Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Esa tormenta se hace cada vez más evidente, y levanta polvaredas que nublan la vista en medio del histérico griterío de los medios de intoxicación -que no de comunicación- convertidos en viles agentes de propaganda que infectan la mente y los corazones de todos nosotros.
Confundidos, los de a pie chocamos contra las paredes, como ese juego en el que una pequeña esfera de metal sale disparada por un resorte y entra en un laberinto de túneles y paredes que le hacen rebotar de un lado para otro. En medio de la tormenta, los faros más poderosos son los de quienes tienen la sartén por el mango, los dueños de todo o casi todo, que dirigen sus haces de luz hacia los rincones que a ellos les interesan, y que no tienen empacho en inventar o mentir poniendo cara de serios analistas.
Pero, la verdad, es que son ellos los que están destartalándonos el futuro, que cada vez se torna más incierto y peligroso. Nuestro exterminio como especie ya no se ve amenazado solamente por el inminente cambio climático que ya tenemos encima, sino por la posibilidad, que ahora con la guerra de Ucrania nos ha sido aventada a la cara, de una tercera guerra mundial en la que se lancen a mansalva bombas atómicas.
Están desaforados, hacen y deshacen como les place, y las hormigas obreras del hormiguero tomamos partido vehementemente por unos u otros, como si formáramos parte de la junta directiva de alguna de sus grandes empresas, o nos fuéramos a ver con ellos mañana por la mañana en el Foro del G7.
Pareciera que la verdadera crisis estuviera en nosotros, que no nos resolvemos a ponerle un alto a todas estas perversidades. Parecemos animalitos asustados metidos entre las cuatro paredes de nuestras casas, solo sintiéndonos encerrados y protestando si llega una pandemia que nos obliga a quedarnos en casa para no andar repartiendo virus a diestra y siniestra. Ahí sí reivindicamos nuestra supuesta libertad y nos sentimos acorralados, pero los grandes mastodontes pueden hacer con nosotros lo que quieran con lo verdaderamente importante.
No casualmente he utilizado el nombre de un libro de Charles Dickens para titular este artículo. En él, Dickens narra la descomposición de su mundo producido por la primera industrialización a mediados del siglo XIX, y nos da las perspectivas del momento desde dos puntos de vista muy diferentes: el de la clase proletaria que, enajenada, creía que el trabajo embrutecido era su único modelo de vida, y el de la clase alta, que controlaba las fábricas y mantenía en condiciones pésimas a sus obreros.
En esas estamos nosotros también, contemplando los desmanes de “la clase alta”, en los que se entrecruzan los intereses corporativos, los geoestratégicos y la vanagloria del poder, tragándonos el cuento de que ese es el único mundo posible.
Pero no, eso no es cierto, aunque para cambiar las cosas hay que “dejar la casa y el sillón”, como dice la canción de Silvio Rodríguez La era está pariendo un corazón. Porque, así como el mundo está en un estado sin parangón de desorden y puede parecernos brumoso, lo cierto es que en tiempos como estos ha sido cuando la humanidad ha parido sus corazones más poderosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario