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sábado, 30 de abril de 2022

Agrocombustibles: ¿solución o problema a la crisis energética?

 Desde hace algún tiempo que la producción y uso de los biocombustibles, principalmente de los llamados agrocombustibles, están siendo presentados como una supuesta alternativa --desde la agricultura concebida solo como negocio-- a la crisis energética mundial, derivada en gran medida, por la utilización de los combustibles fósiles. 

Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá

INTRODUCCIÓN
    

El uso de productos de origen agrícola o animal en la generación de energías, para resolver diversas necesidades humanas, no es algo novedoso. Ya desde hace mucho tiempo que el hombre viene utilizando la energía contenida en la biomasa, para producir principalmente, calor, vapor, corriente eléctrica, biogás y combustible, a través de la leña, carbón vegetal, subproductos agrícolas, de animales, forestales e industriales.

 

La dinámica expansiva que ha experimentado en todo el mundo la producción de biocarburantes, obedece fundamentalmente a la búsqueda de alternativas a la crisis energética, que el patrón de consumo de sociedades despilfarradoras, ha desatado. Al respecto ha señalado el Doctor Alberto Ríos Villacorta, en su ensayo “Crisis energética y económica: análisis y perspectivas”: “La sociedad humana actual ha creado sociedades en las que la generación de riqueza se basa en el consumo de grandes cantidades de energía, por tanto, la estabilidad económica de esas sociedades depende del consumo energético para la producción de bienes de consumo”. (1). Sin embargo, este énfasis sobre este tipo de bioenergéticos ocurre sin que importen mucho, las amenazas que supone al derecho a la alimentación de los pueblos, a la concentración y precio de las tierras, al aumento de la degradación de los recursos naturales, a la devastación de las últimas selvas tropicales, a las violaciones a los derechos de los campesinos e indígenas, al aumento y escasez de alimentos, entre otros impactos.

 

Por otra parte, los factores que han determinado este resurgimiento de la utilización de energías de biomasa tanto en la Unión Europea como en los Estados Unidos, no son iguales. En la primera se responde más a las preocupaciones sobre las evidentes disfunciones medioambientales y a las consecuencias que los gases de efecto invernadero, liberados durante el uso de la energía fósil contenida principalmente en el petróleo, tienen sobre el planeta. Mientras que en los Estados Unidos la presión surge, por su alta dependencia del petróleo (casi consume el 25% a nivel mundial), por la existencia de las dos terceras partes de las reservas petrolíferas, en una zona permanentemente inestable y por los intereses de sus poderosas corporaciones de maíz y soja. 

 

En este ensayo nos hemos propuesto abordar esas preocupaciones sobre los biocombustibles y sus impactos, desde el significado y alcance para la economía y agricultura de un país como Panamá; así como desde la óptica del mito muy extendido, de presentarlos como una solución sostenible a los efectos del cambio climático, donde se ocultan deliberadamente sus innegables costos sociales, ecológicos y ambientales.

 

I-ALGUNOS IMPACTOS PERJUDICIALES DE LOS AGROCOMBUSTIBLES

 

No hay duda alguna que tanto la producción de los agrocombustibles, así como los usos y emisiones que generan, son responsables de un número considerable de consecuencias y de costos en el orden social, ecológico, ambiental y alimenticio. Muchos de estos impactos suelen, por un lado, minimizarse bajo el argumento de que se busca explotar alternativas renovables, “limpias” y sostenibles frente a los combustibles fósiles y, por el otro, hasta justificarse mediante sofisticadas manipulaciones de las preocupaciones reales, que una gran parte de la humanidad tiene sobre los efectos perjudiciales del cambio climático y la crisis energética. 

 

Desde la competencia con la producción de alimentos para consumo humano y animal, hasta sus efectos directos sobre la disponibilidad de tierras, agua y otros recursos agrícolas, la producción de agrocombustibles sigue y afianza un patrón agroindustrial, muy semejante al que impera en la producción de monocultivos, con su alta dependencia a los contaminantes plaguicidas y fertilizantes químicos.  De allí que los biocarburantes, aun cuando utilicen materias primas no destinadas a la alimentación y usen suelos de baja fertilidad o de escasa importancia agrícola o marginales, traerán aparejado el aumento de costos en insumos y producción, incremento de la deforestación; reducción de biodiversidad; degradación de los suelos. 

 

Además, no hay duda que en este modelo de explotación, las prácticas de riego se intensificarán, en un mundo donde ya se apoderan de casi tres cuartas partes del agua potable; así como crecerán significativamente las emisiones de gases producidas por los abonos químicos, considerados en la agricultura, como la principal fuente individual de estas emisiones. “Otro aspecto negativo de los biocombustibles es la utilización de fertilizantes, ya que varios tipos de fertilizantes tienden a degradar los suelos al acidificarlos. Otro inconveniente que tiene este tipo de combustible es que el consumo de agua que se requiere para mantener los cultivos se agregará al consumo mundial actual del agua. El problema del agua es ya fehaciente en varias partes del mundo y si ahora se agrega un nuevo vector de consumo, es casi seguro que propiciará cierto déficit adicional” (2), ha advertido la investigadora Sandra Lizbeth Cervantes Hernández, en su trabajo: “Los biocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles en México”. 

 

De modo que constituye solo un mito, sostener que en la producción de agrocombustibles, se encuentra la mejor y más viable alternativa a la crisis energética mundial y a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo cierto es que para encarar con realismo y justeza estos dos grandes problemas, es preciso revisar los escandalosos patrones de consumo y estilo de vida del puñado de países, que integran la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), que dilapidan más de la mitad de toda la energía que se produce en el mundo; asimismo y concretamente, es imperativo suspender o disminuir el derroche ofensivo de energía que se produce en muchos sectores económicos, entre ellos en el sistema industrial de alimentos y el transporte mundial; éste último gran consumidor de combustible en la actualidad y que se prevé  demande 116 millones de barriles diarios de petróleo, para el año 2030.

 

Hoy día existe abundante información y una gran cantidad de estudios bien fundamentados, que revelan cuán insostenible e irracional resulta la producción de agrocombustibles. No solo porque no bastaría toda la superficie cultivable del planeta, para cubrir la actual demanda de petróleo, sino porque para reemplazar solamente dos galones de gasolina, se necesitan 3 galones de etanol, que para producirlos además, requieren más de 7 kilogramos de maíz. ¿Absurdo no?

 

II-APUNTES SOBRE BIOCOMBUSTIBLES EN PANAMÁ

 

Desde que los biocombustibles comenzaron a presentarse en el mundo como una solución a los efectos del cambio climático y como alternativa a la crisis energética, provocada por el uso intensivo de los combustibles fósiles a base de petróleo y carbón, países como Panamá pasaron a considerar sus supuestos beneficios, incentivando rápidamente su producción, principalmente los de primera generación a partir del uso de la caña de azúcar. Así describe el creciente entusiasmo por Panamá, la consultora FAO Renza Samudio, en “Estado del Arte y Novedades de la Bioenergía en la República de Panamá”: “La bioenergía es visualizada en Panamá como una oportunidad para diversificar la matriz energética, incorporando fuentes renovables de energía, para el desarrollo y empleo rural sobre todo en las áreas social y económicamente más deprimidas, para mitigar los efectos del cambio climático y la seguridad energética”. (3). No obstante, la incorporación de estas iniciativas de la bioenergía a la economía nacional, han carecido de un estudio objetivo de viabilidad, de la suficiente consulta a todos los sectores productivos, económicos y sociales del país y, sobre todo, han desconocido o subestimado los cambios en la tierra disponible, su impacto en la producción de alimentos y los desplazamientos de sectores rurales, que estas podrían suponer.

 

En Panamá no es sino desde el año 2009, cuando el Estado panameño comenzó a adoptar una serie de políticas, dirigidas a promover e incentivar la entrada de los biocombustibles, luego de las modificaciones realizadas en el 2008, al Decreto Ejecutivo No. 36 del 17 de septiembre de 2003 y la aprobación de la ley 42 del 20 de abril del 2011, con la que se establecen los lineamientos generales para la política nacional sobre biocombustibles. Esta ley hacía “obligatorio el uso del bioetanol anhidro como aditivo oxigenante en mezclas con las gasolinas en la República de Panamá”, desde un 2% en abril del 2013 hasta 10% en abril del 2016. En noviembre del 2014, la empresa ALS Bioenergy, anunció el inicio de operaciones de la primera planta de producción de biocombustibles de tercera generación (uso de cultivos energéticos no destinados a la alimentación), en la Zona Especial de Panamá-Pacífico.

 

Resulta muy difícil establecer y más aún describir, aspectos favorables del uso de la bioenergía en nuestro país, cuando lo que se está promoviendo, son nuevos agronegocios que vienen acompañados de serias implicaciones e impactos de carácter social y ecológico para el medio rural. Además, al margen de la reducción relativa de la dependencia del petróleo, de la cuestionable y dudosa disminución de la contaminación ambiental y del efecto de gases de invernadero, debemos incorporar al examen de la aplicación de estas bioenergías, el reforzamiento de los sistemas de monocultivo y de un modelo de agricultura industrial sumamente perjudicial.

 

Un modelo de desarrollo endógeno de los biocombustibles en Panamá, tal vez podría reducir la dependencia del país a los productos derivados del petróleo y del alza de sus precios en el mercado internacional. Sin embargo, otras ventajas como generación de empleos, mejoramiento del área rural, fomento del uso de nuevas tecnologías, incorporación de valor agregado a actividades agrícolas y pecuarias; solo podrían existir con este modelo, sino surgen bajo la lógica del capital y del lucro desmedido, del monocultivo, del conflicto con la producción local de alimentos y su presión sobre la biodiversidad y los recursos hídricos, o con el desplazamiento de comunidades campesinas e indígenas. De este tipo de preocupaciones no está exento el trabajo ya citado de la consultora Renza Samudio, cuando expresa: “Se ha considerado que el desarrollo de la Bioenergía puede producir la indisponibilidad y el no acceso de alimentos en las áreas rurales del país, esta situación podría comprometer aún más la calidad de vida de los más pobres. Además, algunos alimentos que podrían ser destinados a la producción de biocombustibles pueden dejar de abastecer los mercados internos de alimentos. El uso de la tierra para la producción de alimentos podría verse comprometida por el aumento de cultivos para la producción de Bioenergía. También se debe tomar en consideración la posibilidad de los desplazamientos en áreas rurales y la pérdida de tierras en estas áreas”. (4).  

 

Cualquier impacto positivo que pudiese señalársele a los biocombustibles en el mercado laboral panameño sería marginal, de carácter temporal e insignificante, frente a los impactos negativos asociados a la generación de empleos precarios, junto a pésimas condiciones laborales; mayor exposición a accidentes e intoxicaciones por el uso indiscriminado e intenso de plaguicidas y otras sustancias químicas; mayor presión sobre el empleo destinado a cultivos alimenticios y el aumento del riesgo que supone permanentemente, la incorporación de la mecanización agrícola en la producción industrial de biocombustibles. 

 

III-LOS AGROCOMBUSTIBLES COMO UNA FALSA SOLUCIÓN AL CAMBIO CLIMÁTICO

 

Con la finalidad de preservar el modelo productivo agroindustrial, se suele difundir la ilusión de que los agrocombustibles, pueden ser una alternativa viable en nuestro ya insustentable sistema de producción y consumo, a los costosos y contaminantes combustibles fósiles. El discurso ideológico que los promueve y sustenta se apresura a asegurar, que tanto la crisis energética como la crisis climática, pueden ser resueltas mediante las soluciones tecnológicas que ofrecen los carburantes vegetales. Como si el mundo, en lugar de encontrar fórmulas y estrategias eficaces para reducir sus niveles de consumo de energía, sobre entre los sectores más ricos del planeta, precise, para resolver sus crisis, con profundizar el conflicto cada vez más creciente entre alimentos y combustibles. 

 

Ya en julio del 2008 la propia Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), había reconocido que sus políticas con relación a los agrocombustibles, no tenían un impacto considerable en la disminución de los gases de efecto invernadero (GEI) y en la mejora de la seguridad energética, y sí lo hacían significativamente, en los precios de los alimentos.  Ese mismo año el Banco Mundial, hacía responsable a los agrocombustibles del 75% del aumento en el precio de los alimentos a nivel global. Esta alarmante revelación surge de un informe de ese organismo citado por la investigadora del Grupo ETC, Silvia Ribeiro, en: “Agrocombustibles: Secretos y Trampas del Banco Mundial”, donde manifiesta: “No se trata de una pequeña contribución a la crisis alimentaria: según el informe coordinado por Don Mitchell, reconocido economista del Banco, la producción de agrocombustibles es responsable hasta en 75 por ciento del aumento de los precios alimentarios, y no de 3 por ciento, como afirma el gobierno estadunidense. Fuentes del BM declararon a The Guardian, que el informe fue suprimido para "no avergonzar al presidente Bush". Otro 15 por ciento del aumento se debería a la suba de los precios del petróleo y agroquímicos”. (5).

 

La producción de agrocombustibles mediante el monocultivo y sus prácticas a base de maquinaria, agrotóxicos, riego mecanizado y destrucción de ecosistemas, le cuesta mucho convencer que en su balance final de energía, represente una disminución real de las emisiones de CO2; ya que por un lado, la incorporación de nuevas tierras a la industria de los biocarburantes, incrementa la deforestación a nivel mundial, actividad que aporta casi el 80% de los gases de efecto invernadero; mientras que por el otro, las refinerías encargadas de convertir en combustible líquido la biomasa extraída, añade otras significativas cantidades de GEI.

 

No hay duda que el entusiasmo inicial y las esperanzas capitalistas que despertaron los agrocombustibles, como alternativa energética ante los combustibles fósiles, se vienen esfumando con mucha celeridad.  Como muestra, tal vez baste con señalar que: “…la propia Agencia Internacional de Energía ha proyectado que los agrocombustibles, para el año 2030 y en el mejor de los escenarios posibles, solo podrían suplir el 8% del consumo mundial de combustibles destinados al transporte”. (6). O, con lo que aparece más abajo en párrafo siguiente: “….La irracionalidad del proceso es tanta (en el sentido de su supuesta solución al problema energético mundial), que ya se sabe que para poder suplir la demanda actual de petróleo con agrocombustibles, se necesitaría destinar a este fin la superficie cultivable de tres planetas Tierra”. (7). Más recientemente, la Comisión Europea en un acto delegado del 13 de marzo de 2019, reconocía que la producción de biodiesel de palma, es insostenible porque alienta la deforestación y con ella, aumentan las emisiones de gases de efecto invernadero. También señala que su uso se irá reduciendo progresivamente hasta llegar a cero en el 2030. 

 

El ritmo en el descenso de la popularidad de los agrocombustibles, es consustancial a la notable disminución que experimentan los generosos subsidios que todavía se les otorgan; las dudas que sobre esta industria crecen en el sector financiero, principal fuente de sus inversiones; las considerables presiones, que con independencia de la generación de biocombustible que se promueva, se ejercen sobre la tierra y el agua de todo el planeta; los negativos e inocultables impactos sobre la alimentación, el clima y el ambiente. Y es que los hechos y las evidencias no admiten refutación alguna: no existe ni tierra ni agua suficiente en el mundo, para producir todo el combustible que las sociedades industriales principalmente, necesitan.  

 

Ni aun comprometiendo toda la cosecha de maíz y soja de los Estados Unidos, el país que con solo el 5% de la población mundial, consume el 25% de toda la energía producida en el planeta, se podrían cubrir con agrocombustibles, la voracidad energética de esa sociedad tan despilfarradora. Cuando en el año 2006, se destinó la quinta parte de toda la producción de maíz norteamericana a la producción de etanol, solo se pudo reemplazar un insignificante 3% de su demanda total de combustible.

 

De modo que es evidente que no será ni viable ni sustentable, tratar de superar la petrodependencia de nuestras sociedades y al mismo tiempo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, a través del modelo de agricultura industrializada, cuando es precisamente ese modelo, entre otras cosas, el responsable de la emisión de más del 40% de esos gases. En ese sentido, la organización internacional GRAIN, asegura en el estudio “Cómo contribuye el sistema alimentario agroindustrial a la crisis climática” que: “entre 44% y 57% de todas las emisiones de gases con efecto de invernadero (GEI) provienen del sistema alimentario global”. (8). Asimismo, tales objetivos tampoco se lograrán apelando a la práctica del fracking (fractura hidráulica), al gas natural o desarrollando biocombustibles de tercera o cuarta generación. Bastaría más bien con iniciar cuanto antes, el tránsito hacia un modelo de sociedad menos consumista, mantener bajo la tierra más del 80% de los combustibles fósiles y promover soberanía alimentaria y prácticas campesinas y agroecológicas. Ahí están, quizás, las claves de nuestra supervivencia.

 

IV-CONCLUSIONES

 

La dependencia de los seres humanos a la generación de energía, mediante el uso de diversos productos de origen vegetal o animal para cubrir y atender necesidades vitales, data de muchísimo tiempo atrás. Esta historia comenzó con el descubrimiento del fuego y los miles de años que necesitamos para aprender a controlarlo, continuó con los combustibles fósiles y más recientemente, con la aparición del bioetanol, biodiesel y la biomasa.

 

El rápido agotamiento de los combustibles fósiles, principalmente del petróleo y su consiguiente aumento de precios internacionales, asociado a un patrón de consumo energético insostenible y despilfarrador de las sociedades humanas, son los factores que explican la dinámica expansiva que ha experimentado en todo el mundo la producción de biocarburantes. Sin embargo, no existe fundamento alguno para creer que tanto la crisis energética, como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, pueden ser resueltas mediante las soluciones tecnológicas que ofrecen los carburantes vegetales.

 

Panamá no debe seguir incentivando la producción de biocombustibles porque, por un lado, es evidente que desde el modelo industrial de las prácticas agrícolas, el balance energético de los combustibles resulta negativo; mientras que por el otro, están los innegables costos sociales, económicos y ambientales, que se traducen en forma de más deforestación, pérdida de la biodiversidad, degradación de los suelos, mayor contaminación de los recursos hídricos y ambientales, desplazamientos de comunidades y concentración de la tenencia de tierra en pocas manos.

 

La alternativa más viable a la crisis energética y a la crisis climática por la que atraviesa toda la humanidad, no se puede pretender encontrar sustituyendo los combustibles fósiles, por la producción de biocombustibles. Y no es solo porque el abastecimiento del actual patrón de consumo energético se muestra insaciable, sino porque no alcanzaría la tierra ni el agua del planeta para llenar ese cometido. Por eso es necesario sí, que se sigan buscando alternativas más baratas, más fáciles de producir, menos riesgosas y menos contaminantes, como la energía eólica y la solar (fotovoltaica o térmica); pero sobre todo resulta necesario iniciar el tránsito hacia un modelo de sociedad menos consumista, mantener bajo la tierra más del 80% de los combustibles fósiles y promover la soberanía alimentaria de los pueblos y comunidades y prácticas campesinas y agroecológicas.

 


V-BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

1.Crisis energética y económica: análisis y perspectivasPor Alberto Ríos Villacorta. Aparecido el 31 de enero de 2013 en:

https://www.esan.edu.pe/conexion/actualidad/2013/01/31/crisisenergetica-economica-binomio/

2. Los Biocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles en México

Sandra Lizbeth Cervantes Hernández Asociación Crítica de Economía Política. Página 22, 2014.

3. Estado del Arte y Novedades de la Bioenergía en la República de Panamá. Oficina Regional para América Latina y el Caribe – RLC. Renza Samudio, consultora FAO. Página 2, octubre 2011.

4. Ibíd., página 8.

5. Agrocombustibles: secretos y trampas del Banco Mundial. Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC, 6 julio de 2008, aparecido en:

http://landaction.org/spip.php?page=article&id_article=343

6. Agrocombustibles y Derecho a la Alimentación en América Latina. Realidad y amenazas. Transnational Institute, mayo de 2008, página 19.

7. Ibíd., página 19.

8. Cómo contribuye el sistema alimentario agroindustrial a la crisis climática. Vía Campesina y GRAIN. Revista Biodiversidad. 25 febrero 2015, página 20.

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