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sábado, 14 de enero de 2023

México, norte y sur en la cumbre norteamericana

 El complicado reto de México frente a Estados Unidos radica en que una buena relación con dicho país es indispensable, pero al mismo tiempo tiene que marcar límites que su vecino no tiene entre sus prioridades.  

Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

El encuentro trilateral entre México, Estados Unidos y Canadá que continua celebrándose en el momento de escribir estas líneas, revela que el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador ha estado logrando resolver hasta el momento la compleja relación  que enfrenta con el segundo país. Independientemente de la importancia de la relación de México con Canadá y los problemas que tiene (las depredadoras inversiones mineras, por ejemplo), obviamente el tema sigue siendo Estados Unidos.
 
Al inicio del gobierno de la 4T, los analistas de la derecha predijeron que esa relación sería desastrosa porque el inquilino de la Casa Blanca era ni más ni menos que Donald J. Trump. Cuando no sucedió dicho desastre, cuando López Obrador pudo capotear al impredecible y ultraderechista Trump, no faltó quien dijera que lo que acontecía era que ambos mandatarios eran iguales. Le escuché al excanciller Jorge Castañeda llamar a AMLO “el Trump Mexicano”.
 
Otro tanto sucedió cuando Joseph Biden ganó las elecciones y López Obrador aguardó hasta que fueran oficiales los resultados, para felicitar al nuevo ocupante de la Casa Blanca. Lo que ha sucedido es que el gobierno mexicano ha sido exitoso en al menos ser respetado por los Estados Unidos en su propuesta al gobierno estadounidense. Esta propuesta consiste en establecer una alianza que comienza por el norte de América y con el TMEC (Tratado México, Estados Unidos y Canadá) para extenderse hacia el sur y abarcar a todo el continente. Se busca de esta manera crear un enorme bloque parecido al de la Unión Europea.
 
En la perspectiva de López Obrador, tal como se lo expresó a Biden en el encuentro bilateral del 9 de enero en el Palacio Nacional, esta gran integración americana contaría con la sinergia de fuerza de trabajo, mercados, recursos humanos, naturales y financieros y buscaría producir lo que se consume en el continente. Con ello se lograría equilibrar el crecimiento euroasiático con China a la cabeza y se lograría con dicho equilibrio conjurar el peligro de futuras guerras. Para ello se necesitaría que se abandonara el desdén, olvido, abandono hacia América Latina y el Caribe.
 
Sería un error interpretar el planteamiento de López Obrador como un simple retorno al panamericanismo de la Doctrina Monroe. Esto no sucede así, porque la política exterior mexicana también está planteando una integración latinoamericana a través de una reestructuración de la OEA que la saque de su marasmo. Elocuente el canciller Marcelo Ebrard al mencionar este marasmo: “no estoy hablando de Luis Almagro, Almagro es peor”. México también está planteando la recuperación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y cuenta con el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva para esos propósitos. Como parte de esa mirada al sur, la integración americana tendría que estar sustentada en el respeto irrestricto a las soberanías nacionales.
 
La respuesta de Biden a la propuesta de López Obrador reveló las diferencias entre ambos países. Ante el planteamiento mexicano de que Estados Unidos debería ser más activo en la inyección de recursos hacia América Latina y el Caribe, Biden dijo que Washington tiene en la mira al mundo entero y obligaciones en los otros continentes, que han invertido mucho dinero en ayuda (¿por ejemplo los 30 mil millones de dólares para Ucrania?), que le preocupan la migración y el narcotráfico, en particular el fentanilo que mata anualmente a 100, 000 personas en Estados Unidos. Con relación a la migración Estados Unidos parece privilegiar el que México siga siendo país de contención aun cuando las 24 mil visas estadounidenses mensuales que se obtendrían por línea es según AMLO una “lucecita en el camino”. Con respecto al narcotráfico, México ha insistido en que Estados Unidos controle su mercado interno y la venta indiscriminada de armas cuando no el contrabando hacia su vecino.
 
El complicado reto de México frente a Estados Unidos radica en que una buena relación con dicho país es indispensable, pero al mismo tiempo tiene que marcar límites que su vecino no tiene entre sus prioridades.  En otras palabras, México debe seguir lidiando con la maldición atribuida a Porfirio Díaz: “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

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