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sábado, 28 de mayo de 2022

Crisis y sufrimiento social

 Pareciera que la humanidad ha entrado en una espiral de decadencia para la que no tiene respuestas. Los problemas que ella misma ha creado la superan, y en vez de ponerse a resolverlos, cierra los ojos y se lanza hacia delante agudizándolos más.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

A la interrupción de la producción y distribución de mercancías provocadas por la pandemia, ha seguido las consecuencias de la guerra en Europa, perfilando los prolegómenos de la época a la que nos estamos adentrando, la del enfrentamiento entre potencias emergentes y decadentes en el mundo, que evidencia que ese declive de unas y ascenso de otras tendrá duras consecuencias que viviremos y sufriremos todos en todos los rincones del mundo.

 

En esta nueva época a la que nos estamos asomando intervienen cada vez con más fuerza actores que tienen en sus manos un enorme poderío. Las grandes megacorporaciones rivalizan incluso con las grandes potencias capitalistas. Personas como Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates acumulan más poder real que el que pueden ostentar muchos jefes de gobierno, y tienen la posibilidad de manejar, con lógica de negocios, espacios de lo social que se han convertido en centrales de la vida contemporánea.

 

Mientras tanto esto sucede en la estratosfera, los efectos de la crisis se dejan sentir como una ola devastadora; en todas las ciudades del mundo se ven miles de pequeños y medianos negocios cerrados, letreros de alquiler, venta de locales comerciales y gente hurgando en la basura. Son dos dimensiones de la crisis, mientras unos concentran la riqueza, otros pierden lo poco que habían logrado construir. 

 

Quienes están en esta situación, se encuentran con gobiernos cada vez más orientados a profundizar el modelo económico que nos ha llevado a esta catástrofe. Surgen por doquier ocurrentes que buscan arrinconar a quienes trabajan limitando derechos laborales conseguidos con luchas que han durado decenas de años.

 

La reacción que cabría esperar a esta situación no tiene, sin embargo, la contundencia que merece. El viejo sindicalismo ya no tiene la fuerza de otrora y hay profundos cambios políticos y de organización de la producción que han reubicado el papel de las diferentes clases sociales. Las reivindicaciones que más convocatoria parecen tener entre las nuevas generaciones tienen más un carácter cultural y parece no encontrarse con facilidad el vínculo entre los dos universos.

 

La precarización de la vida signada por el estancamiento y decrecimiento del poder adquisitivo de salarios y pensiones, la intensificación de la explotación laboral, la constante amenaza del incremento de la precarización genera un clima de tensión y frustración que muchas veces desemboca en la violencia. No se trata en este caso de la violencia expresada en la guerra, sino de la violencia cotidiana cuyas estadísticas crecen en todas partes. Quienes sufren con más contundencia sus efectos son los más vulnerables, las mujeres, los ancianos, los niños y los pobres.

 

Pareciera que la humanidad ha entrado en una espiral de decadencia para la que no tiene respuestas. Los problemas que ella misma ha creado la superan, y en vez de ponerse a resolverlos, cierra los ojos y se lanza hacia delante agudizándolos más. Campea la irresponsabilidad, pero no solo en los niveles en los que se toman las decisiones cruciales, sino que pareciera que es un signo distintivo de la época que vivimos.

 

De ahí que el signo que prevalezca en nuestra mirada del futuro es incierta y temerosa porque hemos perdido la fe en nosotros mismos, en nuestra capacidad como especie. Ya no somos la cumbre de nada sino los que hemos echado a perder el convite al que fuimos convidados.  

 

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