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sábado, 21 de mayo de 2022

Elecciones en Colombia

 En un ambiente guerrerista, en el que incluso existe serio riesgo de perder la vida en el intento, Gustavo Petro y el arco de fuerzas progresistas intentan avanzar hacia el gobierno.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica


A diez días de las elecciones presidenciales, Gustavo Petro sigue liderando las encuestas con cerca de un 40% de la intención de voto. En un país signado por la violencia más descarnada, en la que el movimiento popular es constantemente golpeado de la manera más inmisericorde, que un dirigente de izquierda, que incluso participó en algún momento en un movimiento guerrillero, tenga la posibilidad de llegar a ser presidente del país es un hito que, de alguna forma, muestra el termómetro de hacia dónde se está moviendo América Latina en esta segunda ola de movimientos progresistas del siglo XXI.

 

Este nuevo ascenso del progresismo latinoamericano tiene características propias que lo diferencia de la primera experiencia signada por la presencia de líderes carismáticos con una fuerte vocación latinoamericanista y antimperialista. En aquella ocasión, las aspiraciones, que podríamos catalogar como bolivarianas, tuvieron un debut espectacular en Mar del Plata cuando, en la IV Cumbre de las Américas de 2005, un atónito George Bush veía como se destramaba el plan norteamericano de una zona de libre comercio panamericana y emergía, vigorosa y combativa, una tendencia que apostaba por impulsar un modelo de desarrollo que tenía la clara conciencia de que, como dijo Rafael Correa, a la sazón presidente de Ecuador, solo unida América Latina podría salir adelante. De esa toma de conciencia se desgajaron propuestas para la creación de instituciones que cimentaban una comunidad de naciones con proyecto propio sin la tutela de los Estados Unidos.

 

Ese momento estelar, sin parangón en la historia anterior del continente, se fue desgranando dando paso a la prevalencia de gobiernos conservadores que revirtieron o no dieron continuidad a estos planes, acorde con la tradicional visión derechista que ha prevalecido en América Latina, bajo el tutelaje de los Estados Unidos. De esa situación de alternancia entre uno y otro proyecto se desgajó la teoría del péndulo, según la cual a gobiernos progresistas sigue después una ola de gobiernos de signo contrario.

 

Si nos atuviéramos a ella, la oscilación hacia el conservadurismo fue relativamente efímero, porque en poco tiempo renacieron las opciones progresistas, aunque, como indicamos anteriormente, no han tenido las mismas características que las que le precedieron.

 

En esta oportunidad, el talante latinoamericanista es mucho más débil, y existen discrepancias de concepción que antes no se presentaron con la agudeza con la que lo hacen ahora. Como remanente de la primera oleada han quedado países cuyas experiencias gubernamentales se han convertido en espacios de controversia, especialmente Venezuela. No ha habido en el continente ni una sola elección presidencial, o para la renovación de los órganos legislativos, en los que la toma de posición frente a lo que sucede en Venezuela no se haya convertido en piedra de toque que decanta posiciones y polariza simpatías.

 

La elección presidencial en Colombia ha estado marcada por estas circunstancias, sobre todo porque este país se ha convertido en punta de lanza del cerco y las agresiones que ha sufrido el gobierno bolivariano. La extrema derecha colombiana, imbuida de un espíritu guerrerista casi sin parangón en América Latina, se ha aliado con los esfuerzos de todo tipo que han hecho los Estados Unidos para tratar de derrocar al gobierno vecino. Han intentado de todo, han puesto a prueba todo tipo de estrategias y tácticas, pero han topado con un muro que no les ha permitido concretar sus planes.

 

Es en este ambiente guerrerista, en el que incluso existe serio riesgo de perder la vida en el intento, que Gustavo Petro y el arco de fuerzas progresistas intentan avanzar hacia el gobierno. Es una tarea titánica que, seguramente, llevará a una segunda vuelta electoral en la que todas las fuerzas de la derecha se aliarán para tratar de ponerle un valladar infranqueable a quien ven como una amenaza. 

 

Es mucho lo que se juega en ese país, el mayor y hasta ahora más confiable aliado de los Estados Unidos en la región, vinculado a la OTAN, con diecisiete bases militares rodeando a su vecino venezolano. Es decir, una plaza fuerte que van a defender con uñas y dientes.   

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