprender los motivos de los seres humanos, sus ilusiones y sufrimientos, para así adquirir su verdadera relación hacia los individuos y la comunidad…También es vital para una educación valiosa, ¡que se promueva en el joven el desarrollo del pensamiento crítico o independiente!”.
Las principales preocupaciones y desafíos que rodean a la enseñanza superior, deben ser también abordadas desde los cuatro aprendizajes fundamentales, expuestos para la UNESCO en 1996 en el Informe “La Educación encierra un Tesoro” o Informe Delors (Aprender a conocer, Aprender a ser, Aprender a hacer, Aprender a vivir juntos). De igual modo, “el reto de la calidad no puede disociarse de la búsqueda del rendimiento y del establecimiento de criterios de evaluación”, tal como acertadamente aparece en el Informe Final de la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior, efectuada en París a principios de octubre de 1998. Así que la temática de la calidad universitaria, preocupación que comenzó a cobrar fuerza en América Latina en la década del 90, viene a exigirles a las instituciones de educación superior, la necesidad de someterse periódicamente a evaluaciones, con la finalidad última de alcanzar la certificación y acreditación institucionales.
Ser estudiante universitario constituye un privilegio excepcional, que por diversas razones se les niega a muchos otros jóvenes en todo el mundo. En las universidades los jóvenes tienen la oportunidad de formarse como buenos profesionales y crecer como excelentes ciudadanos. Es el espacio para provocar el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente y la minuciosidad en los análisis. Asimismo, donde deben discurrir sin restricción alguna, sus pasiones utópicas y sus certezas juveniles sobre las transformaciones sociales, culturales o humanas, que reclama este mundo tan lacerantemente injusto.
Mientras, las universidades son instituciones complejas que tienen la misión y el compromiso de desempeñar roles muy diversos en nuestras sociedades. Deben formar profesionales suficientemente competentes, que sean capaces de intervenir con éxito en la solución de los grandes problemas que apremian a los países. Pero son al mismo tiempo, pilares fundamentales de la identidad nacional y sus principales centros de producción intelectual y científico. Es aquí donde debe florecer la cultura nacional y donde mejor interaccionan la academia con las necesidades y urgencias de las comunidades.
En nuestra época la tarea principal de una juventud universitaria debe estar dirigida siempre a entregar todos sus esfuerzos y energías, para estar siempre entre los mejores. Ello debe implicar también, apartarse totalmente de aquella visión, donde se estudia pensando esencialmente en el símbolo de la instrucción y los beneficios mercantiles; renunciando así, a todo lo que pueda servir para revelar las grandes potencialidades que en el ámbito cultural, espiritual y humano, se encuentran en nuestra especie.
Nunca deberán quedar atrás las preocupaciones sociales legítimas de antaño, el romanticismo inserto en utopías humanas, la identificación plena con proyectos nacionales de emancipación y soberanía. Ciertamente que el mundo de la frivolidad, el hedonismo, el utilitarismo y la insolidaridad, se han apoderado de una gran parte de las almas y corazones de la juventud mundial y conspiran desde hace ya mucho tiempo, contra una formación universitaria que debe apuntar hacia la creación de un sujeto transformador, desde una perspectiva social y humanística.
Sin embargo, aunque a veces este escenario nos parece sumamente sombrío y desalentador, contiene, es justo reconocerlo también, a un sector minoritario de estudiantes universitarios, que por distintas razones, se han rehusado a ser asimilados totalmente por la propaganda de la superficialidad, la inmediatez y la banalidad. En su lugar han optado por cultivar sensibilidades sociales; estremecerse y actuar ante las injusticias y las desigualdades; preocuparse por las consecuencias del cambio climático; identificarse con procesos de renovación política y contra la guerra; desarrollar sus inclinaciones artísticas y literarias. Estos son los mismos que saben defender la dimensión crítica de sus argumentos, respetando otredades y pluralidades culturales y resistiendo con tenacidad a la seducción del pernicioso conformismo o la desmovilización ideológica.
Eduardo Galeano, uno de los escritores más importantes de nuestro hemisferio, fallecido en abril de 2015 y autor de “Las Venas Abiertas de América Latina”, esa magnífica obra que marcara indeleblemente a toda la generación de la década de los 70 y algunas posteriores, cautivado alguna vez por la impresionante huelga de los estudiantes universitarios de Puerto Rico, que rechazaban recortes presupuestarios y la intención de privatizar algunos servicios en los recintos universitarios, sentenció:
“Los pueblos que no escuchan los reclamos de sus estudiantes corren el peligro de de la esperanza de los pueblos, y la guardan con su arrojo, con su temeridad, con su inviolable capacidad de soñar quedarse sin futuro. La ciudadanía estudiantil es la que custodia el fuego sagrado”.
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