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sábado, 2 de abril de 2022

Argentina: Malvinas, a 40 años

 Este 2 de abril se cumplen 40 años de Malvinas, la loca aventura de la dictadura en retirada, que sumado a la carnicería y el desastre económico y social producido en su paso devastador, mandó a jóvenes sin instrucción como carne de cañón, ignorando que enfrentaban a la OTAN.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Como todo lo ocurrido en el negro período de la dictadura, la guerra de Malvinas convoca infinidad de opiniones, reaviva controversias de la historia, descubre perversidades, revela traiciones y caminos diplomáticos subterráneos y enfrentados, la llegada del Papa Juan Pablo II a cuatro días de la rendición, saca a la luz absurdas ambiciones de un tal Galtieri, visibiliza a miles de víctimas inocentes penalizadas por un proceso de desmalvinización iniciado con el retorno de las islas y continuado con la recuperación de la democracia, la que aún está en deuda con esos veteranos de guerra. Sangre y muerte, más allá de la promesa por la recuperación soberana de las islas.

 

Pero claro, la gente de a pie no sabía nada ese viernes 2 de abril de 1982, cuando despertó con la noticia de la invasión a las islas, dado que el 30 de marzo había habido manifestaciones en todas partes en contra de la dictadura, reclamando Paz, pan y trabajo, con miles de detenidos y la muerte José Benedicto Ortiz en Mendoza. 

 

Sin embargo, los medios – como siempre los medios – mudaron realidades a ojos vistas y ensalzaron un nacionalismo más que chauvinista, al punto ridículo de no pasar más música en idioma inglés.

 

Trafalgar fue la batalla decisiva que dejó a Gran Bretaña dueña de los mares, el 21 de octubre de 1805, al derrotar a la flota franco española tirando por tierra las ambiciones de Napoleón Bonaparte y con ella, el largo deterioro del imperio español, al punto de inspirar los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, según sugerencia de su amigo, José Luis Albareda, tarea que lleva a cabo en Santander en 1871, contando con el relato del grumete de apellido Galán único sobreviviente del navío real Santísima Trinidad[1].

 

Fruto de este triunfo, despojados de su colonia del norte y sedientos de materias primas para alimentar sus inmensos talleres, en 1806 desembarcaron en las proximidades de Buenos Aires, 7 mil soldados británicos al mando del General Williams Beresford, tarea que realizaron con total facilidad por la sorpresa y pasividad de la población virreinal, instalando el Fuerte en los terrenos de la actual Casa Rosada, desde donde estrecharon lazos con clase comercial dominante. Pero los nativos vieron en aquellos intrusos como una invasión; se organizaron en milicias y comenzaron la lucha hasta lograr su derrota al cabo de un mes y medio después de su arribo. La llamada Reconquista, fue encabezada por Santiago de Liniers. Ese momento dramático genera la creación del Ejército de Patricios, el 15 de septiembre de 1806, el que actualmente custodia el Cabildo de Buenos Aires frente a la Plaza de Mayo.

 

En 1807, con sangre en el ojo por la afrenta anterior, los ingleses se apoderaron de Montevideo y desde allí siguió la escuadra, desembarcando 12 mil hombres en Buenos Aires al mando del General John Whitelocke. Este segundo episodio fue conocido como La Defensa, donde la población criolla más organizada repele la nueva invasión.

 

Al año siguiente Napoleón invade España, celebra la farsa de Bayona y coloca a su hermano José en el trono, iniciando con ello el proceso emancipatorio de Hispanoamérica que demora dos décadas en concretarse.

 

Los ingleses recién tienen éxito en estas tierras en 1833, cuando logran erradicar al gobernador de Malvinas, Luis Vernet, dominando desde entonces por más de 150 años las islas y ese sector de Atlántico Sur, rico en recursos materiales y estratégico por su cercanía al continente, el control militar del estrecho de Drake y pendiente de lo que ocurre en el sector antártico. De allí que a partir de 1982, se vengan realizando periódicamente maniobras navales de las que participa EEUU, es decir, sus socios de la OTAN.

 

Según Abelardo Ramos (pensador y político de la izquierda nacional, ex embajador en México, “un año de la reconquista de Malvinas se hizo perceptible que los ingleses al cabo de 150 años de intercambio de notas diplomáticas, se disponían mover otra pieza n su tablero estratégico. Por un lado habían resuelto deshacerse de su flota, reliquia de mejores tiempos imperiales. Por otro, aspiraban a contar con las islas Malvinas a un bajo costo y a la luz de las exigencias de su posición actual en el mundo.”[2]

 

Este segundo aspecto conducía a descolonizar y fundar de la noche a la mañana un nuevo “Estado soberano”, bajo su férula desde luego. Hecho que se truncó por la invasión.

 

El deterioro y desgaste de las FFAA venía desde mucho antes, el relevo de Jorge Rafael Videla en la presidencia por Roberto Viola y luego de éste por Leopoldo Fortunato Galtieri en diciembre de 1981 ponían en evidencia luchas internas, cuestión que los llevó a ejecutar la llamada Operación Rosario como denominaron a la recuperación de Malvinas, encabezada por el jefe de la Armada, almirante Jorge Isaac Anaya. Cuestión decidida en enero de 1982, dentro de la densa atmósfera del malestar social por la pésima situación económica y la presión de los familiares de los desaparecidos.

 

Galtieri, que confiaba en que “era el niño mimado de EEUU” y que éste se quedaría de brazos cruzados; jamás se le cruzó por la cabeza que “la dama de hierro”, Margaret Thatcher tenía más ambiciones que él y vendría a recuperar las islas ayudada justamente por EEUU que, desde la isla Ascención posibilitó un apoyo en equipamiento fundamental. Chile con el que también había habido un serio enfrentamiento por el canal de Beagle, fue determinante en pasar datos sobre la movilidad de las tropas argentinas en tierra a los ingleses.

 

Puede que mareado por la manifestación convocada en la Plaza de Mayo a ocho días de la invasión en su apoyo, obrara tanto como el whisky con que aparecía en las entrevistas televisivas, lo hacía explotar en bravuconadas como: “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, expusieron su desasosiego ante el inminente desastre que lo arrastraría a dimitir a cuatro días de la rendición, el 18 de junio de 1982. De nada le valieron los consejos del mediador norteamericano Alexander Haig, quien le advirtió hasta último momento a lo que se arriesgaba.

 

A esta altura, es ampliamente conocido el valor y coraje de la Fuerza Aérea y lo ocurrido con el hundimiento del ARA Belgrano fuera de la zona de exclusión, como el apoyo de los países latinoamericanos en la recuperación. Sin embargo, quienes más padecieron y siguen padeciendo son los protagonistas de aquella lucha desigual.

 

El retorno de los soldados de Malvinas luego de la derrota fue visto como una amenaza para las FFAA. Sus testimonios y su propio estado físico y psicológico podían alimentar la indignación y profundizar el descrédito de la población ante la Junta Militar que había llevado al país a una guerra con Gran Bretaña. Ante esto, las FFAA diseñaron un plan para ocultar a los propios soldados, haciendo uso de la misma metodología utilizada durante el período previo de represión clandestina – encubrimientos, censura, amenazas, operaciones de inteligencia y complicidad mediática – fue implementada luego de la rendición argentina en las islas para que la población no pudiera ver ni recibir a los soldados. Esto puso de manifiesto que los altos mandos eran conscientes de su derrota mucho antes de que ocurriera, como también las grandes diferencias entre algunos de los principales jerarcas de las tres armas.

 

Una vez firmada el acta de rendición entre el Canciller Nicanor Costa Méndez y Moore, según el punto 7 de la misma, “Las tropas argentinas evacuarán las islas a bordo de buques y aeronaves argentinas”. Pero la dictadura militar no pudo cumplirlo, las fuerzas armadas argentinas no eran capaces de organizar en barcos propios el regreso de los soldados al continente.[3]

 

Como Gran Bretaña exigía que todos los combatientes argentinos se retirasen lo antes posible de las islas, ofreció trasladarlos en sus propios barcos. El riesgo entonces era que las fuerzas argentinas atacasen esos buques. Los fotógrafos británicos registraron a los soldados en galpones a la espera de ser trasladados. Cuando finalmente lograron hacerlo, fueron despojados de libretas y rollos fotográficos, para que no se supiera nada de lo ocurrido. Tampoco querían que se supiera de los depósitos llenos de comida de que jamás recibieron ninguna ración, los que descubrieron los soldados hambrientos que retornaban. Una vez llegados a sus casas, las FFAA hicieron todo lo posible para mantenerlos incomunicados, debido a que pensaban que la ropa sucia se lava en los propios cuarteles

 

Según el sitio Veteranos del Ministerio de Defensa de la Nación, murieron 684 soldados, la mayor parte de la Armada, 391, entre los que se incluyen los del buque ARA Belgrano. Invisibilizados, condenados a la soledad y al desamparo, se suicidaron más de 500 excombatientes. Hecho último éste compartido por los británicos que registran 95 suicidios, sumados a 255 soldados muertos en combate. Saldo infame como el de toda guerra. 

 

A 40 años de Malvinas siguen las controversias, los enfrentamientos ideológicos sobre las consecuencias, como también queda pendiente la deuda de la sociedad sobre aquellos combatientes que fueron obligados a luchar en condiciones deplorables, sin alimentación ni equipamiento adecuado, mientras en Buenos Aires los altos mandos militares planificaban la retirada luego de la sangre derramada. 

 

La recuperada democracia demoró años en reconocer y brindar beneficios, cobertura y asistencia a los veteranos de guerra, como también informar y formar a las nuevas generaciones sobre lo ocurrido. Vaya entonces nuestro homenaje a ellos, no sin afirmar que las islas Malvinas fueron, son y serán argentinas.



[1] Benito Pérez Galdós, Obras Completas I, Santillana Ediciones Generales, Madrid, 2003, pgs. 43-44.

[2] Jorge Abelardo Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana, Ediciones Continente, Bs. Aires, 5ta. Reimpresión , 2016, p. 420. 

[3] Cora Gamarnik, María Laura Guembe, Vanina Agostini et María Celina Flores, El regreso de los soldados de Malvinas: la historia de un ocultamiento

 

 

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